La Albañil

Capítulo cuatro

Este es un capítulo es inédito. 

—Quiero creer que no te estoy escuchando—murmuró, deshaciendo las partículas de tensión que se afianzaban al ambiente, reclinándose en la silla.

—¿Por qué? Solo tienes una opción, Alva—propuso—. Decirme la verdad o ir a un tribunal.

—¿Es en serio que me estás amenazando?—Ladeó la cabeza, observándola—. Sinceramente, no puedo asimilarlo.

—¿No?—La rubia negó, exhalando.

No hacían tantas horas de la conversación con él. Aún resonaba en su cabeza lo que ese chico le había comentado, todo lo que tuvo que pasar, los proyectos que muchos de sus empleados perdieron por culpa del hombre frente a ella.

¿Qué haría aparte de echarlo de allí en cuanto pudiera? Tratar de no involucrar las sensaciones extrañas que la estaban abrumando a estados sentimentales de los cuales solía escapar.

Patrick no era un santo de su devoción. Hacía años se escuchaban rumores de su trabajo, sin embargo, tenerlo allí era diferente. Debía tratarlo, darle un espacio con el que no encajaba en esa oficina, quedándose moléculas de él alrededor, por más que quisiera sacarlas de todos lados.

Si bien muchos habían pisado ese sitio sin dejar rastro alguno, solo él se había quedado.

—Es algo personal—intentó controlarlo—. Si quieres respuestas, deberías buscar en los designios de tu madre, Patrick—suspiró—. Tengo trabajo que hacer, ¿podrías retirarte, por favor?—El hombre la detalló en silencio, avistando el gesto donde apartó la mirada hacia el escritorio donde se hallaban sus manos, sin retirarlas del lugar.

Por un largo momento no dijo nada, ella tampoco emitió sonido. Su respiración estaba atascada en lo profundo y ni siquiera sabía cómo era que seguía viva después de tenerlo así, rompiendo una barrera impuesta, llegando más allá de lo que se permitía en sus reuniones aún cuando esa le tomó por sorpresa.

Lo que menos quería era ser grosera. Nunca tuvo la necesidad de usar esas faltas de respeto, a pesar de haberse encontrado a cientos que deseaban propasarse con ella, no solo en lo laboral.

¿Para qué negar las propuestas de las que nunca habló? Solo ella y su Psicóloga lo sabían. Melissa no se había enterado de nada, menos le permitiría hacerlo si se había planteado desde hacía años no involucrarse con nadie del mundo empresarial. No tenía buenas espinas con respecto al tema, su vida necesitaba permanecer en lo privado y si en algún punto sucedían malentendidos, lo que menos buscaba era terminar siendo la comidilla de la cuadra o los periódicos.

Prefería estar resguardada, que nada la perturbara, ni a su hijo. Eso era lo más importante ahí.

—¿No hay otras opciones?—Liberó el aire, puesta de pie.

—No—zanjó, caminando a la puerta. Patrick la detuvo, obstruyéndole el paso al verse acorralada por su cuerpo, echando atrás unos pasos.

Saber que necesitaba sacarlo de allí cuanto antes, además de tropezarse con él en el acto, solo iba a debilitarla. Requería de mucha fuerza de voluntad para permanecer cuerda, porque estaba a nada de mostrar su vulnerabilidad.

La verdad era que Patrick no parecía ser el único confrontado en esa estancia aún cuando seguía perdiéndose en esos ojos oscuros. La fémina no podía negar que su solo tacto llegaba a traspasar sus poros, metiéndose donde no lo requería y no sabía si le causaba algo más.

—Entonces prefieres un cateo y una revisión completa de toda la estructura, tus permisos, al igual que tus documentos oficiales—enunció, mirando el despacho.

—¿Disculpa?—Elevó el rostro—. Es el colmo, Patrick.

—Dame una buena razón para no hacerlo y no tendrás que preocuparte por nada—negó, sin pensarlo.

—No lo haré—habló, fija en él—. No te tengo miedo, puedes hacer lo que quieras—prosiguió, moviéndose a un lado queriendo ir a la puerta para sacarlo de allí, siendo obstruida de nuevo.

—Espera—intentó pararla sin éxito—. ¿Lo que quiera?—asintió—. ¿Estás segura?—Guardó silencio, dándose cuenta de sus palabras al no haberles puesto un límites, abriendo un espacio para lo que sea que estuviese pensando.

Si tan solo se atrevía iba a...

—Empiezo a trabajar contigo desde mañana—abrió su boca, sorprendida al oírlo soltar esas palabras que ni él mismo pensó que podía liberar, considerando que se tenía cero probabilidades de salir bien librado de allí ante sus negativas, tomando la única abertura que pudo proveerle para emitir aquello, insertando un espacio de indignación en su rostro, cambiando su expresión severa y decidida por una completamente inesperada.

No sabía a quién agradecer por la idea que abandonó sus labios, puesto que no llegó a traer a colación nada parecido en el tiempo que llevaba en los negocios, siendo la primera vez que acertaba, resquebrajando su fortaleza.

Alva tragó, forzada, esperando, deseosa de escucharlo decir que se trataba de una broma, que iba a tener suficiente con el proceso legal al que la sometería, tan solo queriendo probarla, aunque nada llegaba a sus oídos, ni impregnaba la habitación de esperanza.

Patrick no estaba dispuesto a ceder, de hecho, iba a usar la estrategia por mucho que nunca la hubiese puesto en sus planes, consciente de las dudas que casi le hicieron evitar ir allí.

—Tú...—El hombre inspiró profundo, atento a sus palabras al saber que no podría añadir nada a la oración, agradecido de haber hallado la forma de acorralarla, no solo en los negocios, también de la forma más personal posible, invadiéndola sin siquiera llegar a tocarla.

—¿Yo?—Enarcó una ceja—. Es una buena opción, ¿no te parece? A fin de cuentas, esto también es mío—añadió, abarcando la estructura con sus manos en ese gesto de frustración que no ignoró, oyendo un resoplido de su parte.

Vulnerable. Esa era la Alva que estaba avistando en frente de sí, la misma que contrariaba el aire que entraba en sus pulmones, haciendo que su nariz se ensanchara al soltar el gas, incómoda.

—No—farfulló—. No me parece—Patrick ladeó la cabeza, asintiendo ante ella, encogiendo sus hombros.

De ninguna forma echaría atrás. Si bien su ego había hablado, no le quitaría el peso que estaba obteniendo al deleitarse en la expresión de la fémina que no paraba de cambiar. Incluso podía asegurar que arremetía consigo misma en una lucha interna de la cual no tenía indicaciones, sin embargo, no era momento de bajar la guardia.

