La Albañil

Capítulo siete

La rubia se removió en la cama al sentir los destellos del sol cubriéndola por completo en lo que giraba hacia el resplandor que abrazaba la estancia, desperezándose al aferrar las sábanas, con la soledad recordándole que hacía mucho tiempo no tenía compañía allí, tocando el área que apenas avistaba en medio de sus parpadeos al posar su palma por allí, recorriendo la vieja memoria que la hizo suspirar, inclinada en el colchón tan pronto se daba cuenta que se hallaba completamente desnuda, sorprendida.

Amplió sus ojos al salir del lecho, corriendo hacia la ventana que ocultó de inmediato al ver el sitio, las prendas contra el suelo, su ropa interior junto a las marcas que le indicaban que no solo ella permaneció en ese reposo, alguien más estuvo a su lado, cosa que no podía recordar por mucho que intentara forzar su cabeza.

Sabía que la sensación de molestia incrementaría en cuanto su sistema diera por sentado el despertar de sus cinco o seis sentidos, ese que terminó por despertarse al dar unos pasos hacia la ropa masculina, oliéndola al comprender que ese perfume natural era distinto al que conoció, consciente de quién se trataba en realidad.

Pasó saliva, escondiéndose un poco al ir por algo que pudiese cubrirla en el instante, decidiendo no ordenar el desastre que veía de manera repetitiva en ese sitio, cerrando los ojos en la búsqueda de asimilar lo sucedido, teniendo un centenar de oportunidades para poner en práctica, siendo una de ellas el encerrarse en el lugar, dar la cara si lo buscaba en la sala o simplemente meterse debajo de la sábana como la última y mejor opción a todos sus problemas causados por su inminente libertad de dejarse llevar por un día, uno que no necesitara de su control, sino de sacar lo que había en sí misma.

Esa parte de sí que ansiaba un poco de atención, que gritaba por ser libre de las ataduras emocionales que le asentó, tragando ante el deber de reconocer que su resistencia no sirvió de nada, aunque estaba claro que su deber se hallaba en no involucrarse de más, porque con lo que pasó fue suficiente, segura que incluso para él.

Apretó sus dientes al volver a la cama, en esa orilla donde se acobijó de pies a cabeza como cualquier chiquilla traviesa que no buscaba hacerse cargo de alguna broma a su familia, esperando escuchar sus reacciones o que fuesen a buscarla para reír con ella, si no es que existía algún regaño por un estado de mal humor que les empeoraba, aguardando temerosa de lo que depararía en su vida al mirarse de nuevo, a punto de pelear consigo misma.

Tocó su cabeza al sentir el golpe de realidad que la hizo sentar de inmediato, quejándose por la resaca que comenzaba a experimentar, llevando las palmas a su sien en medio de un masaje, inquieta por los efectos de aquello que tomó.

Soltó una maldición al encerrar los lazos de esa bata alrededor de su cintura, arrastrando sus pies hacia la salida tan pronto el olor de la cocina removió su apetito, quedándose en el umbral donde lo avistó de espaldas, cubierto de esa franela que ajustaba su complexión, viva en las imágenes del día anterior, los besos, cómo lo tocó, lo mucho que descartó de su mente, las peleas hasta ese trayecto al restaurante de cervezas que le pareció la cosa la cosa más extraña del mundo, a pesar de disfrutar lo tomado cuando la primera botella llegó a la mesa donde estaban.

Después de ahí, no recordaba ni la hora, ni las ganas, ni lo que pasó en su habitación donde supo que se entregó, fallándole a la escala de negación que construyó dentro de sí al saber que debía de lidiar con ese hombre y con lo que traía su representación.

Negó, sin saber cómo iba a mirarlo a la cara, la forma en que podría dirigirse a él, qué iba a decirle en realidad, porque la vergüenza no la dejaría permitirle quedarse ahí, tampoco el orgullo que cargaba dentro de sí, las inquietudes junto al fallo a cada una de sus ideas, tomando en cuenta que también involucraba a su niño en ello.

Tragó al soltar un suspiro casi inaudible que el hombre captó al recibir la alerta en sus sentidos, desenvuelto en la preparación del desayuno, la comida, aunque de milagro no la cena puesto que había despertado por fin de esa larga jornada de sueño en la que se encerró, suponiendo que recargaba las fuerzas necesarias para oírla gritarle que se fuera o tal vez formulando algo con tal de escapar del escenario, conociendo que al final de esa tardecilla que empezaba, esa mujer merecía el tiempo de descanso por todo lo que vio al despertar.

Sí, no se animó a arreglar el desastre en la habitación, lo único que pudo lograr fue moverse curioso por esa estructura que conoció al descubrir que en la pared que se terminaba con la abertura a los pasillos, había un sensor que leía su huella, sacando un manubrio para dar paso a ese garaje donde tenía todo su trabajo oculto, habiendo visto un dibujo de él, habiéndolo hecho una bola, tirado en el cubo de la basura.

Trató de ser lo menos imprudente posible, no obstante, Melissa lo encontró frente a ese lugar, la sensación de su cuerpo de indicó que había algo más ahí, por lo que la huella de sus dedos accionó el sistema en silencio, dejándolo luego en ese asedio artístico y empresarial donde esa mujer guardaba hasta lo más mínimo de sí, lo que le ocurría, lo que iba leyendo, teniendo ordenada la agenda a futuro aunque no tenía seguro si esos planes convergerían con la decisión de la Justicia debido a lo que la llevó a lidiar.

Vio garabatos, frases sin sentido, gotas de lágrimas sobre algunos papeles, estando los más importantes lejos de esos procesos, intactos en los cajones de ese escritorio que abrió, encontrando una foto de ella con su padre.




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