La Albañil

Capítulo cinco, parte 2

Melissa terminó de acomodar las compras en sus respectivos lugares, habiéndose tomado el atrevimiento al dejar a ambos compañeros de su hogar en el espacio de entretenimiento donde se vieron envueltos, decidida a darles el espacio que necesitaban, después del mes estresante que habían llevado.

No solo Alva estaba sufriendo en silencio, su hijo de alguna u otra forma estaba experimentando aquellas sensaciones que lo dejaban rendido antes de tiempo en la cama, a veces no llegaba a casa contento o ninguno de los dos conversaba como debían, sintiéndose la ausencia de ese personaje masculino con el que el niño no dejó de entretenerse la última vez que lo vio.

Saber que Patrick había calado en su interior, estaba haciendo sentir a Alva la peor madre del mundo después de haberlo expuesto a esas emociones nuevas que tanto quiso evitar, consciente de las creencias que se sembrarían en su hijo al ver a Aaron como una persona cercana a la cual recurrir. Ni siquiera pudo pensarlo, tampoco pudo impedir que las cosas no se dieran, quizás sacarlo o cambiar el rumbo de ese día donde los vio entretenerse como nunca, por mucho que haberlo visto igual de normal que siempre, no hubiese afectado en nada a su percepción sobre que era un Pato.

Eso la había hecho reír, del mismo modo que lloró cuando no tuvo las agallas de buscarlo para una presentación escolar en la que su pequeño participó.

No quería verlo, no necesitaba introducirlo más en un mundo que construyó a base de sacrificios, el mismo que intentaba detener con sus procesos legales de los que definitivamente su cuñada no pudo escapar, impidiéndoles estar en contacto. No porque existiese alguna orden judicial, sino porque se había prometido no darle más de lo que tenía a alguien como él.

La única solución fue contratar a quien pudiese hacer del animal Patuno con el que encariñó. Darian apenas dijo algo palabras ese día, sin embargo, verlo abrazar a su madre a modo de agradecimiento, a ese imitador a quien le enseñó los pasos que vio y quedarse sentados en el parque, mirando el atardecer irse, fueron de las pocas cosas que la ayudaron a estabilizarse.

Sentía las veces que lloraba, cómo intentaba ocultar sus sentimientos al hundirse en el trabajo, amaneciendo o tratando de no perder la cabeza por las explicaciones que debía de ofrecer a la gente con la que trabajaba, segura de lo difícil que era expresarles el por qué lo que ellos creyeron que terminaría en unos meses bajo la planificación acordada y sin contratiempos, ahora se veía bajo un escrutinio legal con el que seguía adelante a pesar de saber que perdería beneficios de acuerdo a los contratos que ella había estipulado.

Alva no era tonta, tampoco quería hacerse, por lo que de inmediato puso en circulación las cláusulas que la acogían de manera ordenada, previendo problemas, aparte de hacerles saber que seguirían teniendo respuestas de ella y del caso que aún avanzaba.

Hablar con su abogado no se le hizo complicado. El susodicho ya estaban al margen de los procesos, por lo que no tardaron en reunirse con tal de conversar más a fondo lo que estaba viviendo, haciendo una cita que le permitió concretar al descubrirla después de esa videoconferencia, sin las ganas suficientes para hacer algo.

La dejó dormir después de eso, a sabiendas de los cuestionamientos que pudo oír tras la puerta. Su amiga había guardado silencio durante unos largos minutos, evitando responder al llamado de la cabeza que la observaba desde esa silla empresarial.

—¿Por qué te cuesta tanto decirle la verdad?—El hombre volvió a demandar al no obtener respuesta—. Tu situación nos ha comprometido a todos, Alva. Entiendo que es un hecho del que no acostumbras a hablar, es solo que no creo que sea tan importante como para que lo ocultes.

—Con todo respeto, mi trabajo no es hablar de mi vida privada, Señor—Melissa tragó al oírla, sorprendida—. En lo que a mí concierne, no tengo deseos de comentarle mi vida a Patrick.

—Alva—lo escuchó tomar un suspiro—, el terreno es de su empresa.

—No, hay una diferencia abismal en eso—apuntó—. Ese espacio nunca cayó en manos de la Corporación de la familia Patrick, no es como si lo hubiera robado. Es una propiedad privada que me fue heredada de alguna u otra forma, por la madre de ese hombre. Jamás la cuestioné, no podía hacerlo si estaba en una tumba, ¿cierto?—suspiró—. Mi vida privada siempre será así, no importa lo que hagan conmigo.

—No creo que para nosotros sea conveniente seguir trabajando contigo si no te abres al mundo—la castaña cerró los ojos, sintiendo el golpe de esas palabras—. Hablo por mi parte. Sabes que he mantenido tu imagen intacta, que incluso tus viajes y tus equipos han sido exitosos, sin embargo...

—Sin embargo, no le daré el gusto a otros de hacer de mi vida un circo—detuvo—. Vi morir a mi padre en frente de esa empresa, la señora me entregó algo suyo por compasión, incluso costeó mis estudios sin pedírselo—un par de lágrimas abandonaron los ojos de su cuñada—. ¿Saben lo que es construir lo que soy hoy en medio de una soledad que te aplasta, que se lleva todo de ti?—La vio negar—. Es claro que no tienen mis condiciones, los felicito, pero no creo que mi falta sea motivo para detener todo esto.

—¿Y qué harás si pierdes, Alva?—La voz de una mujer se escuchó—. ¿Qué tienes pensado para nosotros si esto se va a sus manos, si tú pierdes?—La rubia elevó la cabeza, entreabriendo sus labios.

—Por lo pronto, devolverles todo lo que me han entregado de manera respectiva al contrato que les redacté—murmuró—. Tal vez no pueda cumplirles con el sitio, aunque sí con las cláusulas impuestas, sus honorarios y los activos de vuelta como me fueron entregados.

—Eso no lo dudamos de ti—alguien más expuso—. Siento tu situación, Bancroft. Mantennos al tanto.

—De acuerdo, Señor—susurró, siendo la primera en salir de la reunión.

La vio permanecer un largo rato en su asiento, descubriendo cómo caían las lágrimas a su pecho en un torrente que ni siquiera limpió, con las manos sobre su regazo, viviendo sola ese momento.

El pecho se le estrujó al verla bajar la cabeza, sabiendo que esa era una señal de duda hacia sí, a lo que hacía, a su trabajo y a lo que pensó que crearía en la calma de unos meses llenos de aventura.

La realidad estaba arrancándole las ilusiones a golpetazos, como lo hizo en el pasado, pensando si de verdad merecía acontecimientos buenos o era que de algún modo su burbuja explotó sin darse cuenta.

Horas pasaron, la casa se sentía inquieta a pesar de la fémina permanecer en la misma posición, en un choque profundo del que salió solo por la alarma que le indicaba que debía ir en búsqueda de su criatura al recinto.

Sorpresa fue para ella que se pusiera de pie en un segundo, limpiara su cara con un poco del agua de beber que no terminó, secara su rostro con uno de esos pañuelos de algodón y arreglara su apariencia antes de salir por la puerta contraria a donde su compañera de casa estaba, armada de fuerza para ver a su querido salir emocionado de sus labores.

No lo entendía, nunca había querido darle una oportunidad a la maternidad, no obstante, no cabía en su cabeza cómo era que podía estar recompuesta en menos de lo que calculó, tomando en cuenta que si fuese su caso, incluso tendría que ponerse algo de maquillaje, mejorar su vestimenta y sonreír para hablar con las personas que se topara en su alrededor.

Alva no. Alva ya sonreía al llegar a casa, seguramente en el camino y antes de subir a esa camioneta como si su universo no estuviese perdiendo más vida de lo normal.

—¡Tía!—Abrió sus brazos para recibir a su hermoso hombre de chocolate, quien jugó con su cabellera, tocando en ocasiones su rostro, curioseando hacia su madre quien ordenaba las pertenencias en el reposo cercano a la puerta.

—¿Cómo te fue hoy?—indagó, mirándolo.