No dejaría morir sus negocios, no con una base sólida a la cual recurrir frente a ellos. Las palabras vanas no le servirían de nada, tampoco las burlas por dejarse amedrentar de una mujer.

Si perdí, al menos necesitaba tener una base para justificarse, no algo que dejara en claro que había perdido el toque solo por ser afectado ante su presencia.

—¿Sugiere algo la señora?—indagó, escrutándola.

—Prefiero mil veces que me lleves a un Tribunal a darte un espacio aquí—enunció, segura—. Sé el infantil caprichoso de siempre, eso no lo voy a aceptar—lo señaló, alzando el dedo que ocultó de inmediato al ver una sonrisa asomándose en sus labios, comprendiendo que se había dejado llevar por la provocación, destapando su enojo. Un poco de rabia que no quería negar.

Es que..., ¿cómo se atrevía? ¿Por qué no dejaba de insistir? Tenía claro que eso no era suyo, lo sabía porque la estaba retando, porque se había ido corriendo ese día sin estrategias que le hicieran avanzar ante los hechos. ¿Cuál era el problema ahora? ¿Qué más quería de ella?

Inspiró, pasando saliva al bajar la mirada a sus pies. El silencio reinó en la estancia, cruzada de brazos al no poder revertir la pérdida del control, tan solo palmeando con sus dedos la piel que tocaba.

Seguía ahí, como cualquier goma de mascar, pegado al piso de su oficina, consciente que no se iría con las manos vacías. Ya la tenía en una buena parte de las mismas, ¿ahora cómo iba a sacarle las ideas impuestas? Sus palabras tuvieron el suficiente peso como para que tomara esa ventaja sobre ella. Él también tenía gente a la cual responder de manera clara y precisa, necesitado de argumentos en caso de perder.

El problema estaba en que así como tuvo esa opción, iría por otras, lo que no tenía en claro era si se hallaba preparada para ellas o si sus mecanismos de defensa le harían apartarse de esa jaula donde solo estaba en peligro y nada más.

Quiso golpearse, darle la espalda, ignorarlo por un largo periodo al buscas regañarse por dejar esa brecha disponible, hundiendo los hombros al aceptar que había perdido y no era exactamente su culpa. La verdad, no se preparó para esos planteamientos, tampoco para compartir parte de su estancia con él, sin embargo, no le quedó más opción al saber que eso podría sacarle del estado miserable en el que se hallaba, mismo que no olvidaba, a pesar de que las cuestiones en su cabeza habían disminuido.

Patrick se estaba asegurando de tomar las riendas que dejó tiradas esa mañana, quedando sin herramientas ante la situación, aún si no se sentía como una perdedora en todo ese conflicto donde también entraba su equipo.

¿Ahora qué les diría? Hizo una promesa. No darle cabida, no caer en su juego y no entregarle nada de lo que fue entregado en sus manos como un obsequio que no reducía el daño vivido en el pasado; eso lo estaba incumpliendo y ni siquiera sabía cómo iban a reaccionar los demás.

Tenía las manos atadas en ese rincón, esa era la verdad.

—Lamento ser portador de malas noticias—apenas lo avistó, exhalando al por fin levantar la cabeza, enfocada en su expresión.

Seguía calmado, con pequeños rasgos de imponencia, desafío y casi victoria, algo que seguramente no obtendría en cuanto recibiera esas escrituras para que continuara con su camino. Lo que sí estaba claro era que no tenía al hombre del que ese muchacho le habló, el mismo a quien deseó evitar por todos los medios. Se trataba de otro Patrick, uno con el que no esperaba encontrarse, no en el transcurso de esa semana, ni en esa faceta que no lo delataba.

¿Así cómo tomaba las riendas? Estaba exhausta.

—Pero hasta que no se demuestre lo que te he cuestionado—dio un paso adelante—, y mientras tardes en decirme la verdad, permaneceré en este lugar—pasó saliva, atenta a lo que decía—. Si estás en desacuerdo, puedes llamarme—el hombre sacó una tarjeta de su cartera, dejándola en el bolsillo de su blusa, dejando de respirar—. No haré caso, aunque la insistencia suma puntos—acotó, sonriendo a medias en el juego de esas fichas que la hicieron mantenerse en silencio.

No tenía mucho para decir. Solo quería que se fuera. Estar a solas, pensando en todas las estrategias necesarias con tal de no perder, de no doblegarse ni soltar la historia que llevaba atascada en la garganta, anhelando que se quedara con esas escrituras, sin reclamar, sin molestarle, ni hostigarla a pesar de obtener los papeles en regla.

No iba a entregarle nada fuera de lugar. Se encargaría de eso, al igual que de sacarlo de su vida sin más.

—Patrick...—Su nombre murió en sus labios en lo que se apartaba de ella, yendo hacia la salida que buscó hacerle más fácil desde hacía un rato—. No lo hagas—comentó, girándose al verlo de lleno—. Te juro por mi vida que no abriré esa puerta.

—Entonces vendré con un oficial de policía—abrió su boca, indignada—. Te recomiendo no intentar ir a la cárcel por obstrucción a la justicia.

—¿Qué?—El hombre la enfocó, avistando un poco de palidez en su rostro, un estado que ya no se le hacía extraño después de verla contenida en el paso de los minutos donde no logró emitir palabras, ni elevar la muralla que tanto luchó por no derrumbar.

¿Tanto temía ser real? ¿Cuál era el problema en mostrar su debilidad? Por mucho que intentó no hacerlo, salir corriendo ese día le restó más de lo que pudo ganar. No era una batalla de egos, no tenía que ocultar su incomodidad y nada de eso tenía que ver con los negocios donde los dos ejercían en completa soledad.

Ladeó la cabeza, comprendiendo que era eso lo que la molestaba. Estar rodeada de una persona como él, afrontar ese momento de que no existía escapatoria en lo que rogaba en lo profundo apartarlo lo más lejos posible de sí.

Sacudió su cabeza, evitando reír. Nunca se le pasó por la cabeza que ese despacho fuese tan resguardado, que a Alva le gustara tanto la soledad o en todo caso, la privacidad desmedida a la que se enfrascaba, evitando cualquier contacto si se trataba de algo innecesario a su parecer, tal cual su presencia.

Sin duda, muchas de sus inclinaciones la diferenciaban de otros con los que tuvo que lidiar y no le reprochaba que tal vez y solo tal vez, era una buena amiga de la soledad.

—Ten un buen día, Bancroft—despidió, haciéndole una pequeña reverencia al abandonar el lugar en silencio, bajando las escaleras.

La rubia cerró la puerta con fuerza, pegándose a ella en los segundos que pasaban, apretando los puños a los costados. No iba a soltar ese grito, no podía hacerlo, no obstante, el solo hecho de pensar en sus palabras la estaba sacando de balance, de regreso a ese estado que no extrañaba para nada.

