La Albañil

Capítulo seis

—¿Reducir el estrés? ¿Con Laura?—Erick tiró la pelotita contra el ventanal, rebotándola de distintas formas que hacían al objeto llegar hacia sí—. Creo que debería de cambiar de médico, mejor--formuló, perdiendo la vista un momento en la presencia de la mujer quien ocupaba espacio en ese escritorio, revuelta de papeles con los que trabajaba, yendo de un lugar a otro, lo que le permitía avistar ese espectáculo donde las caderas de la fémina se dejaban contonear, atento—. Lo que menos siento ahora es estrés—Aaron lo observó el silencio, notándolo echarse hacia atrás en esa silla que lograba manipular como todo el Don Juan que era, concentrado en los movimientos de su asistente y secretaria, quien se mantenía al margen de toda la situación.

Lo que menos hizo fue llamarla desde que salió de su casa, tenía vergüenza ante el hecho que lo acorraló, sin vérselo venir al saber que durante unos días estuvo a su completa disposición, quitándole importancia a cualquier rama de su vida oficiada en lo laboral u otros proyectos con los que trabajaría en el futuro, tan solo disfrutando sus instantes a su lado.

Era eso lo que habían acordado y el primero en fallar en ese trato, era él. No podía complacerla como seguramente lo necesitaba, las señales se hallaban claras frente a él, sin opciones de ignorarlas, lejos de cualquier competencia con la que esa fémina se pudiera involucrar.

Pasó las manos por el bolígrafo, dándole vueltas en esa oficina que durante unos largos días mantuvo abandonado, decidiendo no regresar a la soledad del despacho de Alva al verse abrumado por las palabras del doctor.

A lo mejor solo eran las hormonas, quizás faltaba ser más dinámico el encuentro, salir de la rutina de siempre o volver a su casa donde todo parecía funcionar al cien por ciento, sin distracciones, ni problemas en los cuales pensar al verse envuelto en esa mansión.

¿Para qué ir a esas partes? Tenía lo que quería, ¿qué más estaba afectándole? O en realidad, ¿por qué en casa de Laura nada se sentía como en la de él? Volvió a ver a su amigo quien seguía comiéndose al prospecto de curvas enfundado en ese traje azul marino con falda de color negro, entregándole más que atención al saber que tampoco su acompañante era indiferente a esa mujer, solo que su empleada nunca se había interesado en Erick. No porque no fuese de su tipo, porque sí lo era, sino porque no gustaba de hombres que tuviese la cama llena de corazones de otras mujeres de los que ya se había encargado de romper.

Tan distintos y tan iguales a la vez, habiendo crecido juntos en las locuras, confidentes en cada cosa que hacían, teniendo la compañía de alguien más que con el pasó del tiempo se quedó con la mujer que era para su vida. ¿Cómo olvidarse de él? El trío perfecto, tres hombres contemplando una única fémina con la que Erick ni siquiera se metió, tampoco lo intentó, encontrando una oportunidad de un futuro con ella en el paso del tiempo hasta que descubrió la falta por aquel quien creía que nunca rompería un plato y de hecho era cierto, nunca hizo algo como eso, aunque sí rompió su corazón.

¿Cómo se enamoraron? No tenía idea, a lo mejor tuvo más que ver que trabajaban en la misma área, que era más ausente cuando necesitaba que los negocios se efectuaran en menos de lo estipulado, en las horas extras donde los dejaba solos en la empresa, confiando en cada uno al vendarse los ojos por decisión propia. ¿Qué prueba tenía de que pasaría algo? Ninguna. Los quería a ambos por igual y a ella la amaba como nunca lo hizo con nadie, ni siquiera con su madre a quien sí le faltó bastante.

Aún no se sacaba esa escena de la cabeza, el dolor en el pecho, lo estupefacto que quedó al encontrarlos ávidos de complicidad en ese evento, como si no fuese suficiente con lo que ya estaban celebrando en su hogar.

Verlos tan cercanos, aunados a una conversación que no compartían por nada del mundo, expresándose esos ojos lo que tanto sentían, la conexión genuina de la que le costó darse cuenta al estar en ese umbral, sin atreverse a cruzarlo por la forma en que se sostenían las manos, tomando de la champaña que brindaban en la ocasión donde parecían estar celebrando. ¿El qué? Eso era lo que le faltaba saber, si el hecho de haber cerrado los negocios o la oportunidad de poder verle la cara como lo hicieron durante tantos años, preguntándose qué había hecho mal.

Tragó ante el nudo que se afianzó con fuerza en su garganta al estar en ese espacio, estático, con el vaso cayendo de sus manos a la vez que el ruido llamaba la atención de las personas alrededor, pasando saliva por la forma en que su cabeza por fin lo asimiló.

Definitivamente, estaban juntos y al parecer, nunca le habían pasado el mensaje de que sobraba en esa relación, por mucho que fuese a escondidas.

—¿Patrick? ¿Estás bien? —Sus ojos se posaron sobre los suyos con una incredulidad inventada, acercándose hacia él en lo que intentaba deshacer el escenario al que la mayoría le prestaba atención, teniendo que apartar las palmas de la fémina quien lo observó con el ceño fruncido ante el rechazo—. ¿Qué pasa?

—Me estás engañando, Lianna—el rostro pálido se afianzó contra el suyo, perdiendo las fuerzas ante las ganas de sostenerle las manos, quedando en el aire por la confesión en sus palabras—. Te pido de favor que no me digas que no.

—Creo que deberíamos hablar esto lejos de la gente en la sala—el hombre negó, alejando la calma de su cuerpo a pesar del enorme deseo interno que tenía por no hacer un escándalo, pasando ese cuchillo filoso por su garganta al saber que rompía toda su tráquea junto con las cuerdas vocales que le permitirían hablar de más, anhelando no haber caído en la realidad—. Es mejor que todos se vayan—Patrick la tomó del brazo, atrayéndola hacia sí al enmarcar sus dedos en la piel de la chica, quien lo miró, aún sorprendida.




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