—Muy bien, hablamos sobre los animales—indicó—. Me gusta mucho el tema.

—¿Ah sí? ¿Por qué?—Miró a Alva.

—Porque conozco a un Pato de verdad—expuso, emocionado—. No se puede convertir en Pato cuando está en medio de la gente, ¿sabes? Pero los Patos del parque lo quieren mucho, corrieron tras él.

—Eso es increíble—indicó, atenta a la rubia que se ensimismaba, atenta a las tareas del chico en sus brazos—. ¿Y tu madre cómo estuvo?

—Mamá no estuvo en la clase—acotó—. ¿Estás bien, tía?—Asintió, calmada.

—Todo bien, amor—besó su frente—. Ve a quitarte esa ropa.

—¡Voy como Flash!—chilló, emocionado al irse corriendo mientras ambas lo avistaban ir en buena dirección, llegando a su cuarto en tiempo récord.

—Sé lo que haces—Alva la vio—. Puedes preguntarme directamente.

—¿Cómo es que te paras y te vas?—Elevó una ceja—. Estaba oyendo, lo siento—negó, sabiendo que no era verdad—. No te entiendo.

—Haces lo que sea por tu hijo, Melissa—emitió—. Incluso fingir que no te estás muriendo, que vas a estar bien, que el mundo es bello—pregonó—. ¿Quién quiere que su hijo experimente el dolor? Necesito conocer a la primera madre que me lo diga, porque si no es así como debemos actuar, entonces elegí el camino de criar equivocado.

—Solo digo que es injusto que tengas que tragarte todo eso—sus ojos la encontraron, notándolos más apagados de lo normal, sin el enrojecimiento alrededor—. Al menos él debe de saber que la pasas mal.

—¿Para que crea que es su culpa?—Sacudió su cabeza—. A Darian le duele que su padre no esté con nosotros, le dolerá que algún día deba visitar su tumba, le duele si llego cansada del trabajo, le duele si me voy a otro lugar a resolver algo—enumeró—. No lo expondré a esto. No más.

—Entiendo—asintió, calmada—. ¿Café?

—Voy a estar con él—auguró, en lo que iba hacia esa habitación donde los dos se quedaron y antes que pudiese evitarlo, abrazada a su hijo, se durmió.

Liberó el aire, tomándose un vaso de agua al sentarse en uno de los taburetes de la despensa en la cocina, trayendo hacia sí la pequeña tableta que permanecía centelleando a su vista, acercándola a sí.

Alva seguía dentro, sin intenciones de salir de a menos que fuese necesario si necesitaba de su presencia o tuviese que hacer alguna cosa, luego de haberse recuperado luego del instante de vulnerabilidad en el que se vio envuelta antes de llegar a casa.

No negaba lo afectada que quedó, no solo por saber esa información de aquella mujer, sino porque seguramente tuvo que haber entregado parte de su historia para convalidar los datos originales con tal de mantener el proceso en orden, teniendo que rememorar partes de una vida que deseaba olvidar de muchos modos.

Al menos estaba haciendo algo al entretenerse con su compañero de vida, quien la mantenía en vilo en esas cuatro paredes, jugueteando, conociendo sus aficiones, además de responder las dudas que pudieran surgirle en ese tiempo de calidad que no evitaba.

Le encantaba esa parte, a decir verdad, la casa anhelaba su presencia desde hacía un buen rato. No era lo mismo cuando se quedaba a trabajar desde la tarde hasta la madrugada en ese despacho. Darian no se sentía de la misma forma, a veces no hablaba, ensimismado en dudas que seguro entendía y no quería responderse, sino que a la mañana dejaba saber lo feliz que le hacía que fuese con aquellos a quienes llamaba tíos.

Por supuesto que eso no quitaba que se sintiera desplazado en algunos instantes y que ella estuviese notando parte de eso era mágico para el hogar. No importaban los ataques de Patrick o las indicaciones que tuviese que resolver, la vida emocional empezaba a resurgir entre los dos, por fin floreciendo como quiso verlo.

Estaba consciente del mal en el que se veía, de la culpa junto a las cargas sobre sus hombros, aún así, de todo eso surgían momentos buenos que no dejaba de apreciar ni por un segundo, tanto así, que ya no estaba saliendo a sus citas habituales para compartir con los hombres.

Melissa sonrió un poco, acomodada en su asiento al pasar la vista por la información que aguardaba en la pantalla a modo de notificaciones, trayendo consigo un par de correos que se miraban de inicio en la bandeja de entrada, quitándoles importancia al ir hacia el navegador donde la mujer tenía un par de ventanas abiertas, referentes a proyectos que Patrick´s Corporation había realizado, yendo más a fondo con respecto a los dueños de esos apartados quienes parecían tener una mención tosca por lo que entregaron en manos del imperio empresarial, sin tener en cuenta cualquier cosa que pudieron haber vivido bajo las manos de los dueños imprescindibles del lugar.

Aaron Patrick y Erick Richardson, dos hombres influyentes que a lo largo de los años seguían manteniendo el ímpetu, la valentía y el apoyo de muchos para seguir creando lo que a la gente le gustara o más bien, lo que la cadena de demanda indicara que sería lo correcto, sin salirse de la línea ni moverse en sitios que no les dejaran beneficio alguno del que no pudiesen hablar.

La empresa en general estaba orientada a los resultados, las ganancias en vez de las pérdidas, a diferencia de años anteriores donde el prestigio podía notarse más al ser la Señora Patrick quien lideraba de una forma atrayente, con un público envidiable, atrevida a los riesgos, usando técnicas que lograran que se hablara de sus ocupaciones, echando su vida privada a un lado.

No necesitaba publicidad con respecto a lo que pasaba de manera personal con ella, sin embargo, el paso de los años fue arremetiendo en cambios no solo profesionales, sino en farándula por las riendas en las que se anudaba su hijo, la única descendencia del matrimonio que tuvo, evitando comprometerse en relaciones sentimentales después de la pérdida de su marido.

Si bien existían rumores sobre una ruptura de la que no se habló a fondo ya que las fotografías del hombre lo mostraban en lugares distintos a los de su mujer, para la empresaria la unión siguió siendo imprescindible en acuerdos o juntas directivas, en proyectos, en aperturas o galas que requirieran de su compañía, mostrándose amenos e incluso besándose ante las cámaras al sostener ese anillo que se unía en cuanto cruzaban sus dedos, siendo la clara representación de que parte de los chismes sacados, solo eran eso, chismes.

Las suposiciones no le daban estabilidad, ¿para qué deseaba hacerles caso? Así había vivido su matrimonio y si ella estaba contenta, aparte de conforme, con lo que pasó, no tenían por qué rebuscar más donde no debían.

Su hijo, por su parte, era una ficha nueva. Alguien que difería bastante del modelo de su fallecida progenitora, a quien ni siquiera mencionaba en agradecimientos honoríficos cuando sus negocios salían a la perfección. Apenas llevaba el apellido, no obstante, no la representaba en lo absoluto, cosa por la que sabía, había sido cuestionado en muchas ocasiones, quedándose callado en el momento.

¿Qué respondería? Los absurdos no necesitaban estar en primera plana, ni él ansiaba ser la burla de la ciudad. No después del legado que dejó la mujer que le vio la vida.

Exhaló, al tomar del vaso de agua mientras leía con calma, despegando la vista de la pantalla cuando vio a la rubia aparecer desde el pasillo, mirándola en el avance hacia ella, de camino a la cocina.

—Lo investigaste—la fémina sirvió un vaso de agua, tomándolo en lo que cerraba la nevera, girando en su dirección.

—Sí.

—¿Por qué?—Alva pasó el nuevo trago, cruzándose de medio brazo.

—Quería saber a quién me enfrento—Mel la vio, sin creerle—. Escucha, no confío en su trabajo, no confío en cómo hace las cosas. Eso ha estado resonando dentro de mí desde hace unas semanas, así que no dudé en averiguar.

—¿Y qué supiste?—Dio un par de pasos hacia ella, colocando el vaso en el reposo.

—Patrick no es la copia de su madre—habló—. Lo intenta, no lo logra.