Pasó saliva, descubriendo sus palmas al mirar el sudor en ellas, limpiándose entretanto apretaba los dientes, consciente de lo mucho que la desestabilizó no solo su presencia, sino cada palabra liberada de esos labios de los que escapó al saberlos tan cerca de sí en el momento en que se inclinó hacia ella, debilitándola cada vez más.

Había sido dueño de su estabilidad por un momento. No podía negar que el susodicho era atractivo. Tenía unos buenos años, se notaba en las arrugas de su rostro, aunque permanecían más lejanas que su barba de varias semanas, sobresaliendo ante el look que no dejaba de llamar la atención, haciendo juego su vestimenta con algunas de las canas que se hallaban entre esas hebras oscuras.

Sus trajes eran de tela fina, lo captaba desde lejos y sus camisas no negaban lo contrario al verlo así, ceñido acorde a su edad, recogiendo su esencia, manteniendo esa masculinidad en compañía de la elegancia que portaba muy seguramente desde antes que lo conociera.

La cuestión estaba en sus actos, porque podía ser el tipo más hermoso del mundo, pero lo que hacía, lo que escuchó y lo que no dudaría en implementar, la tenían en ese conflicto donde no deseaba poner por debajo a sus empleados, mucho menos a sí misma.

Estaba arriesgándose al callar, no obstante, eso se quedaría con ella. La herida aún estaba, no era algo que se deshacía con una obra de caridad, tampoco construyendo el mejor de los edificios que representara la ciudad. Superar aquello le llevó años, al igual que no odiar a su madre, ni a ese hombre por el que parte de su familia colapsó.

No quería traer el pasado sobre sí, ni siquiera le parecía grato ver o recibir dinero de quien se adjudicaba ser su padrastro, porque él no era nada cercano a un padre o un cuasipadre del cual sentirse orgullosa.

Tal vez su soledad le pesaba tanto como la que experimentaba día con día, lo que esperaba lo mantuviese alejado de su entorno, agradecida de no tener que verlo en compañía cerca de Patrick.

Los dos tenían la opción de arruinar su vida, sin embargo, no dejaría que pasara. Eso nunca.

Liberó el aire, sentada en su silla, ensimismada en el escenario al tener el rostro entre sus palmas, hundida allí.

Unos toques en la puerta la hicieron elevar el rostro, viendo pasar a uno de sus chicos quien no tardó en iluminar un poco el lugar, observándolo más tranquila.

—¿Todo bien, Patrona?—Alva asintió, invitándolo a sentarse en frente, suspirando—. Nos tomó por sorpresa la visita, él insistió en verla.

—Admito que hubiera deseado que no viniera—murmuró.

—Supongo—sopesó—. Aunque no hay mal que por bien no venga—elevó una ceja, sin comprender—. Es que llegó hecha un...

—Es Darian—enunció—. En días como estos, no nos llevamos muy bien—prosiguió—. Lo veré en un rato, aún no es hora de buscarlo.

—¿Y qué quería?—indagó, consciente de a quién se refería.

—Amedrentarme—respondió—. Lo consiguió—el joven la miró, sorprendido, sin poder creer lo que escuchaba—. No estoy orgullosa de haber perdido frente a él, es solo que le abrí la puerta sin querer—añadió, sacando un par de cosas de las gavetas del buró—. Le dije que podía hacer lo que quiera en mi contra y se le ocurrió la brillante idea de volver mañana a ocupar mi oficina—hizo una mueca—. En caso que le obstruya la entrada, me meterá a la cárcel, vendrá acompañado de un oficial y de otros organismos—bajó la vista—. Todos estamos expuestos ahora.

—¿Eso quiere decir que pasará como segundo al mando?—Alva mordió su mejilla.

—No sé si a ese punto, pero tengo que darle crédito—confesó—. Es un terreno que su madre le dejó, en el viejo testamento del que me entregó una copia. El original lo habrá conseguido por otros lados, la cosa es que compartimos intereses y no estoy dispuesta a contarle lo que pasó con tal de que me deje en paz.

—¿Prefieres que te hostigue a contarle quién es su querido chofer, en realidad?—Tragó—. Piensa en nosotros, por un momento, no en lo que quieras ganar.

—Es que no quiero ganar nada, tampoco perder—indicó—. Solo quiero que agote sus oportunidades, que nos deje en paz para seguir trabajando. No creo que sea un problema—lo oyó suspirar—. Trata de reunir a los chicos, necesito hablar con ellos.

—Te lo advertí—asintió, confrontada—. Ojalá no haya sido demasiado tarde—completó, quedando de pie al dejarla impregnada en esa sala donde ya no se sentía cómoda, ni ella en su totalidad.

Se puso de pie, liberando el aire al cargar unas cuantas pertenencias, mirándolos desde el ventanal, sin ser indiferentes a su presencia en lo que trataba de hallar las palabras para la pequeña junta, consciente que por primera vez en lo que llevaban de trabajo, escucharla sería una decepción.

Había tratado de hacer las cosas bien, demasiado, en realidad. Ahora los hechos salían de sus manos como las gotas de que no podía acaparar, teniendo que pensar en cómo sería el nuevo avance durante esos días, aparte de los mecanismos de defensa que emplearía en contra de ese hombre.

Por nada del mundo estaría cerca suyo, si tenía que encerrarse en ese cubículo tras ella, entonces lo haría y eso sería el fin de un comienzo que ni siquiera empezaba. No para ella..

Avanzó, dejando la oficina al encontrarse en compañía de los obreros que asistían en el lugar, encontrando la duda en sus expresiones, además de la catástrofe por la mala noticia que recibirían.

Su pecho se encogió, incómoda, evitando darle cabida a ese nudo molesto en la garganta a la vez que inspiraba profundo, pegando las pertenencias a su pecho, nerviosa.

—Esto es temporal, chicos—sus ojos se llenaron de lágrimas—. Lo primero es que necesitaré que todos estén limpios—comentó, viéndolos asentir—. No para mí, sino para las personas que vendrán a conocer sus estados referente a nacionalidad, permisos, deudas y más—su voz perdió fuerza—. Algún día teníamos que pasar por esto, ¿no?—intentó reír—. Bueno, cada uno tiene abogado de cabecera. Si sus seguros médicos o algún acontecimiento puede comprometer esta obra, al igual que a mí, necesito que se lo cuenten—siguió—. Cualquier necesidad monetaria, son conscientes del fondo que tengo para esos casos. No duden en hablar, por favor.

—¿Cuánto durará?—La mujer indagó, mirándola al querer saberlo de igual forma.

