La Albañil

Capítulo siete, parte 3

Sintió unos dedos rozarle el rostro, deleitándose el los trazos que impartían al relajar sus facciones, entregando una sonrisa a la mujer que jugaba con él, entreabriendo sus ojos para ver su concentración en los gestos, cubierta del resplandor que esa ventana mostraba al lugar, tirando de su brazo para dejarla sobre sí, echando atrás.

—Hice el desayuno—expuso al inclinarse un poco, aún tocándolo—. Debes tener hambre.

—Sí, mucha—lo sintió, respingando—. Y justo aquí tengo lo que me voy a comer—acotó, tomando su palma para besarla en lo que accedía al instante con una sonrisa, echándose más atrás, pegando su espalda a sus muslos en lo que encerró sus dedos con los suyos.

Verla dispuesta lo deleitó aún más, incrementando el deseo y el gusto por el encuentro que los fundió, apresándola contra su cuerpo al tomar el control de ella, atrapando cada expresión que liberó de sus labios, la forma en que se contraía su rostro, el sudor que perlaba su frente, la sensación de su respirar contra su piel y ese exclamar que lo aceleraba a como diera lugar, llegando a un clímax del que ninguno escapó al tenerla rodeándolo, prendada a su dermis.

El sudor fue incrementando al dejarlos pegajosos, sintiendo que volvía a la realidad en lo que movía sus caderas, encogiendo sus piernas en lo que hacía presión en su vientre al ir de nuevo por él, extasiados de muchas maneras.

Cada roce los llenó, reduciéndolos a la pasión que emanaban, fijos en lo que sus cuerpos desearon al no escapar de ninguna tentación, viviendo la ocasión al dejarse llevar, perdiendo las fuerzas al echar su cabeza atrás, sostenido de sus palmas que lo afianzaron con más fuerza.

Alva sabía tomar el control, domarlo incluso, proveerle de placer, hacer que esos sonidos abandonaran su sistema de forma certera al impregnarse de ellos, terminando en los espasmos al elevarse un poco para sostenerla, trayéndola contra su pecho.

Su respiración era acelerada, había dado más de lo planeado, exhausta, con el hambre haciendo gruñir su estómago en lo que posaba un par de besos en su sien, saliendo con ella hacia el baño, aún dentro, aún juntos, besándose, colocando seguro en ese lugar.

Por supuesto que no pensaba parar por nada del mundo y ella tampoco insistía en buscar irse de allí, llenando ese espacio con más ímpetu que la noche anterior, convergiendo a sus planetas en colisiones donde contemplaron sus galaxias, achicando ese agujero negro del que él solía estar afianzado, experimentando los efectos de cómo se iba incrustando esa mujer en su interior, sin intenciones de pararla.

Ya no iba a luchar. Quería que lo consumiera con cada cosa que tenía, porque se sentía la nada sin esa fémina, consciente de cómo lo llenaba todo a pesar de lo que no lograba para su bienestar, esperando que tomara sus palabras, que mirara sus sacrificios, los pasos que llegó a dar para ser quien era, porque ese hombre no la hizo, no estuvo estudiando con ella, no le dio su intelecto ni la resiliencia que acoplaba a pesar de pensar que no merecía lo bueno, consciente de la oportunidad que tenía cada día con esos ojos que la buscaban y esa amiga que nunca le dio la espalda.

Si pudiera decirle que quería ser ella en todo el esplendor, se lo diría. Podría decirle eso y quien sabía si más, no obstante, sabía que pregonar aquello terminaría siendo contraproducente o causaría algún extraño efecto en ella por querer ser su representación.

Apenas sonrió de solo avistar su expresión, el cambio en sus facciones o las risas que llegaría a experimentar, casi que yendo en búsqueda de un disfraz para vestirlo de ella, a pesar de no lograr tener su cabeza, su fuerza y su corazón.

—Uhm—la cargó al salir de allí, cubiertos de sus ropas al haber terminado de arreglar la estancia, con él habiendo acomodado algunas cosas bajo su dirección—. Me estás mimando—apretó sus brazos alrededor de ella, con la rubia cubriéndolo desde el cuello al afianzarlo.

—No me queda mucho tiempo—rió

—¿En qué estabas pensando?—Los condujo a la mesa, sentándola en la misma al no dejarla en la silla donde pensó que iba a aguardar.

—En lo mucho que tengo que envidiar de ti—admitió—. Y en que si te lo decía, ibas a reaccionar de un modo tan cómico e igual de sorprendida que ahora—señaló, fijo en su rostro, en esa expresión de incredulidad.

—No sé qué envidas—murmuró—. Soy igual a todos.

—No, mi rubia, eres Alva y eres única en todo tu esplendor—murmulló, besando un poco sus labios.

—Si tú lo dices—sopesó, impregnándola de atención.

—Voy por el desayuno—indicó, dejándola allí al ir en búsqueda de lo que su mujer preparó, sin haberlo acomodado en la mesa, tomando esos instantes su atención.

Alva liberó el aire al girar en lo que lo veía encontrar una bandeja donde colocó las cosas, viendo las tazas de café humeante en lo que tomaba uno de los frutos secos que llevó a su boca, posando el recipiente largo a un lado suyo.

Sirvió, avistando sus movimientos en lo que lo veía sentarse frente a ella, acercándole una rodaja de pan tostado con mermelada, probándola al acercarse un poco más, bajando la cabeza.

Lo atisbó en medio de su pecho desnudo, cubierto con ese pantalón oscuro y ancho del que se adueñó en las búsquedas de otras prendas que no tuvieran tanto afín con ese hombre, al menos no con su última versión.




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