—¿Eso qué significa?—Su amiga rodó los ojos, negando—. No me culpes, soy maestra.

—Por lo que puedo deducir, es un estafador. De alguna manera, todas sus obras, surgen en lugares en los que no se quieren establecimientos, donde la gente no está dispuesta a vender, donde los dueños han intentado montar algún negocio por su cuenta, que misteriosamente quiebra—auguró—. Sé por mi mano derecha que los sacó de construcciones que iban a la mitad, que estaban a punto de comenzar, que iban a término ya—expuso—. Nadie me saca de la cabeza que Aaron no lo está haciendo bien.

—¿Y te preocupa?—frunció el ceño, sin entender—. Por algo lo dices.

—Porque no es correcto, Mel—indicó—. Si me preocupara, se lo diría. La cosa es que...

—¿Qué?—Alva mordió su mejilla.

—Me pregunto qué le pasó—su compañera en frente la observó perder la mirada en el líquido, dándole vueltas en el mármol—. Es decir, el camino de su madre, el camino suyo, es tan dual. Es tan diferente, como si no fuese el Patrick que todos esperaban, la copia de su mamá.

—Tú no eres la copia de Aura—tragó—. A lo mejor fue demasiado para él.

—A lo mejor también es demasiado para mí—expresó, ensimismada al seguir moviendo ese vaso que no dejaba sus palmas, compartiendo un baile del que apenas se dio cuenta, pensando en las ganas que tenía de ocultar lo que su sistema le hacía sentir con respecto a él, evitando cualquier clase de compasión que quisiera entrometerse en ese periodo de tiempo, consciente que él no había tenido nada de eso con ella.

No podía esperar nada distinto a lo que vio, no importaba si de alguna forma el espacio que compartieran le hacía sentir abrumada, sin fuerzas para ocultar lo que pasaba dentro de sí al entrometerse esa ola emocional que se hundía en sus poros al absorber las sensaciones que traía anudada a su presencia inquieta.

A veces soñaba con esos ojos, también se había tocado por ellos. Esa era la razón por la que no dormía, puesto que la primera vez estuvo tan atento que ahora se mezclaba en su inconsciente, sacándola del balance aún en la ruina que estaba dejando a su paso, confrontando varias partes de sí.

Su sensatez no buscaba nada de él, pero su cuerpo dictaba otra cosa, su corazón parecía deseoso de alguna nueva emoción y la realidad no estaba ayudando a que su soledad continuara como lo quiso planear.

¿Tan difícil era quedarse sin nadie toda la vida? ¿Por qué deseaba ser una pertenencia, por qué no se llenaba a sí misma? Pasó las manos por su rostro al tomar aire, aún en la compañía de su cuñada, quien le entregó espacio absoluto en medio de sus desvaríos.

La verdad, no solo lo había investigado en ese ámbito, también llegó a tener conversaciones con las personas afectadas. Cargaba sus testimonios, sus pruebas y algunos cuestionamientos que en realidad no quería usar. No tenía las ganas.

—¿Se divorciaron sus papás?—La demanda la hizo levantar la vista, extrañada—. Quizás la separación fue lo que le afectó a Aaron.

—No, eso no pasó—admitió—. El señor Patricio Patrick—rieron—, llevaba una vida más basado en la aventura, el descubrimiento, la apreciación—sonrió—, a diferencia de su esposa que gustaba de la privacidad, el estar lo menos posible en el medio, afianzada a su trabajo y a su hogar—comentó—. Todos creyeron eso, inventaron un divorcio falso, ella se reía de eso.

—Era una buena mujer—asintió, dándole la razón.

—¿Sabes? Era joven aún, pero recuerdo muy bien que siempre, a las tres de la tarde, su esposo la llamaba desde donde sea que estuviese. Se tomaba una hora y media de conversación con él, reía mucho a su lado, las veces que le llevaba su café, se notaba tan radiante que solo alguien podía apagarla en segundos—pasó saliva—. A veces su hijo llegaba tirando la puerta, pidiendo más dinero, acompañado de este chico... Erick o algo así se llamaba. Eran amigos.

—La mala influencia—negó.

—Era buen chico, Aaron solo vivía del descontrol. Eso la aniquiló.

—¿Y su esposo? ¿Qué pasó con él?

—Murió primero, se fue joven, nadie se lo esperaba—suspiró, recordando apenas—. Ella lo tomó con calma, a lo mejor él siempre le dijo que no duraría hasta la vejez, por eso no la vieron llorando a mares en su funeral. Ambos se despidieron y al día siguiente la noticia llegó. El cuerpo fue cremado y echado al mar, como su petición lo indicaba.

—O sea que... No vivió la cercanía de su esposo y encima el mar recibió lo que ella merecía—rió, encogiendo sus hombros.

—Así es la vida—Melissa hizo una mueca, chocando su vaso de agua con el de su cuñada—. Lástima que no me preparó para mi pérdida.

—A diferencia de ti, yo sí sabía que Brans moriría joven—Alva la miró, indignada—. Desde que se enlistó, lo supe.

—No juegues con eso, Mel—su humor se redujo de inmediato—. ¿Sabes qué? Mejor me preparo.

—¿A dónde vas?—Melissa bajó del taburete, siguiéndola a su habitación—. Alva.

—Iré a hablar con tu hermano—puso las manos en sus cinturas.

—Ya casi es de noche, no puedes ir a ver una tumba a esa hora—rodó los ojos, buscando la ropa para la salida—. ¿Y si andan haciendo brujería por ahí?

—No seas estúpida—refunfuñó—. Extraño visitarlo, no he tenido tiempo de verlo.

—Igual no es como que un muerto espere tu visita—Alva le tiró una almohada en la cara al verla reírse con fuerza, corriendo para cerrar la puerta—. ¡Omm, saldré en tus sueños esta noche, mujer!—negó, dejando el espanto—. Muajajajajaja, iré por ti como el fantasma de la noche. Voy por tu alma—Alva tomó un zapato del suelo, lanzándolo a la puerta.

—¡Largo!—echó.

—Nos vemos pronto, querida Alva, muajajajajaja—su pecho se aceleró un momento al sentir que se alejaba de allí, consciente que de vez en cuando la asustaban esas cosas a pesar de no creer del todo en ellas.

Liberó el aire en medio de la calma, tan pronto elegía un pantalón oscuro, una blusa de tiros y una chaqueta marrón que se acomodaba, dándole calidez a su piel, echando su cabellera hacia atrás.

No llevaba maquillaje, tampoco le era necesario, por lo que se colocó las botas al ir en búsqueda de sus llaves, ignorando la burla de su cuñada quien seguía intentando crearle más miedo del que ya sentía en su interior por su culpa, armada de valor al subir en la camioneta, dirigida hacia el panteón donde las tumbas de su esposo, su madre y su padre, permanecían en la misma línea.

Se perdió en el trayecto, envolviéndose con la balada que resonaba en la emisora, misma que alguien más deseaba estar escuchando, aunque no podía debido al espacio en el que estaba.

Patrick seguía afianzado a esa silla nueva que ocupaba espacio en la oficina de esa mujer quien había decidido no hacerle compañía durante todo el hecho al que la había sometido, en contra de contarle lo que él buscaba saber como si se tratara de algún premio eludir los acontecimientos que la llevaron allí, siendo que legalmente esa propiedad no podía ser cedida sin un acuerdo que lo involucrara al ser heredero de la fortuna de sus padres.

Complicado era descubrir las razones por las que su madre terminó entregando algo de esa índole a una persona como ella, quien ni siquiera era de la familia.

Aparte, su madre le había ocultado las razones por las que una alta suma de efectivo cayó en manos de Alva, lo que por supuesto no estaba metiendo en el circo que armaba, afianzado a la obtención de sus intereses y más que nada, al poder que le daba estar por encima de ella o de cualquiera que se interpusiera en su camino.