—No lo sé—farfulló—. Patrick peleará por esto, solo que no pienso dejar que les quite el trabajo, ni sus ganancias—aseguró—. No lo perderán conmigo, en eso pueden confiar.

—Nunca hemos dudado de usted, Patrona—vio al hombre quien se sacó el casco, colocándolo sobre su pecho como reverencia—. Gracias por pelear por nosotros—Alva estiró los labios, perdiéndose en un llanto en el que cada uno la acogió, rodeándola como el verdadero equipo que eran, sin poder creer que hubieran llegado a sostenerla de ese modo.

La escena los envolvió, uniendo los corazones en uno solo, decididos a darle todo por el todo, aún si perdían en otras batallas, pues por lo menos la guerra no los vería caer, no con esa mujer en frente, acompañándola a cada costado, en una lucha que también les pertenecía.
¿Por qué darle la espalda? Si ella no lo hizo cuando estaban en estado crítico. Si se atrevió a sacarlos del fango, rescatándolos de las peores condiciones, de aquellos mundos donde no les quedaba otra cosa distinta a ser escorias, gente que entraría y saldría de la cárcel en repetidas ocasiones porque cada lugar donde ofrecían sus servicios, terminaba convertido en una obra de arte para los más ricos, mientras ellos morían de hambre y soledad.

Nunca se equivocó en elegirlos. Tampoco en darles el espacio necesario para que cuando más lo desearan, hablaran de sus historias, compartieran como una familia, aparte de integrarlos a la vida de la persona que sabía era lo suficientemente sagrada como para no herirla, ni atreverse a faltarle el respeto.

Alva había sido calma en sus tormentas a pesar de estar sumergida en un torbellino de inestabilidad, cerrando puertas a oportunidades que le entregaban el cielo, aunque no aseguraban a los suyos, poniéndola en un pedestal que no deseaba.

¿Desde qué época hacia donde se hallaba, los empleados pasaban a ser una segunda mano? Cada uno tenía una parte de sí, cada uno merecía los beneficios que cualquiera de ellos disfrutaba. No haría negocios con quienes lo menospreciaran o en todo caso, los que hacían los contratos de mala gana tan solo para decir que trabajaron a su lado.

Ellos no hacían nada distinto a abrir los maletines, soltar las cifrar y firmar. Alva, por su parte, proveía de seguridad, comodidades, medicina, junto a la estabilidad que les fuesen solicitadas, teniendo sobre la mesa la participación de cada uno.

Cualquier organización que la contactara, debía de saber que no era ella sola. Eso jamás pasaba.

Ahí no había perdido, no quería que los metieran, no obstante, sus chicos eran parte de sí, por lo que deseaba tenerlos preparado para lo peor, si es que lo mejor no llegaba aún con sus esfuerzos.

—¿Quieren tomarse el día?—Los vio negar, limpiando sus mejillas al sorber su nariz—. Yo tampoco, así que vamos a trabajar—una sonrisa se adueñó de sus labios, tal cual un arcoíris llenando el cielo luego de un largo día de lluvia, dándoles esperanza de que no volvería a pasar. Nadie los destruiría otra vez, no si estaba ella.

Los acompañó, cambiándose a la ropa de trabajo, sumergida en la calma que le proveyeron, disfrutando el tiempo en el que los guio, también manejando ese aparato donde los elevaba, riendo a carcajadas por los miedos a los que se exponían, sin siquiera experimentarlo.

Rodearse de vida llenó su sistema, aquietándolo hasta la hora en que debía de buscar a su hijo, topándose con una de sus subordinadas al verla salir del área de cambio en lo que iba a la oficina.

—Jefa—Alva se giró, mirándola—, espero que no sea un desacierto de mi parte preguntarle cómo está con respecto a su hijo—tragó—. Escuché todo esta mañana.

—Siento haberlos expuesto a eso—la mujer avanzó, tomando su mano—. Es el tema de su padre, cuando sueña con él, me afecta. Pienso que hice mal en contarle la verdad. ¿Es tan difícil que lo supere?

—Sí lo es—parpadeó—. Imagine que le dicen que durante muchos años tuvo una hermana o abuela y nunca supo de su existencia, solo pasan a decirle que murió—prestó atención—. ¿Cómo va a asimilar una noticia de esa índole, cuando ha abierto huecos en usted?—La pregunta la hizo estremecer—. Se abren ciertas puertas que son complicadas de cerrar.

—Es cierto, no lo niego, es...—Inspiró—. Me reta, no tengo las herramientas para llevarlo a un mejor estado.

—Tal vez los dos solo necesitan sentir, Alva—expuso—. Disculpa que te tutee—fijó sus ojos en ella—, pero de una madre a otra, a veces los hijos quieren sentir al padre que les queda cerca, acompañándolo—sostuvo—. Un día solo hay que tirarse al suelo como ellos, llorar como lo hacen, mirar lo que ven, abrazarse las piernas y ya—siguió—. En muchos casos hacer nada es la solución para hacer todo—sonrió, calmada—. ¿Irá a buscarlo, no?

—Sí—musitó.

—No trate de imponerse, el niño estará algo reacio por lo sucedido en la mañana. Llévelo a un parque, compartirá con los de alrededor, se sanará—palmeó su dorso—. Ya verá.

—Gracias, Gisela—pregonó, entregándole un abrazo inesperado—. Nos vemos mañana—la señora sonrió, encantada al oírla expresar esas palabras, siendo que se trataba de uno de sus sueños el hecho de oírla despedirse por lo que quedaba del día con la opción de ir a casa, pasarla en compañía de ese pequeño que tanto amaba y necesitaba de su compañía.

Alva era muy entregada al trabajo, lo suficiente como para acallar la ausencia de su esposo en ella, los pensamientos acerca de la viudez temprana, de las críticas que no leía, aunque las más fuertes se las entregaba a sí misma en el interior, auto lastimándose al no dormir, echando esa casa a un lado, temiendo ser comida por esas paredes que guardaban la peor de las historias.

Sabía que estar con ellos o quedarse sola hasta horas insanas en esa oficina, era una herramienta peor que cualquier otra a la que pudiese recurrir, mucho más porque el tiempo con Darian se acortaba, a lo mejor creándole dudas que no compartía con ella, sino con la mujer que lo trataba en la escuela.

Para nadie era un secreto que ambos asistían a terapia, más él que ella, lo que sí necesitaba era verla entregada a su única familia, esa que aprendía de ella.

Gisela la dejó continuar, de regreso a sus labores en lo que la rubia volvía a su pequeña cueva, alistándose para buscar al pequeño en la escuela.

