La Albañil

Capítulo dos, parte 2

Salió debajo de la ducha, enredada en la toalla al caminar a su habitación donde cerró, tomando asiento en la cama, secándose con calma hasta empezar con sus interiores, eligiendo del closet unos vaqueros no tan apretados, una blusa de color azul oscuro, secando su cabello tan pronto se colocaba los zapatos, arreglándose de la mejor manera.

Acomodó el nuevo bolso debido a que el otro no lo había sacado de la oficina ni el hombre lo llevó consigo, entrando un repuesto de su uniforme, pintando sus labios además de colocar un poco de polvo en su rostro.

Lo básico para no morir en el intento de mujer preocupada por su belleza en compañía de los productos. Su vida no le daba tiempo para eso, por lo que llegar a casa con ello, terminaba siendo un privilegio. Siempre sudaba basta la última gota del mismo, así que no era su prioridad.

—Estoy lis…ta—El hombre estaba sentado al otro extremo de la mesa, con unos platos encima de la misma, lo que llamó su atención, sin comprender la rapidez con la que hacía los platillos.

¿Acaso era un chef nato o había pedido algo?

—¿Qué sucede?—demandó, parpadeando.

—Come—hundió su entrecejo—. Vamos, no irás con el estómago vacío por ahí.

—De acuerdo, esto no es correcto—Patrick se puso de pie, extrañado.

—¿Qué?

—Es mi casa.

—No me apropio de ella.

—Entonces no uses mis cosas—la vio, anonadado—. No toques nada, no te adueñes de este lugar—sentenció—. Es lo único que te pido, ha sido suficiente con el tema de mi hijo aceptándote.

—No lo obligué a hacerlo—enunció—. Ni siquiera tuve demasiado contacto con él.

—¿Sabes qué? Debiste dejarme en la oficina—abrió su boca, sin saber qué decir—. Yo me encargo de mis cosas.

—¿Segura que se encarga de sus cosas, señora?—reviró—. ¿A quién pretende engañar?—avanzó, acortando de a poco la distancia entre ambos—. No quería que la dejara ahí—su respiración se entrecortó—. Me estaba esperando y llegué.

—No—tragó.

—Alva—elevó su mano, aunque la detuvo a tiempo.

—No me toques—pidió—. No quiero que me pongas un solo dedo encima—farfulló.

—¿Y qué tal si te pongo toda mi presencia?—Pasó saliva—. Esa no la puedes apartar aunque me vaya—dio un paso atrás—. No te conozco, en lo absoluto, pero me interesas mucho—remarcó—. Lo que sea que tenga que hacer para llamar tu atención, lo haré.

—¿Aún si invades mi privacidad y me acosas?—inquirió.

—Solo quiero que desayunes—señaló—. Nada más.

—¿Y si lo hago?

—Me voy—elevó las cejas, sorprendida—. Lo prometo.

—No me gusta deber favores, Patrick—enunció—. Te llevaré a donde sea que vayas—aseguró.

—No lo dudo—susurró, embrujado en su mirada, con ella apartando su rostro al cruzar por su lado, tomando asiento en el comedor.

Soltó los puños que tenía hechos, ignorándolo al mirar lo que podía llevar a su boca en frente, soltando los hombros que se hundieron con fuerza en su lugar, soltándose un poco más, entretanto su respiración se tranquilizaba.

¿Qué rayos? Tenía que calmarse, ¿por qué se había alterado de esa manera si estaba cuidándola? ¿Y él por qué se atribuía responsabilidades que no les pertenecían? ¿Qué clase de contradicciones eran juntas?

¡Caramba! Su cabeza intentó procesar la situación, no obstante, pensarlo empezó a generarle malestares estomacales por lo que tomó un pequeño trozo del pan adornado con trozos de la acompaña que hizo, empezando una secuencia silenciosa en la que él la observaba de vez en cuando, ensimismado más en él.

Sus actitudes parecían de otra persona, nunca en su vida hizo algo así. Para ninguna mujer era un secreto que no se preocupaba por darles lo que ellas buscaban, un tipo rebosante de romanticismo, sin embargo, lo que hacía tan ensimismado se llamaba cuidado y eso sí que era un plus enorme, porque no siempre cuidaba de sí mismo.

Algo estaba pasando, no tenía ni la más bendita idea de qué era.

—Lo siento—soltó con pena—. Me tomó por sorpresa.

—No estás acostumbrada a que hagan las cosas por ti—giró su mirada a él—. No somos muy distintos.

—Ese es el problema de los opuestos—murmuró—. Que parecen ser iguales—tragó, cargando sus cosas tan pronto dejó los utensilios en la meseta—. Lo llevo a casa, señor Patrick.

—Bien—musitó, cediendo al moverse a la puerta donde le permitió el paso, cerrando la casa con las llaves, devolviéndolas a su dueña quien se condujo a su lado de conductora.

La puerta cedió a él un poco, aunque casi se trastabilla para irse de trasero al suelo, no obstante, logró meterse allí, dándole la dirección a la que condujo.

Su vehículo tendría que ser recogido cuando llegara a casa y pidiera a uno de sus hombres la petición mientras se preparaba para el trabajo puesto que la ruta a su residencia era más corta para la mujer que lo llevaba.

Además, no iba a molestarla cuando los altercados de ambos parecían estar en la cima, por lo que hizo silencio, manteniendo lo ameno del trayecto con la música más silenciosa del mundo, la de los pensamientos entre las tensiones que estaba empleándose en ambos al ir enfrascados en sus cuestionamientos, aparte de regaños, ahondando en sí mismos para no tener que emitir nada y esperaba que no lo hicieran ni al llegar, solo que eso era menos probable.




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