Sabía que no la estaba pasando bien, pudo deducirlo en la forma en que le habló en la mañana, no solo por provocarla, sino porque su semblante hablaba por sí solo. De algún modo, salió afectada de ese espacio que ahora buscaba fuese separado con razones válidas, sabiendo que no podría desmeritarla, ni quitar de su cabeza el hecho de que un edificio como ese necesitaba mantener alejadas a las personas que no querían verse cuando los intereses en común se veían en conflictos.

Si era sincero, le hubiese gustado dar todo por haberla seguido en cuanto se fue al piso superior con ese muchacho. Deseaba oír las palabras que soltaría con rabia, aunque usando un tono sutil donde el profesionalismo se enmarcara en el ambiente, sorprendiendo a la cabeza que dirigía ese lugar. La cosa era que no tuvo ganas al saberse lamentándose por cómo lo ignoró en segundos, tan solo despidiéndose de él en esa indiferencia que ocultaba lo que había hecho, lo experimentado en ese encuentro, al instante que sus labios chocaron con los suyos sin poder evitarlo.

Si pudiese devolver el tiempo, desearía pararlo allí o al menos regresar a ese choque de sus labios donde todo en su cabeza se desvaneció, donde la sorpresa fue inmediata, con el impulso de conocer las vibraciones de su cuerpo dirigidas a su favor y solo al suyo.

Nadie más la había besado, nadie más hizo el intento de sumergirse en ese torbellino, en ese mundo nuevo, en esa galaxia que arrasaba su carne humana, vistiéndola de ese agujero que solo lo absorbía, soñando despierto en los roces de sus dedos, esos que afianzaron con fuerza su camisa, que no se detuvieron al sentir su cuerpo contra el suyo.

Realmente estaba experimentando lo que nunca creyó que estaría despierto de nuevo. Parecía el sueño de un loco, por mucho que estuviese cuerdo, seguro en sus brazos, en su encuentro y en lo que representaba consigo.

¿Vulnerable? El único que lo estaba era él. Eso tenía que confesarlo, incluso tendría que emitirlo si le ponían a un Padre a confesar sus pecados. Haber caído en el daño por lo mucho que una mujer le estaba causando, creyendo que el dolor, que sacarla de su zona de confort, que removerle la vida, haría que lo viera con ojos de devoción, de súplica o de perdón y eso... sinceramente no pasaría a menos que lo creara en su imaginación.

Alva era más de lo que podía imaginar. Sus ataques en cualquiera de sus áreas no la harían perder su esencia, no la alejarían de su método de trabajo, sino que la mantendrían de pie o al menos eso creía él, echando a un lado el tomar en cuenta que a veces la gente dejaba de luchar contra la corriente.

¿Lo haría? A su percepción esa idea estaba muy lejana, primero lo hacía él, que Alva Anairis Bancroft. De eso estaba seguro.

Liberó la tensión de su cuerpo al soltar el aire retenido en sus pulmones, sirviéndose en un vaso un poco de la botella de licor que Erick le llevó en honor a su estado de amargura por el que no quiso comunicarse con él.

Un regalo así valía la pena a su percepción, por lo que lo dejó en ese escritorio, tan solo habiendo visto a los que cuidaban el lugar alrededor, encontrando que el personal estaba lejos de ser ocupado de nuevo por los trabajadores.

Patrick los veía de vez en cuando, no obstante, ese día no salió directamente hacia la obra, sino que el guía lo condujo a esa dirección que nadie conocía y de la que no hablaría nunca a menos que algo lo ameritaba. En cierto sentido tendría que comentar la situación por lo que ejercía contra Alva, sin embargo, no pasaría a más. No después de eso.

El camino se le hizo más ameno al ver los arbustos llenos de flores en lo que el trayecto lo llevaba hacia ese portón que se abrió en cuanto dio sus credenciales, abriéndose paso en el recinto para personas con discapacidades mentales, buscando el sitio en el cual podría estacionarse en lo que el área verde le daba la bienvenida.

El aire que respiró fue limpio, tan natural que alejaba los desperdicios que se mezclaban con el respirar de la ciudad, cerrando la puerta del vehículo tan pronto acomodaba su saco, acomodándolo seguro en ese botón.

Una de las encargadas lo encontró mirando el alrededor impregnado de bien a la vez que se acercaba a él, quien curioseaba lo que tenía en frente con calma.

—¿Señor Patrick?—La voz lo hizo posar su atención en la mujer que llevaba un uniforme completamente blanco, con su cabello alzado en un recogido, aguardando sus palmas en los bolsillos de su blusa—. Hace tiempo que no venía.

—Por el estado de mi madre, cumplí con la petición que me hicieron—expresó al extender la mano en la unión del saludo de la chica, quien fue cordial a su lado.

—En esos momentos se alteraba mucho, ahora el medicamente suele doparla un poco—comentó—. ¿Desea verla? ¿O quiere volver a conocer el lugar?—El hombre negó ante lo último, seguido de los pasos de la mujer a su costado quien lo conducía por el pasillo el lugar, sin haber entrado directamente a la edificación.

Sus ojos recorrieron el enorme jardín donde las cuidadoras paseaban a sus respectivos pacientes, sonriendo con ellos, hablándoles e incluso tomando pequeños tiempos para leerles mientras el sol llevaba vitamina a sus pieles en medio de la recreación en la que se veían envueltos, viendo a algunos aplaudir, encantados.

Hacía un largo rato que se notaba su ausencia allí. La entrada de su madre al lugar dejó asentado en su interior el pedido del que estaba escapando allí, decidiendo no hacerle más caso al hecho de no regresar por ella, ni verla, tampoco visitarla o si acaso mandarle a alguna persona en su representación.

Esa fue una de las órdenes que acató al pie de la letra desde que ella decidió internarse al comprender que su cerebro iba a ir volviéndose más senil con el paso de los años, olvidando entonces lo que un día fue y lo que pudo ser si se lo proponía, sin poder escapar del comienzo de su condición a una edad que no merecía su vitalidad, ni la fuerza de su vida.

En el fondo se culpaba por ese suceso. No le importaba haber fingido el funeral de su progenitora, anunciar que había muerto, que su legado se quedaría siendo uno de los mejores en la historia empresarial. Lo que sí le dolió fue ser causante de ese desgaste, haberla hecho llorar más de lo que necesitaba, perder horas de sueño por sus escapadas, convertirse en una mujer afectada por los actos de un hijo que no la consideraba por mucho que fuese la única figura que le quedaba.

No entendía cómo pudo ser tan estúpido en la vida, cómo es que prefirió darle peleas, insultos y gritos, a alguien que le entregó todo lo que nunca pudo concretar en su relación. De alguna manera se merecía haber perdido al amor de su vida, verla renunciar con ese rostro cabizbajo después de hacer planes de matrimonio, consciente que si hubiesen seguido, estaría ya casado con ella.

El sendero que escogió seguía pisándole los talones, recordándole que por más que lo quisiera, jamás sería mejor. Era un mediocre, un cobarde en todos los sentidos de esas palabras, un mal ejemplo y un mal hijo que no renegaba de esas responsabilidades.

Preferir crecer en el descontento, en el desenfreno y el capricho le costó las emociones de su vida y ahora que podía tenerlas de vuelta, seguía poniendo la piedra en la vía, porque sabía que nada bueno estaba mereciendo.

—¿Cómo está?—La presente lo vio—. Sé que casi nunca la visito, pero no es por algo a la ligera. También fue una decisión que me hizo seguir al pie de la letra—afirmó.

—Su Alzheimer sigue avanzando—tragó—. Entiendo que es joven aún, que en realidad no es la edad en la que este deterioro cognitivo aparece, no obstante, no es algo que se detiene. A veces es más rápido con predisposiciones genéticas.

—¿Alguna condición psicológica lo empeora?—indagó—. Mi padre murió, casi me convierto en un alcohólico después del término de mi relación, la hice sufrir demasiado mientras crecía. Todo eso se le acumuló—su garganta se apretó—. Sufrió en silencio.

—No solo eras tú, también su trabajo—expuso—. De cualquier manera, ella terminaría en esta situación—bajó la cabeza, limpiándose las mejillas donde un par de lágrimas se dejaron ir sin aviso alguno.