Ya era la hora final de la sala de tareas. No estaba cargada con otras responsabilidad y el mal rato de la mañana, se había esfumado por la magia de sus chicos quienes no tardaron en devolverle la vida, quedando más centrada.

Inspiró, buscando las llaves para la camioneta al recordar que no tenía un medio de transporte, ni tenía autorización para sacar uno de esos aparatos a la calle, por lo que rebuscó en su agenda algún número, viendo que algo sobresaltaba en el bolsillo de su prenda, sacando la tarjetilla.

—Genial—rodó los ojos al tomar el teléfono, siendo la única opción a su alcance puesto que no molestaría a ninguno de sus subordinados.

Su medio de transporte estaba en el taller, no lo sacaría de allí a menos que le informaran del completo bienestar, así que descansó la idea, resignada a la vez que esperaba en la línea, deseosa de una buena respuesta sin burlas de por medio.

Además, si estaba presente, Darian tendría con quién sentirse a gusto. Por su parte, podía verla como su peor enemiga y al menos un mediador debía de llevarse el crédito, ¿no? Sí, en definitiva era eso, se convenció, sentándose en el escritorio.

—¿Diga?—La voz de la mujer le hizo fruncir el ceño.

—Oh, disculpa, es que pensé que llamaba a Patrick—tragó—. Creo que marqué el número equivocado.

—No, las llamadas se desvían a la oficina cuando no responde—exhaló—. ¿Quién le llama?

—Ammm—apretó las palmas—. Dile que era Alva, la albañil—emitió, mordiéndose la lengua ante el silencio en la línea.

—¿Quiere dejarle algún mensaje?—indagó, rompiendo la incertidumbre en la línea.

—No, solo dile que fue un error la llamada, no es nada. Lo siento—añadió, nerviosa, cortando en lo que pasaba saliva con el pecho golpeándole con fuerza, sacudiendo su cabeza.

Pasó las palmas por su rostro, maldiciendo en voz ante la estupidez cometida, cuestionándose sin poder parar, liberando el aire un par de veces en forma sonora, consciente que solo a ella se le ocurría hacer algo como eso, sintiéndose estúpida.

Pasó el trago, cargando su billetera al bajar, despidiéndose de los demás tan pronto buscaba un taxi, dirigida hacia el recinto escolar donde un par de pequeñines salían acompañados de sus madres, otros de sus niñeras y a algunos les pasaba a buscar el chofer.

No pudo evitar traer a su cabeza el acontecimiento de la mañana. Las miradas pasaban de ella en unos pocos segundos, no obstante, sentía lo que podían estar emitiendo en sus cabezas, sin querer decirle nada, ni atreverse a meter donde nadie les llamaba, puesto que tampoco ella pidió alguna opinión.

Si algo podía agradecerle a esas mujeres era que se mantuviesen calladas, que no la interceptaran ni intentaran proveerle de consejos cuando la maternidad y las circunstancias eran tan distintas en sus hogares y la mayoría tenía una familia completa.

No eran viudas antes de la mitad de su vida. No perdieron a las personas que amaban en circunstancias de las cuales no le gustaba hablar, tampoco tuvieron que convivir en casa con el amante de su madre hasta el fallecimiento de la misma.

Ninguna era ella y eso estaba bien, nadie podía ser igual a nadie, esa siempre había sido su verdad.

Cruzó la puerta, avanzando hacia el pasillo donde seguramente le esperaba, quedándose en la puerta al verlo desde la ventana, cabizbajo, apenas jugueteando con uno de esos robots que solían hablarle hasta animarlo.

Ahí no lo hacían. Por más que tiraba de la cuerna, su semblante no cambiaba, lo que le hizo sentir culpable, apretando su garganta en ese nudo, deseosa de invadirlo, rodearlo con un fuerte abrazo, pidiéndole perdón de todas las formas posibles.

Sentía que se le estaba cayendo el mundo y no era para menos si él era fundamental en esa construcción, si era lo único que le quedaba, si no dejaba de ser su todo.

Inspiró, limpiándose un par de gotas del rostro al tocar un par de veces, recibida en la mirada de Melissa quien fue hacia la mujer, acompañándola afuera.

—Ha estado algo retraído—asintió—. A lo mejor ya sabes cómo lidiar con eso, eres su mamá.

—La peor—lo miró, sin enfocarla—. A veces me siento como una basura.

—Trata de no creerte eso, Alva—sus ojos la avistaron al verla más cerca—. Saliste a flote de esto, ¿quién tiene idea de cómo ser madre? ¿Hay acaso un manual de reacciones prohibidas?—Sacudió su cabeza—. No es fácil lidiar con un ser humano adulto, imagina uno que no sabe casi nada de la vida y aprende contigo.

—No debí.

—¿Lo puedes cambiar?—negó—. Entonces toma el ahora y haz que valga la pena. Conste que esta terapia te saldrá muy cara—la rubia sonrió.

—En la noche te contaré algo que saldará esa deuda—aseguró, tomando aire al recuperar la compostura—. ¿Puedo?—Señaló la puerta en lo que la mujer aceptó, yendo en búsqueda de su hijo, quien no tardó en ponerse de pie ante su presencia.

Alva cargó sus pertenencias, colgándolas en sus hombros, seguida de la pequeña caminata del chiquillo, quien se despidió de su tía al ir avanzando como si pudiera comerse el mundo en ese instante.

Negó al acompañarle unos minutos después, habiendo coordinado la hora de llegada de su compañera a la casa, aparte de informarle que se quedaría el resto del día en el hogar.

Si bien existían ganas corriendo por su torrente sanguíneo para regresar a la construcción, había decidido no hacerlo. No por una decisión suya, porque no le favorecía la pérdida de sus labores, sino porque Darian lo necesitaba y por una vez en su vida, debía dejar de ser egoísta.

—¡Pato!—La algarabía la hizo alzar la mirada, golpeándose el rostro con la puerta al no llegar a sostener la manija a tiempo, tocándose la frente por el aturdimiento, farfullando una queja.

—¿Está bien tu mamá?—La demanda lo hizo verla, quitándole atención al hablarle de otra cosa a la vez que salía, llegando al hombre quien no había tardado en elevar al hombrecillo en sus brazos, posicionado en su cintura, emitiendo diálogos en medio de su emoción.

—Fue innecesaria la llamada—indicó, aún adolorida.

—No es lo que vi—reviró, observándola.

Parecía contenida, lo suficiente como para no quitar esa muralla de en frente, oyendo al chico hablarle, sonriendo.

—Vamos, te ayudo—Alva negó, echando un paso atrás, moviéndose hacia el lado del piloto, agradecida de ver que iba solo, sin el chofer que tanto le molestaba ver, subiendo allí—. ¿A dónde quieres ir?

