La Albañil

Capítulo tres

NOTA: Este capítulo fue modificado, releer con precaución.

—¿En qué piensa mi querido Patico?—Patrick lo observó, pasando de él al volver su mirada al trabajo, concentrado en lo que tenía en frente, antes de perderse en la conversación—. Sabe que no me puede ocultar esa información tan valiosa que ronda por su cerebro—pregonó, haciendo que lo viera, sin dejar de ver la revista de novedades en el mundo del negocio—. Ese silencio tiene nombre y apellido, ¿no es cierto?—Soltó un suspiro, a lo que Erick brincó en su sitio, acertando—. ¡Lo sabía!

—Ya—intentó pararlo—. Trato trabajar, por si no te has dado cuenta—refunfuñó, buscando ignorarlo, aunque no iba a ser tan fácil como pensaba.

—Al menos dígame en qué parte de su para tenía la atención—el hombre le tiró un papel arrugado, golpeándole el rostro en medio de su quejido—. Oiga, qué abusivo.

—No quiero hablar de eso y de hecho, no estaba pensando en su rostro—acotó—. Dios…

—Sí, ya está haciéndolo—señaló, refiriéndose a comentar el tema—. Venga, desahóguese, seré su psicólogo por el día de hoy—negó ante la burla, elevándose de la silla para dejarlo tomar espacio en su escritorio, quedando recostado en el mueble—. ¿Y bien? ¿Cómo se siente hoy, señor Patrick?—Erick fingió tomar nota con una de sus libretas al avistarlo contra el cuerpo donde reposaba todo su cuerpo, mirando el techo.

—No lo sé—emitió—. A ver, no quisiera escucharme cruel pero ha venido a mi memoria la duda de qué tan bien me vería afectando drásticamente a esa mujer—siguió—. Nunca me había cuestionado algo así.

—En efecto, mi querido Patiño—rodó los ojos, consciente que no tendría un buen terapeuta, menos viniendo de una persona como él—. Jamás de los jamases lo escuché diciendo algo como eso. De hecho, brindábamos hasta por los malos pensamientos—acotó—. ¿Qué te hace ir por esa rama, Pato?—Su acompañante guardó silencio, colocando las manos en su abdomen al ver hacia arriba, temiendo hablar.

No sabía con exactitud lo que pasaba, lo que de verdad esperaba explicar con sus palabras, siendo la primera vez en que se quedaba con las ganas de hacer algo que de por sí, ni siquiera le era tan importante, aunque para el ámbito laboral, llevaba una carga extra con la cual tener que agradar a quienes trabajaban a su lado.

Desde un principio había tenido la motivación de obtener lo que necesitaba, aceptar el tiempo que perderían reconstruyendo y remodelando un sitio que de por sí era suyo, no obstante, encontrarse con lo que sus ojos captaron, además de ser expuesto a ese estado de aturdimiento, le hizo sentir que ya no era el mismo de hacía años, ese al que por supuesto, nada le importaba, menos si alguien se moría de hambre por su culpa.

Lo único que le tocaba hacer era trabajar para sí mismo, obtener sus ganancias, pagarle a su personal y seguir ampliando la cadena de establecimientos en los cuales se veía más que involucrado. A fin de cuentas, una buena cantidad, terminaba de comprar a todos, aunque terminó topándose con alguien a quien eso parecía no importarle como a él.

La vida era dinero. Ser madre, albañil, lo que sea que fuese en lo que llevaba de vida, requería de una buena economía, ¿de qué forma esperaba sostenerse si no era así? Aparte de eso, debía de pagarles una mensualidad a sus trabajadores, calcular el total de lo que les entrarían por años, gastar en materiales, ¿por qué no solo se lo cedía? ¿Qué tanto le costaba posar en sus manos una escuela que seguramente no sería del todo recibida en el entorno? Si veía con claridad, el recinto no se igualaba a lo que lo rodeaba, desencajaba, era un área innecesaria cuando en los alrededores lo que más se movía eran espacios de venta, servicio al cliente y otros espacios que iban de la mano con una carretera ruidosa.

¿Qué creía que eran aquellos a los que estaba dirigiéndoles esa edificación? Sus palabras fueron claras. Las personas con capacidades especiales liderarían en su mayoría las aulas, lo que seguramente haría que aquellos que pasaban por la sociedad en completa normalidad, se sintieran en un conflicto en vez de permanecer integrados a un entorno distinto.

Sentía que de todos modos, sería una pérdida de tiempo y dinero, sin embargo, tomó como preferencia no decir nada que ella no le pidiera, por lo que así se quedaría durante un buen rato, a menos que en su cabeza tuviese la respuesta correcta al absurdo que lo estaba embargando, nadando entre las demandas que seguían archivándose de a poco en su mente.

El problema estaba en que no deseaba asistir a la junta con los socios e inversionistas sin tener una respuesta concreta de lo que esperaron durante meses, por no decir un año. Uno en el que tuvo la mala costumbre de no averiguar, recibiendo ese golpe que aún le impedía volver a su completa realidad.

—¿Sigue ahí, mi querido Bello durmiente?—La voz de su compañero lo regresó, apartándose al verlo preparado para besarlo, tal cual película de Disney. Incluso tenía una sola pierna hincada en la alfombra.

—Por Dios—lo empujó—, deja esas estupideces, solo estaba pensando.

—¿En mí?—Patrick le dio un zape, riendo juntos en lo que se sentaba, dándole espacio a su lado—. Vamos, me preocupa un poco verte así—acarició su espalda, inclinado adelante, con el rostro entre sus palmas.

—Sé que es estúpido que lo diga, pero lo que me hace ir por ese lado es que hay un hijo de por medio.




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