—¿Puedo verla? ¿Hablar con ella?—conjeturó, tratando de estar mejor, ocultando las emociones en un cajón.

—Claro, lo que no garantizo es que lo reconozca. El día que la llamó, ni en las horas de juego se acordó de usted—admitió.

—¿Quién quiere acordarse del peor error de su vida?—demandó, más para sí, que para ella, conducido a sus pasos en lo que llegaban a la parte trasera donde los mayores se hallaban concentrados en juegos, charlas y entretenimientos de los que no pasaban sus ojos al sentirse encantados.

Habían un par de burbujas echándose a los aires mientras algunos las intentaban sostener o aplastarlas, divertidos, siendo igual de humanos que todos los demás.

Aaron la vio sentada en esa mesa, moviendo fichas de ajedrez en lo que se entretenía a solas, atenta a lo que sus dedos hacían, a pesar de no recordarlo después, tan solo siendo ella misma y nadie más que alterara su proceso.

La luz del sol la llenaba de igual modo que el ondeo de los árboles cubrían su entorno, avanzando hacia ella en lo que se llenaba de valor para verla, sin estar preparado para algún reconocimiento o cualquier demanda que le hiciese conforme a su identidad, considerando que no sabría qué decir. No podía tan solo soltarle la verdad así.

Inspiró, llegando con cuidado al quedarse observándola de frente en un silencio que le dio la bienvenida.

—¿Puedo?—El susurro de su voz hizo a la mujer elevar la cabeza, cubriéndose un poco la frente para enfocarlo, con una sonrisa posada en sus labios al ver a ese hombre allí.

—Claro que sí, jovencito—señaló emocionada la silla contraria a ella—. Qué guapo, siéntate. Hazme compañía—instó.

—Muchas gracias, aunque no soy tan joven—musitó.

—Qué tierno—movió su mano, coqueta—. Para una mujer como yo, claro que sí—rió.

—¿Cómo te sientes?—La presente lo enfocó, escrutándolo.

—Oh, me tutetas—soltó una risita—. Qué lindo caballero, ¿verdad, querida?—La enfermera sonrió, dándole la razón a su lado—. Estoy bien, me gusta mucho esta naturaleza.

—Lo sé, en casa tenías tu propio jardín—frunció el ceño al no comprender sus palabras. Parecía que esa persona la conocía, pero ella nunca lo había visto en la vida. No entendía qué pasaba.

—¿Lo conozco?—inquirió—. Cariño, no sabía tampoco que tendría visitas. ¿Quién es el señor?—La chica fijó la vista en el hombre, quien asimiló la extrañeza del instante, perdiendo el hilo de la situación.

—Soy Aaron—ambas lo vieron—. Soy Aaron, mamá. Aaron, Patrick—soltó, en lo que la enfermera le pedía en voz baja que no continuara, sabiendo que podría alterarla.

—Lo siento, no conozco a ningún Patrick—restó—. Cariño, quiero un poco de agua. ¿Sabes quién es este señor?—Entreabrió sus labios, sorprendido.

—Mamá, tú me llamabas Patricio, ¿recuerdas?—Buscó su mano, tomándola a pesar de su negativa—. Papá se llamaba así, Patricio Patrick, somo si fuera una burla o maldición.

—Me está asustando, ¿quién es él?—Tembló—. Dile que se vaya, por favor.

—¡Mamá!—Las palabras la hicieron respingar al estar alterado, sin entender por qué no lo recordaba. Ya estaba ahí, ¿no? Eso debía bastar—. ¿¡Cómo no puedes acordarte de mí!? ¡Soy tu hijo!—La mujer avanzó al detenerlo de lo que haría, poniendo distancia entre ambos para que no creara más escándalo del que había avisado al presionar el botón en su chaqueta.

—Patrick, no puede alterarse de ese modo frente a la paciente. No lo recuerda. Es suficiente.

—¿Qué dices, muchachita? Yo no estoy enferma. Iré a casa, si me lo permite—se puso de pie, ignorándolos.

—Señora—la encargada se acercó hacia ella, acomodando las palmas de forma segura en sus hombros—, tranquila. Es solo un susto, ¿quiere ir a su cuarto?

—¿Por qué dice que estoy enferma? Vine aquí a un negocio, no tengo que ir al hospital.

—¡Tú ya no eres esa mujer!—El rugido las sobresaltó—. Sí estás enferma, tú enfermaste cuando trabajabas en Patrick´s Corporation. Me dejaste la empresa, te olvidaste de mí, mamá. ¿Cómo puedes no tener recuerdos de tu propio hijo?—La voz del hombre se hundió igual que sus rodillas en el suelo, mirándola entre lágrimas—. Recuérdame, mamá. Por favor, recuerda—pegó su cabeza a su vientre, sollozando.

—Señor, no lo conozco. Me tengo que ir—restó, limpiándose la ropa con incomodidad al pasar de quien se arrastraba a sus pies, tomándola de uno de ellos.

—Patrick, ya basta—espetó, intentando soltarla del agarre.

—No te vayas, mamá—suplicó—. Te lo pido, por favor.

—¡Oiga!—Ni siquiera alzó el rostro ante la nueva voz que se acercaba, llevando una descarga de electricidad a su mano, terminándolo de alejar de la afectada—. ¡Esto es inaudito, Aaron! ¡No puedes alterarla más.

—¡Es mi madre!—gritó, avistándola en el camino sin retorno por el que la llevaban junto a otros enfermeros.

—¡Está enferma!—La morena acotó, molesta—. Si te olvidó, es por algo. La mente no trae a la memoria a quienes más daños nos hacen—negó, sin aceptarlo—. Voy a pedirte que te vayas de la forma más educada posible. No es justo que vuelvas.

—Quiero a mi mami—su voz se quebró—. Quiero a mi mamá—farfulló, en una rabieta infantil de la que no escapó al echarse el cabello hacia atrás, dando saltos en su sitio—. No me la quites, por favor. La necesito, Wanda.

—Por el momento no va a ser posible que te tenga en consideración—su pecho se encogió, rompiendo su corazón—. Vete a casa, Aaron—enunció al volverse sobre sus pies, dejándolo en completa soledad, después de ese jardín estar lleno de tantos que necesitaban de él.

Soltó un grito desde lo más fondo de su corazón al no poder hacer nada, con las féminas viendo su silueta alejarse desde la ventana de su habitación, siendo la mayor quien no apartaba su mirada de él, siguiéndolo hasta que lo perdió en el trayecto elegido.

—Está tan roto, mi Abel—un par de ojos se ampliaron en el sitio, recordando la uniformada que ese era el nombre que tanto deseó ponerle a su hijo antes que su marido lo nombrara Aaron, siguiendo una línea familiar de la que al parecer se desprendía con más facilidad que con su propia ensoñación.

Tragó al dejarla allí, cerrando la puerta en el proceso de ir cuesta abajo, corriendo lo más que pudo para hallarlo sumergido en el vehículo, a punto de pasar ese portón por el que no entraría durante un tiempo si seguía las indicaciones solicitadas.

Aceleró sus pasos, deteniendo el auto con un par de manotazos en ese llamado de atención que lo hizo salir unos minutos, limpiándose el rostro lo más que pudo.

—¿Qué?—Aguardó, en su presencia.

—Ella quería llamarte Abel—confesó—. Solo así te reconoció, Patrick—no pudo hacer más que un movimiento de cabeza a modo afirmativo, de regreso a su móvil con el que se apartó de allí, dejando a la cuidadora atrás hasta que ya ni siquiera la vio.

El tramo de vuelta a la ciudad fue abrumador, ni siquiera pudo dejar de usar ese pañuelo con el que buscaba detener el torrente de agua salada que partía sus ríos desde sus ojos, teniendo que parar en la carretera en la búsqueda de estabilidad.

Las emociones lo estaban rebasando, su pulso se hallaba acelerado, del mismo modo que el dolor en su corazón no menguaba. A lo mejor no lo haría durante unas largas horas por lo reciente que ese encuentro había sido, arruinándolo todo como siempre.