—Siempre vamos a la cárcel, digo a casa—frunció el ceño desde el lado del conductor, incómoda por la respuesta escuchada, sin hablar.

—¿Tu casa es una cárcel?—Encendió el motor, apretando el volante.

—Es que nunca entran las personas, no hay visitas. Solo mamá, mi tía y yo—expuso—. Salgo muy poco—pasó saliva—. Me gusta estar en la construcción.

—¿Quieres ser albañil como tu madre?—El jovencillo negó.

—Quiero que me hagan reverencias como a papá—Alva inspiró, afectada—. Era un héroe, salvó muchas vidas—la comezón en su pecho se intensificó.

Sus palabras quemaron en su pecho, corroyéndola al mirar al frente, empapada en las lágrimas que bajaban por sus mejillas, apenas respirando.

Así que así se sentía que nadie siguiera sus pasos, que él se llevara todo el crédito cuando la que tenía que criarlo era ella, sin entrar en el mundo de sus fantasías, arraigada a una soledad que la estaba matando, destruyendo su poca estabilidad.

¿No era suficiente con dar hasta el alma por continuar a su lado, cuidarlo, entregarle una educación digna y llevarlo a los corazones de sus chicos? Su mundo no podía reducirse al hombre que no los eligió, ¿por qué Darian sí lo veía de ese modo? Un sollozo se le escapó al aparcar, bajando la cabeza en lo que ambos parecían entretenidos, comentando películas donde actores salvaban un universo ficticio que no tenía nada que ver con la realidad.

A veces era tan difícil aprender a lidiar con la culpa cuando la tenía embarrada en la cara, cuando la llevaba de la mano o la debía de despertar a las mañana para empezar la jornada.

No era justo sentirse acorralada de ese modo. No tuvo opción al volverse a esa habitación, al no detenerlo de otras formas. Ella siempre estuvo sola y el amor solo había sido parte del noviazgo, considerando que él necesitaba dejar asegurada a alguien, a quien fuese su mujer.

—¿Alva?—El susurro la hizo inspirar.

—Sácalo de aquí—musitó, contenida, recibido en la orden en lo que abandonaban el espacio, quedando asegurada.

No pudo verla desde fuera, ni siquiera la oyó. Suponía que había encontrado el sistema que impedía a los demás darse cuenta de lo que sucedía, lo que vivía a gritos en el instante donde maldijo con fuerza, llena de rabia.

Su cuerpo tembló contra el asiento, avistando el sudor de sus palmas, las llagas que habían dejado sus uñas al estar incrustadas tanto tiempo en la piel, empapada del torrente que sus ojos liberaban.

El llanto no se apartó de la fémina. Se hallaba desbordada, rememorando los episodios de su vida, lo mucho que lo extrañaba, las ganas de volver a esa tumba donde dejaba las flores más hermosas, recordándole que aún lo esperaba.

Mirar esa puerta cada día, deseando verlo entrar en el proceso de aceptar que no fue una mala noticia, que no volverá, ni cargará a ese pequeño en sus brazos; observar ese umbral solitario, parpadear tantas veces en búsqueda de despertar de un mal sueño y que la salida del sol le indicara que su realidad no era distinta.

El amor de su vida no aparecería en la cocina, no iba a servirle el desayuno, ni levantaría a su descendencia para ir a las clases. Tan solo estaba ella, tomando las riendas de todo, intentando no desvanecerse más.

Pegó la cabeza contra el reposo, descansando el cuerpo al oír unos toques en el vidrio, sin responder, ni bajarlo.

Patrick aguardó, sacando el teléfono que también manejaba un par de mecanismos del vehículo, despolarizando los vidrios al notar que había recargado el asiento, sin ver su rostro en la parte delantera.

Vio al niño jugar en compañía de otros infantes del parque, quitando el segundo al entrar, supervisándolo desde su sitio, captando de vez en cuando su atención por saludos.

—A veces siento que la vida es muy injusta con las madres—escuchó—. Él se fue sabiendo que le había dicho que podía estar embarazada. Me dejó sola por ir a pelear en el culo del mundo, salvando una nación que sigue igual o peor cada día—sorbió su nariz—. Quisiera saber si un héroe da la vida por su Patria o por su familia que lo necesita—mantuvo el silencio, atento a lo que decía—. No me molesta que quiera ser un superhéroe, solo temo que sea como su padre que nos dejó sin mirar atrás.

—Es solo un niño.

—Lo sé y en su inocencia puede no darse cuenta que me hace daño o tal vez sí—sopesó—. El hecho es que siento que no me esfuerzo lo suficiente.

—¿Quieres que sea como tú?—Encogió sus hombros—. Piensa cómo estás proveyéndole de un buen ejemplo.

—Lo llevo a mi trabajo.

—¿Él quiere eso?—Lo miró—. ¿Los niños no pueden elegir mientras sean niños? Más adultos podrán tener sus vocaciones definidas. No significa que no quiera ser como tú, él conoce tu figura, Alva. Lo ve a diario. Solo intenta que la ausencia de su padre sea menos dolorosa escogiendo parte de su lugar.

—Qué buen psicólogo eres—enunció, burlesca—. Tu madre no habría pensado que te convertirías en eso.

—Aprendí a las malas—la observó.

—Le diste muchos dolores de cabeza, se frustraba un montón cuando no aparecías—confesó—. Mi madre me mandaba a llevarle los cafés, siempre estaban gritándose en la línea o ella lloraba porque debías estar en alguna fiesta y no te preocupabas por hablarle—sus ojos se volvieron a su hijo, ya sentada, acomodándose en el sitio bajo la calma de la conversación.

—Fui un niño muy malo—se burló—. Pero no sabía que la conocías tan bien.

—Solo supo mi nombre cuando mi madre murió. Asistió al entierro, era su empleada—lo vio de soslayo—. Si estás intentando que te diga sobre ese testamento, olvídalo. Es lo único que te pienso contar.

—Está bien, tengo suficiente con tus lágrimas y tú en mi auto, en mi asiento y tan natural como deberías de ser siempre—mordió su mejilla, retrayéndose ante el tono de voz que empleó, quitándole la atención al volver a su compostura erguida, esa que tanto detestaba.

—Esto nunca pasó—advirtió. Patrick rió con fuerza, al verla salir del móvil, abriéndole paso al aire en sus pulmones en lo que avistaba a su pequeño, cruzada de brazos con una sonrisa formándose en sus labios, tal cual una pequeña rosa renaciendo al finalizar una larga temporada de lluvia.

Su rostro parecía menos contrariado, aunque la seriedad para él seguía registrándose al saber que no apartaba sus ojos de ella, curioso.