¿Qué tenía de malo su nombre? ¿Por qué no solo le dijo que lo llamaría Abel, como el nombre que le gustaba? ¿Realmente no lo recordaba por la enfermedad o porque logró olvidarse seriamente de él? Eso último le daba miedo, demasiado en realidad.

No porque sus trabajos se vieran comprometidos, sino porque no sabría cómo asimilar haber hecho que su propia madre no tuviera memoria de su existencia, de todo lo que le conllevara a él en general.

Merecía lo peor del mundo. Sabía que era parte de lo que estaba mal en la tierra, pero verlo como lo hizo ahí, no le daba esperanzas a un cambio, ni a su evolución.

Sacudió su cabeza al regresar donde el mundo no estuviese entre tantas ruinas a pesar de estar tumbando los muros expuestos como fortalezas, habiéndose encontrado de manera sorpresiva con ese grupo de empleados que vestían sus uniformes acordados, llamándole la atención que estuviesen allí después de unas semanas de pérdidas en sus labores.

Como pudo, llegó hacia la pequeña juntilla, tomando lugar a su alrededor, curioso.

—Pensé que no volverían—todos lo vieron—. ¿Su jefa sabe que están aquí? ¿Ella los envió?—Apartaron sus miradas al empezar a dispersarse en silencio—. ¿Tanto les cuesta darme una respuesta?

—¿Por qué deberíamos de hablar con el tipo que nos ha quitado el pan de cada día un centenar de veces?—El muchacho expresó, hastiado—. No se vaya a ofender, es su trabajo, pero nosotros también tenemos derecho al cuidado, no a las estafas o a dejarnos en la calle solo porque se le plació.

—La cosa es que ustedes tienen contratos desechables. No son fijos. Precisamente por esas razones no me encargué de indemnizarlos en su momento.

—Vaya nivel de caridad, señor Patrick. Qué vergüenza cómo representa a su madre—apuntó, directo—. Es hora de irnos, chicos.

—Antes—él los detuvo—, quisiera saber cómo limpian la oficina, dónde está todo lo que necesito—los vio reír en su dirección, declinando permanecer en la edificación al aceptar que no podrían compartir ese lugar con él, muriendo a la oportunidad se seguir trabajando con su jefa o al menos verla pasar.

No había regresado desde que tomó ese escritorio. La verdad, sentían que era lo mejor, conscientes que después de todo, ocupaba un espacio que era suyo en todo su esplendor, sin verse arraigada a la humillación de permanecer en la parte trasera que quedaba como opción.

Alva no era una persona enjaulada, si tenía ese despacho lleno de espacio era por algo, no porque se la pasara pegada al computador o sentada todo el tiempo en esa silla que en conjunto le consiguieron a modo de cariño después de alejarle ese taburete donde no recostada ni medio peso de su cuerpo.

Suspiraron al dejarlo, aceptando que por el instante permanecerían inactivos en sus labores, teniendo Aaron que ir arriba, en dirección a la oficina de donde no quería que se fuera su olor.

Estaba bien si no quería volver ahí, lo que estaba mal era quedarse sin su fragancia, ese detalle característico que se mezclaba con lo que expedía su piel al las feromonas avivarse en lo profundo de su interior.

Exhaló, buscando tanto que no encontró nada, ni la más mínima fragancia embotellada, ni algún líquido cercano a lo que podría usar como refrescante de espacio, dándose por vencido.

Ahora se llevaba un par de tragos, bajo su intento de ignorar la botella dentro de esa bolsa de regalo que ya conocía, aparte de haber leído el piropo escrito por su mejor amigo, quien no dejaba de mostrarlo como la burla, estando lo suficientemente alejado como para gastarle una broma de mal gusto a modo de represalia.

Cerró la botella mientras la noche se afianzaba en el cielo, removiendo en sus dedos el vaso donde probó el líquido amargo que llenaba su ser, recordándole que así se sentía y que no podía cambiarlo a pesar de lo que el mundo le ofreciera a cambio.

Apretó el vidrio, soltándolo antes de romperlo, sin querer armar un desastre del que se pudiera arrepentir de inmediato.

Tomó el saco, posicionándoselo en lo que iba a la salida, acompañado de sus respectivas pertenencias tan pronto apagaba la luz, cerraba la puerta y colocaba seguro, yendo escaleras abajo ante la primera idea que llegaba a su mente como un modo de auxilio.
¿Quería limpiar? Entonces necesitaba ensuciar de nuevo.

Inspiró al colocarse en el volante de camino a esa casa, al tiempo que Alva se sentaba en esas gramas secas, posicionando las flores que consiguió antes de ir a ver a su difunto amor.

Se acomodó de piernas cruzadas, en esa posición que le hacía leer de lleno su nombre, la fecha de partida, al igual que la frase característica que lo representaba, llenando el jarrón de las hojas vivas que lo adornaban ahí.

—Hola, mi amor—murmulló, calmada—. Te extraño. Extrañaba venir a verte—inspiró profundo—. Lo siento si las fechas consecutivas han cambiado, he tenido algunos contratiempos laborales y también tengo que atender a Darian—indicó—. ¿Sabes? Este es el único lugar donde puedo hablar de mis problemas sin sentir miedo porque sé que no puedes juzgarme y a lo mejor no te atreverías si estuvieras con vida, pero... he llegado a pensar que podría quedarme sola—admitió, sacando lo que había en lo profundo—. Diría que no sentimentalmente porque han surgido cosas, sin embargo, siento que de alguna modo no estoy destinada a la compañía, a que los que quiero se queden conmigo—parpadeó—. He imaginado miles de escenarios y el terror me invade de solo pensar que Darian se irá de mi vida antes que pueda asimilarlo—secó su mejilla, inquieta—. Es catastrófico, lo sé, no se lo he dicho a nadie más. En el fondo siento que me quedaré desolada en este mundo que a veces me pesa demasiado—pasó saliva, afectada—. ¿Qué tal si mañana despierto y él se despidió y yo no lo escuché? ¿O si me quedo despierta toda la noche, vigilándolo, asegurándome de que respire?—Sorbió su nariz—. ¿Estoy loca por eso? ¿Crees que debería contarle esto a Melissa? Porque la verdad es que no quiero que te lo lleves. No puedes hacerlo porque ya me abandonaste una vez y lo único que queda de ti no puede dejarme, así como si nada—bajó la cabeza, desbordándose—. Te lo ruego, Brans Bancroft—su voz se rompió—. Dame muchos años de vida con él, porque no quiero ser la que entierre a mi hijo y él tampoco debería enterrarme a mí, pero hay un ciclo de vida que quiero explicarle, que quiero que cumpla porque ese es el ciclo real, así puedo prepararlo para cuando no esté—apretó sus palmas, pegando la cabeza en la lápida—. Al menos dame lo que no me diste, te lo ruego desde lo más hondo de mi corazón—farfulló—. Y perdóname por llenarte el lugar de lágrimas, es que me he sentido demasiado sola estos días. Dame tregua—suplicó, muerta de ese miedo natural que no desaparecía de sí, queriendo aprovechar cada minuto—. Nuestro hijo es tan hermoso, es inteligente, es un amor, Brans—lloró—. Sinceramente soy la peor madre que pudo tener, así que hago lo que puedo con lo que tengo a mi alcance, por mucho que la fortuna que le amase no le provea del verdadero amor—Alva llevó el aire a sus pulmones, buscando calmarse—. Este tiempo que no he ido al trabajo, lo he disfrutado con él. Tenemos días planificados para las películas, la escuela está dejando menos tareas y se encariñó con un hombre que no quiero en mi vida—aceptó—. ¿Cómo se lo saco de la cabeza? ¿Cómo le alejo la figura que para él, es más amena? ¿Hago mal al no tenerlo de pareja? ¿Es un problema que no crezca con hombres a su alrededor, a diferencia de sus profesores?—Cubrió su rostro—. Necesito algo de dirección, Brans. Necesito saber si tengo derecho a buscar a alguien, si puedo enamorarme otra vez, si no perderé de nuevo—se abrazó—. Dímelo por favor—auguró, cerrando los ojos.