¿Cómo podía ese manojo de nervios, convertirse en una pared del metal más fuerte del mundo, apenas derrumbándola con la acción de invadirla solo porque no calculó sus palabras? No era indiferente a la pérdida de fuerzas en su presencia, tampoco ignoraba que le tomó por sorpresa esa llamada de Laura justo cuando iba llegando al ascensor en la empresa.

No atendió la llamada porque su teléfono estaba en silencio. Prefirió dejarlo así al saber que estaría frente a esa mujer y no deseaba interrupciones en el proceso, sin embargo, se le hacía claro que ese pequeño gesto de debilidad no tenía nada que ver con un gusto, sino con un proceso de salvación.

Por ello la ignoró, decidido a ir a su encuentro aún si se había arrepentido, aferrada a ese espacio donde nadie entraba sin ella permitirlo. Y tomar esas indicaciones no le molestaba en lo absoluto, ella le había dado el pase que necesitaba y estaría siendo lo más humano posible ante la situación, a pesar de lo que pasaría la mañana siguiente.

Los negocios eran otro punto, por lo pronto, Darian era la prioridad. Nada más.

—¡Pato, ¿tienes agua?!—La pregunta lo hizo sonreír, sacando un billete de su bolsillo.

—Ahí voy—indicó, mirándola al recibir su aprobación en lo que decidí no interferir en sus relaciones interpersonales, abierta a la modificación que le daba la realidad, dejando el miedo a un lado por una vez en su vida.

Aguardó en la calma mientras el día se acoplaba a su sistema, tranquilizándola, avistada en el disfrute de ambos caballeros quienes no tardaron en armar una pelea para ver quién salía más mojado, pasando saliva al verse alborotada de solo imaginar que las cosas pudiesen cambiar.
Aún estaba esa alerta en su sistema, no la ignoraba, pero parecía perder fuerzas cada que lo observaba, en los instantes donde su pecho se calentaba, trayendo un dilema donde sus límites peleaban por mantener el control de todo.

No debía dejarse guiar por su atractivo, por sus tratos, por las emociones que representaba en su pequeño. Patrick no ocuparía un lugar sagrado que no le pertenecía, ni construiría uno a costa de los momentos donde estaba involucrado.

Si había alejado a Jonathan de sus sueños amorosos con ella, entonces se alejaría para no crear fantasías emocionales con ese hombre, no lo toleraría.

Exhaló, notando que un calor extraño la acogía al saber que el clima no era tan fuerte, abrazándose en lo que ambos se acercaban, probando una paleta de diferentes sabores, negando por no pedirle autorización.

—Él quería—justificó, lejos de la culpa.

—Y un niño de ocho años tiene más fuerza de convencimiento que tú—reviró.

—Exacto, por eso tienen ocho años—rodó los ojos, apenas sonriendo al verlo—. ¿Qué acordamos?

—Que si me comprabas el helado, hablaría con ella—murmuró, alzando las cejas.

—Así que eso le dijiste—emitió, sin poder creerlo—. Qué chantajista.

—Se llaman refuerzos en Psicología—cerró los ojos, ignorándolo en esa faceta donde parecía haber perdido cualquier estado de adultez, volviendo a ser un niño, con más orden, claro.

—No, pero no lo voy a discutir contigo—indicó—. ¿Tú quieres hablar conmigo, Darian?—El pequeño negó—. ¿Y qué quieres hacer?

—¿Puedo llevar al Pato a un río?—Ambos se vieron—. Para ver si es el líder y le hacen caso.

—Claro, ¿por qué no?—Patrick la observó, negando—. Suban, los llevaré a Patolandia—pregonó, burlona, abriéndole la puerta al jovencillo quien accedió al espacio trasero, emocionado.

—Alva, no—pidió, mirándola—. Me dan miedo los Patos. Son agresivos con las personas—farfulló.

—No son distintos a ti—palmeó su hombro—. Sube, haré todo lo necesario para que mi hijo hable conmigo.

—No debí de hacer eso—masculló para sí—. ¿A quién se le ocurrió llamarme así?—Maldijo antes de entrar, poniendo una cara de emoción fingida a la vez que la fémina los conducía a la atracción donde los Patos parecían divertirse con las personas, lo que él no hacía, ni recibiría un buen trato por parte de ellos.

Abrió la puerta, sin salir, rígido, temeroso de lo que pasaría si se le acercaba alguno.

—¿Vas a defraudar a mi hijo?—Lo acompañó, sentada a su lado—. Debes ser una figura interesante para él.

—No soy su padre—asintió.

—La desilusión será más fuerte. No creo que quieras cargar con ese remordimiento—la miró—. A mí puedes hacerme lo que sea, a diferencia de él—señaló—. Seguro no podrás con la culpa.

—No lo hago por ti—la rubia rió—. Darian me cae mejor que tú—sonsacó, apenas saliendo en lo que pasaba el trago, caminando al sitio donde habían más patos—. Hola amigos—saludó, oyendo las risotadas tras él.

—¡Mira ese!—El niño indicó con su dedo, feliz—. Háblale en idioma Pato.

—Darian...

—Tienes que hacerlo—escuchó su emoción, saltando.

—¡Cuaa, cuaa, cuaa, cuaa!—Darian lo vio, fijo, atento a la risa de su madre que se evocaba desde atrás ante el sentir desganado del hombre, quien no era un Pato transformado en humano.

El golpe de la realidad le hizo negar al declinar de sus esfuerzos, volviéndose al auto.

—Mamá—la presente limpió sus ojos, recomponiéndose al oírlo llamarlo de ese modo—, es una mentira. Nunca fue un Pato real.

—Es un humano igual que tú y yo—apuntó al cargarlo en sus piernas.

Patrick no se había percatado de nada. Seguía intentando comunicarse con cada uno de ellos, a veces dando un paso, aunque se notaba su temor.

La gente no pasó desapercibida, algunos estaban grabándolo sin que se dieran cuenta en lo que expresaba el sonido de los animales que poco a poco se dispersaban de su alrededor, interesados en los nuevos presentes.

Para cuando el hombre los vio, su estado de vergüenza sobrepasaba lo normal, quedando como un ridículo en lo que tapaba su rostro de regreso al coche, metiendo la cabeza donde nadie más lo encontrara.

Darian soltó una risilla, inclinándose hacia él.

—Hiciste tu mejor esfuerzo—palmó su cabeza—. No te sientas mal—pidió, volviendo al pecho de su madre.

—¿Ya te sientes listo para escucharme?—Ladeó la cabeza.

—No mucho.

—Entiendo.

—Pero me diste mi espacio.

—¿Eso significa que podemos hablar?—indagó, envuelta en esa burbuja, sin interrupción.

—Sí—acotó.