—¿Alva?—La rubia dio un respingo en su lugar, quedando de pie lo más rápido que pudo al notar la linterna en su dirección, cambiando su semblante a uno molesto.

—¿Qué rayos haces aquí? ¿Has estado siguiéndome?—Apagó la luz al descubrir dónde se encontraba, con la incomodidad abrazando su interior al darse cuenta que la interrumpía.

—Melissa me dijo dónde estabas—soltó un bufido.

—¿En serio? ¿Melissa?—Patrick hizo una mueca.

—En realidad fue tu hijo.

—Dios...—sobó su frente, cansada.

—No es mentira—restó, sabiéndolo.

—Sé que no es mentira, no tienes que decirlo—zanjó.

—¿Cómo lo sabes?—Alva lo miró, cruzada de brazos.

—Porque sé que ella no te lo diría, mi hijo sí. Ambos se tienen cariño.

—Lo siento—una risa se le escapó al escucharlo.

—Eso es mentira.

—Totalmente—tomó aire, enfocándolo en medio de la penumbra.

—¿Qué quieres? ¿Qué se te ofrece?

—Quería preguntar sobre cómo limpias el lugar—la mujer estuvo a punto de dar vueltas en el pequeño sitio a modo de protesta por estar escuchando aquello, negando al no poder asimilar sus palabras del modo que él lo necesitaba.

Es que tenía que ser una broma. Lo era.

—¿Cómo? ¿De veras me estás diciendo eso, Patricio?—Enarcó una ceja, sorprendido.

—Sí, quiero saber cómo mantienes el edificio limpio, cómo se queda tu olor, bueno, el olor a limpieza, ahí—acotó.

—Claro—sonsacó en sorna.

—Tu equipo paró el trabajo, ¿de acuerdo? No soy grato ante su presencia. No quieren verme. No soportan a una persona como yo a su alrededor y esos hombres pareciera que están enamorados de ti—el rostro de la rubia se desencajó por completo. ¿Qué esperaba? ¿Flores y corazones? ¿Y qué era eso de enamorados? No cabía duda que ese hombre se estaba volviendo loco, ahora sí que lo entendía.

—¿Puedes explicar qué demonios tratas de decir?—demandó.

—Digo que te aman y ni siquiera te has dado cuenta.

—Y yo digo que te lo estás inventando, Aaron, porque esos hombres tienen sus esposas. Por amor de Jesucristo, no salgas con estupideces como esas. Es lo más absurdo que he oído.

—Es lo que vi. Te defienden con uñas y dientes, hasta con...

—No seas imbécil—paró.

—Es lo que presencié.

—Es tu percepción—reviró.

—Mi percepción—enunció, burlesco.

Alva se sostuvo de brazos cruzados, haciéndole un poco de guerra al frío que se sentía alrededor, llenándose de calma en ese momento para no echarlo a patadas del lugar.

Tenía derecho a estar sola, quería quedarse un rato con su amado, ¿por qué no solo la molestaba en otro instante? ¿Por qué?

—Entiendo que quieras hacer ver mal a mis chicos, lo que debes entender tú es que no vas a lograrlo. No proyectes lo tuyo en otros. No todos los hombres que entran en mi vida son manejables para un interés amoroso, mucho menos ellos. No comparto nada con esas personas, en mi vida hemos tocado el tema de mi viudez o lo necesario a mi existencia o maternidad. El amor no es algo con lo que trabaje de forma sentimental, los enamoramientos no son ni van conmigo y no se me hace una necesidad básica para sobrevivir—concretó, calmada—. Ahora, lo que viniste a buscar...

—Antes, una disculpa y acepto tus palabras. Dime.

—Donde me viste la otra vez, están los componentes para la limpieza—habló—. Seguramente ya buscaste, también sé que lo encontrarás en cuanto mires al lugar correcto. Lo que uso es de material sustentable a la estructura con tal que no sufra daño, así seguro te sentirás más cómodo en mi oficina, además de saber que seguirás ahí durante el periodo que necesites hasta que termines el circo que armaste.

—¿Yo armé un circo?

—Sí.

—Alva, tú me robaste.

—Tu madre me regaló ese terreno. ¿Por qué no lo entiendes?

—Eso no lo dice mi testamento.

—Entonces pregúntale a su tumba a ver si te da una respuesta.

—¿Cómo se la estabas pidiendo a tu esposo?—Su mentón se endureció, bajando la mano que quiso irse contra su rostro de inmediato, consciente de que eso no valía la pena. Su autocontrol era más importante y sus palabras no tenían que afectarle.

—A lo mejor así te habla y aprendes a hacerle caso—conjeturó, entrecortada.

—No entiendo—sus ojos no se apartaron de él—. ¿Cómo es que estás conectada con mi vida? ¿Cómo, una simple albañil que vive en un pequeño punto de esta ciudad, fue a verse con mi madre para que le diera una propiedad? Al menos explícame eso—exigió.

—Vivía en otro lugar cuando la conocí, yo era la hija de la conserje que limpiaba el piso para que tu madre y tú pasaran como los reyes que eran. Incluso podías comer de ese suelo, porque no había mancha que ella o yo no quitáramos antes que llegaran a ese edificio—escuchó el modo en que tragó la saliva, sorprendido ante las palabras que soltaba—. Vi a tu madre llorar tanto por ti que a veces no tenía lágrimas para derramar. No sabes cuánto hubiera dado mi vida por ser su hija.

—Alva, no digas algo así—negó, riendo. Qué increíble eran los privilegios, las diferencias entre los dos, lo que querían y lo que no. Tanto así que tenía derecho de impedirle haber añorado una existencia como la que vivió. Increíble.

—¿Por qué no? ¿Por qué no puedo desear ser de la socialité? ¿Ser prestigiosa como tú, aunque con mejor manejo empresarial? ¿Tener una buena familia, amarla y nunca cansarme de ella? ¿Por qué no puedo? Yo me cansé de la mía cuando mi madre se atrevió a serle infiel a mi padre, cuando él perdió la vida frente a mis ojos, cuando tuve que convivir con Robert y Aura en esa casa donde mi padre alguna vez habitó, a días de su muerte—liberó, hastiada—. Tú no sabes cómo fue, tú no sabes cuánto deseé ser hija de tu madre, Aaron.

—Alva...

—Y no se me dio, aunque sí me cuidó más que mi propia mamá. Incluso esos pagos universitarios que me hiciste llegar, ella los costeó. Ella me hizo ver que en la vida habían cosas buenas—inspiró, llorando—. Lo que tengo con mi hijo o mi cuñada, lo que tuve con mi esposo, es solo la punta de un iceberg que alguna vez me destruyó al empezar a conocer mejor la este mundo—asentó—. Mi existir no es perfecto, pero lo que hago con él es para que no le falte nada a mi niño, para que no tenga que vivir con lo que yo sí. Así que por favor, no me pidas que no quiera esa vida, porque sí la quise, porque sí la quiero si le puedo dar lo mejor a mi descendencia—limpió su rostro al no querer derramarse más frente a ese hombre, necesitada de encontrar la salida de ahí.

—Lamento tanto lo que pasaste—no lo miró—. Siento esos maltratos que alguna vez...

—La servidumbre no importa, Patrick. Solo somos una etiqueta más, solo que nos salvábamos un poco mi madre y yo por nuestro color de piel, ¿no?

—Alva, ya no soy ese chico.

—Tal vez no, ahora a lo mejor eres un poco peor, más sutil por tus actos, por tu puesto, porque quieres estar bien con Dios y con el Diablo—indicó—. Lo que sea que hayas cambiado, de igual forma tuviste que hacerlo con dolor. Me alegro por eso. A veces es lo único que necesitamos para echar atrás en el camino que transitamos.

—¿Algún día podré disculparme con tu madre?

—Hazlo, ahí está su tumba. Te escuchará todo el tiempo que lo requieras—palmeó su hombro—. Buenas noches—despidió, sin mirar atrás en lo que escuchaba sus pasos hacerse más lejanos, quedándose en el lugar.