—Bien—inspiró, nerviosa. Tenía una oportunidad, eso la hacía sentir emocionada—. Mamá Alva reconoce que no lo hizo bien esta mañana. No actué como debía, no era mi intención sacar mis frustraciones contigo. Me disculpo por eso, hijo—lo miró de lleno, sacándose el peso que tanto la había lastimado después de eso.

—¿Estabas bien antes?—Alva negó, sincera.

—No, para nada.

—¿Por qué?—Inspiró, acariciando su rostro.

—No pude descansar y luego me hizo sentir triste el que quisiera seguir durmiendo para estar con tu papá.

—También me sentía mal—asintió—. En mi pecho tenía un poco de arena negra—frunció el ceño—. Eso que dices que se llama triste.

—No sabía que lo distinguías de ese modo, amor—Darian encogió sus hombros.

—Me gusta darle forma—admitió.

—¿Y hay arena blanca?—enunció, curiosa.

—Hay un poco ahora, apareció cuando te disculpaste.

—Parece que también lo estoy experimentando—admitió, sintiéndose más liberada.

—¿Sí?—Pasó la palma por su rostro, segura.

—Sí, porque me perdonas.

—Nunca dije eso—abrió la boca, indignada, riendo al instante.

—¿Ah no?—El niño negó.

—No aún.

—Me hace feliz ese aún—pregonó.

—¿Y fue un mal día?—Alva sopesó, ladeando la cabeza.

—Fue un mal inicio, en realidad—indicó—. No me gusta estar así contigo, Darian. Me lastima actuar así porque no lo mereces, nadie lo hace, en realidad—suspiró—, y tengo la responsabilidad de cuidarte, aunque a veces no lo entiendas por ser adulta.

—Lo sé, mamá—afianzó sus ojos en ella—. Tampoco puse de mi parte. Yo solo quería que te quedaras en casa, no ir a la escuela. Me haces falta—sus ojos se empañaron, queriendo llorar.

—Lo siento, cariño, lo siento tanto, Darian—sus lágrimas no tardaron en salir, empapándola al sentir que la limpiaba con sus dedos, pegado a ella.

—No lo dije porque pasas mejor tiempo con mi tía y Jonathan es muy bueno entreteniendo cuando sabe que algo no anda bien—sorbió su nariz, secándose con el brazo al parpadear.

—¿Qué ideas tienes para nosotros? Quiero escucharte.

—Pues me gusta el parque, puedes llevarme después de clase y dormimos en casa antes de hacer tareas en la pizarra.

—¿Disfrazados de Spiderman?—sonrió.

—¡Sí!—chilló, saltando en ella.

—¿Qué más?—El pequeño pensó.

—Nunca me has llevado a su casa—frunció el ceño, sin comprender.

—¿A cuál?

—A la de papá—sus labios se unieron, preparándose.

—¿Te sientes seguro y listo para eso?—Darian titubeó.

—Más o menos.

—Bien, entonces, puedes decirme cuando te sientas totalmente convencido para que conozcas el lugar.

—Entendido—sonrió.

—¿Quieres un abrazo?—Él sonrió, feliz.

—Sí, mamá—enunció, abriendo sus brazos al recibirlo en el gesto donde lo apegó hacia sí, atravesando su alma.

—Iba a morir si me decías que no.

—Qué dramática—ambos rieron, encantados, sin percatarse de la imagen que le proveían a quien les acompañaba en ese lugar, convencido de la relación fuerte que construirían a pesar de lo que viniera.

Patrick los condujo en silencio a casa, viéndolos enfrascados en el jugueteo durante el paso de los minutos, comentando la visto en el día, sin que la fémina dejara de lado el hecho de haberse subido en uno de esos carros necesarios en la construcción, contándole sobre las bromas de sus empleados.

Ese mundo era tan colorido, su gente parecía tan feliz junto a ella, lo que le llevaba a pensar si de verdad iba a atreverse a hacer lo comentado, sin querer echar atrás.

Su ego no se lo permitiría, estaba luchando mientras su orgullo sacaba las garras en compañía de las palabras de esos hombres con quienes deseaba terminar los contratos, sintiendo cómo en lo profundo parte de sí se replanteaba lo que hacía, lo que quería dejar en el futuro.
¿Un camino lleno de escombros por los daños causados o un legado de amor y respeto? Lo que por supuesto nunca quiso meter a su vida al sentirlo tan innecesario hasta en los negocios.

Aparcó, dándole una mirada a la mujer quien cargaba al pequeño contra sus hombros, habiéndose rendido en su lugar seguro, tomando las pertenencias para ayudarla mientras salía con cuidado.

—Gracias por guardar silencio en todo eso y en el trayecto—habló, al verlo.

—¿Entonces ya puedo hablar?—sonrió.

—Lo estás haciendo.

—Confirmaba—restó, avanzando al ir hacia la entrada, ayudándole a abrir.

—Ya puedes irte—cruzó, sin dejarlo pasar, ocupando el umbral entretanto dejaba los objetos de su hijo en el suelo, moviéndolos con su pie para que no los usara como un método de entrada a su casa

—¿Sabes? También soy un niño herido por su madre, ¿no me toca terapia?—Le dio una negativa, incrédula por sus palabras.

—Qué cínico eres, Patrick—intentó acorralarla, fallando en el proceso.

—Aaron—lo miró—. Mi nombre es Aaron, Alva.

—Patrick—repitió, cerrando en lo que colocaba seguro, tomando aire a profundidad—. Idiota—expuso, acalorada, llevando a Darian hacia la habitación, necesitada de un baño.

Dejó a su hijo sobre su cama, deshaciéndose de sus zapatos en lo que refrescaba su cuerpo, colocando la manta de descanso a mitad de él.

Aguardó unos minutos en el colchón, sentada, contemplando a ese ser que viajaba entre sueños, feliz de haberse reconciliado con quien era el amor de su vida y a quien nunca dejaría de lado a pesar de lo que pudiera venir contra ella.

Darian era la familia que le quedaría cuando Melissa se fuera, consciente que sus caminos no siempre estarían juntos, ni llegarían a encontrarse dependiendo de los cambios a los que no desee acceder.

No negaba que en algún momento recibiría la noticia de que ella se iría a su ciudad natal o tal vez se casaría, por fin encontrando a alguien para dedicarse a él el resto de su vida junto a otros planes que buscara concretar.

En esa realidad que no ignoraba, solo le quedaría su descendencia hasta que decidiera avanzar en lo que la vida tuviese para mostrarle, aprendiendo de los nuevos entornos, sin involucrarse en nada distinto al trabajo o los planes de su hijo.

Tenía claro el rumbo del futuro, nada podía alterarlo, ¿o sí?




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