No se movió de allí durante un largo rato, sin hallar las palabras correctas con las cuales expresarse frente a esa mujer, cargado en la desdicha por lo escuchado de parte de su hija quien lo había dejado, recordándole que la gente tenía derecho a desear lo que quisiera si eso podía alivianarla, haciéndole sentir mejor.

Ya no le importaba en lo absoluto saber de limpieza, sino de los hechos de los que le habló, por lo que se dio vuelta en dirección al trecho que lo hacía ir a su auto, encerrándose allí donde tomó su teléfono, buscando notas de prensa que fuesen más viejas, aquellas donde su madre liderara la plena o en todo caso la Corporación por un hecho cualquiera.
Fue bajando hasta donde se dio cuenta de una nota de hacía veintidós años atrás, en el ímpetu del imperio empresarial que casi se vio afectado en muchos ámbitos por el fallecimiento de una persona en los alrededores del sitio, encontrando no solo los hechos, sino los detalles y los hechos que seguramente la marcaron para siempre, igual que a él en ese instante que terminaba de leer.

No pudo conducir como quiso, por lo que el piloto automático lo llevó al edificio donde se hospedaba Laura, quien recibió el llamado desde la entrada, abriéndole la puerta al llegar.

Pasó del gato que ronroneó en las piernas de su cuidadora, ignorándolo en sobremanera tan pronto se acomodaba en su cama al saber que ella no le entregaría el tiempo que quería, yendo a la cocina por un poco de agua.

—Tengo muchas cosas que soltar—confesó, sentado—. Algunas no te van a gustar.

—Estoy acostumbrada a tus desastres, Patrick. Uno peor que el otro.

—Entonces empiezo—mencionó, soltando las palabras lo menos brusco posible en lo que la fémina cambiaba de posición al paso de lo que contaba, quedándose quieta en lo último que igual la sorprendió.

No solo no le gustaron las cosas que dijo, sino que quería golpearlo por las acciones que no pensó, poniendo en juego su trabajo, la empresa y a todos los que trabajaban consigo si se descubría cómo él se movía, si esa mujer arremetía en su contra, si no era tan blanda como demostraba ser a veces.

Sinceramente, estaba pagando caro el hecho de verse involucrado emocionalmente con ella, Alva no era cualquier cosa, lo conocía en partes necesarias, su influencia no la perdería por una mala jugada de parte del hombre en frente y por si fuera poco, la historia que la conectaba con el pasado de ese cabeza hueca no dejaba de molestarle más.

—¿Cómo pudiste hacer algo así?—emitió, sacudida.

—Laura, era un niño, un chiquillo caprichoso que creía que podía comerse el mundo. No pude cambiarlo antes.

—Parece que tampoco ahora—miró a otro lado.

—Algo tuve que mejorar. Ahora la estupidez no me parece tan interesante.

—Ella intenta ir adelante, pero tú corres más rápido—su expresión cambió, ya exasperado—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—¿Tengo herramientas?—Laura asintió.

—Pedir perdón, acabar con el problema en que la metiste y devolverle su trabajo, su oficina, todo eso.

—Ya me disculpé.

—¿Solo eso?

—De forma sincera, sí, le pedí perdón.

—¿Entonces no vas a detener tu proceso?—Él la observó—. ¡Patrick!

—Sinceramente, ya no puedo. Empeoraría el caso.

—¿Y qué tienes pensado?—negó, suspirando ante el gesto.

—Solo pedirte perdón si no te he tratado de la forma que mereces, si he sido abusivo, si te dije algo fuera de lo que necesitabas—fijó su vista en ella—. ¿Me perdonas?

—Conmigo todo está bien—aclaró—. Con Alva, no lo creo, así que necesitarás acciones para que te crea.

—¿Y con mi madre?

—Eso fue peor—expuso—. ¿Eres paloma o algo? Este día te la pasaste haciendo del dos sin detenerte a pensar, Patricio.

—Solo sigo siendo el mismo sin vergüenza del pasado, solo que adulto—ella le dio la razón—. Alteré a mi madre, me prohibieron las visitas de nuevo y me frustra que haya perdido la memoria donde existo. Sigo buscando médicos que ayuden y nada pasa, Laura—exhaló.

—Patricio, no fuiste el mejor hijo. Por es es más fácil olvidar esos acontecimientos que mantener la cordura que solo te culpa y te arrastra a lo peor, durante tantos años. De mi parte, no lo soportarías.

—Es increíble cómo arruiné todo lo bueno de mi vida.

—Y aún tienes un camino para remediarlo, Pato—avanzó hacia él, sentándose en sus piernas.

—Espero lograrlo a tiempo—musitó, sosteniéndola de su cintura.

La mañana no tardó en darles la bienvenida, descansando en la cama, cubiertos de las sábanas que no le faltaron en ese colchón, siendo Aaron el primero en ponerse de pie, yendo hacia la cocina con la intención de cocinarle algo antes de irse, sintiendo que al menos el cansancio de la noche pasada se habían contrarrestado en él.

Preparó su plato, adornándolo en la mesa, sirviendo agua y alimento al animal, aparte de acomodar los muebles antes de regresar a la habitación donde la fémina permanecía durmiendo.

Entró al baño en silencio, abriendo el grifo de agua caliente al pasar el jabón por su cuerpo. Su mente la atrajo de inmediato, afectado de solo rememorarla llorando por su culpa, queriendo alejar ese sentimiento que lo hacía sentir sucio, consciente que ningún gel podría quitarle eso, tampoco desposar el peso mental que se hacía en sus hombros al no detener sus actos.

Inspiró, viendo desde su posición que la mujer se acercaba a hacerle compañía, ocupando espacio en el lugar, con sus manos afianzadas a su abdomen antes de ir por él.

Su boca la recibió de inmediato, no obstante, lo surgido después le impidió avanzar en el encuentro de sus cuerpos al darse cuenta que no estaba reaccionando como quería, notando que la sensación era cada vez menor a su lado a pesar de entender que ninguno tenía un compromiso.

Él la detuvo, atormentado, decidiendo cambiar el rollo sin que se sintiera ofendida al proveerse de sus manos en la consumación de ambos, dejándola descansar contra su pecho al término de sus estallidos, mirando al frente, donde la pared no podía reflejarlo, aunque sí podía perderse en ella.

—Perdón—fue lo único que dijo, abrazándola en lo que la mujer dejaba un beso en su cuello, apenas sorprendido.

Permanecieron así unos minutos, siendo él el primero en salir para cambiarse, llegando a despedirse en lo que su acompañante se vestía.

Laura no opuso resistencia, entendiendo lo que pasaba en su vida, las decisiones que tenía que tomar y los hábitos que debía dejar, esos en los que seguramente estaba ella.

Al final de cuentas, lo entendía, algunas cosas tenían finales porque no eran para siempre y ella en definitiva, no se había calificado como tal.

El reloj marcaba la hora exacta para que le tocara entrar al consultorio con su andrólogo, quien le había indicado asistir a la lectura de resultados conforme a su estado médico, su función sexual y la etapa reproductiva que atravesaba. Para su edad, a lo mejor estaba experimentando algunos síntomas de la andropausia, sin embargo, eso le preocupaba menos después de haber quedado como un don nadie frente a Laura.

Todo se trataba de satisfacerla unos minutos, ¿por qué no pudo? ¿Qué pasaba con él?

Quedó de pie ante el timbrazo que le indicaba el pase a su turno, entrando a la presencia de su médico quien le invitó a tomar asiento.

—¿Qué pasó hoy? ¿Qué es esa cara?

—No pude tener relaciones con Laura—explicó—. No se levantó, fue incómodo.

—¿Hubo algo más?

—Usé mis manos, ella intentó con su boca, pero lo que menos sentí fue placer. Estoy preocupado.

—Por lo pronto, tus estudios están bien. Solo debes reducir el estrés.

—¿Estrés? ¿De qué tipo?—El hombre le entregó los informes, afianzando su mirada en él.

—El de estar con una persona que ya no deseas, Aaron Patrick.




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