La Albañil

Capítulo ocho, parte 2

La mañana había sido diferente a todas, si quería enfrascarse en la sinceridad. En pocas ocasiones llegó a sentirse tan complacido como ese momento al sentir un poco de entusiasmo porque lo que le entregó, estaba ayudando a salvar la empresa, a tener otras valoraciones, cambiando parte de su destino al darse la oportunidad de ser evaluado en muchas partes para que el imperio familiar continuara en crecimiento, abriendo por fin esa brecha a la crítica, algo de lo que su madre nunca escapó.

No se igualaría a ella, eso era cierto, pero sí quería dejar que el legado permaneciera al no mancharlo más con nada que lo pudiese perjudicar, que lo asentara en caminos cenagosos y lo llevaran a dañar a quienes se hallaban a su alrededor, sin saber qué le depararía la vida con ellos.

Saberse así, le sumó unos inmensos puntos a esa mujer, necesitado de agradecerle con una idea que rondó de manera fugaz en su cabeza, lo que igual no descartó al ir preparándose en esa estancia, lejos de tocarse en su nombre, de buscar placer por lo vivido en esa cama, con ella, dándose cuenta que no lo necesitaba, que quería ir en un rumbo diferente, uno que también le daba algo de pánico atravesar al saber que nunca llegó a ser así.

Durante años se guardó para Lianna, ¿cómo podía hacerlo ahora para Alva si los dos se habían acostado? Pues no tenía idea de ello, no hasta que tomó asiento en esa silla, frente a Connie, quien le sirvió el café con leche y un poco de azúcar, recibiendo la orden con un “por favor” que no siempre lo caracterizó frente a ella, no en ese tono agradecido, en ese gesto de encanto que aguardaba en sus facciones.

Lo que restaba de Marzo, acabó por llevarse la amargura de ese hombre, los jueguitos con Laura, los designios de su empresa junto a un temple que transformó ante ella, por no decir la sociedad completa, porque al menos ellos no vivían con él para saber lo que dejó ir, lo que por fin entregó en manos que necesitaban ese dolor que durante un largo periodo de tiempo también hizo que su vida no girara en torno a él, ni su potencial, sino en el alcohol y el despecho, nada más

Saber que le estaba abriendo los brazos a lo nuevo, la llenaba de paz, porque quiso eso para ese hombre, solo que no tenía idea de cómo decirle que hiciera parte de ese estar, de ese modo de permanecer cuando el desastre lo acechaba todo.

—¿Puedo saber a qué se debe ese cambió?—Patrick la vio por encima de la taza y el periódico que leía en ese momento—. No leías las columnas empresariales ni las de amor.

—La gente cambia, Connie—sopesó—. Tú también tienes cosas nuevas.

—Pues yo no me acuesto varias veces con alguien y hasta la belleza se me transforma—él rió—. ¿Ves? Te ríes.

—Es que ya sabes muchas cosas, solo quieres que te las confirme—apuntó—. Sí pasé la noche y parte de la mañana con ella, también en la oficina lo hicimos—siguió—. Me gusta esa mujer, Connie—la miró—. Yo… quiero algo con ella.

—¿Y ella quiere contigo?—Él encogió sus hombros, sin saber.

—Tal vez no—admitió—. Admito que me lo gané a pulso.

—No me imagino qué otra cosa te ganaste así—Patrick la miró a modo de regaño—. ¿Qué?

—Estoy intentando no acudir a Manuela, no me recuerdes eso—masculló.

—¿Y qué fórmula empleas para eso?—Él exhaló, cerrando el diario.

—No pensar en eso—zanjó.

—Uhm…—elevó una ceja, atento.

—¿Qué?—Connie suspiró, dando la vuelta para sentarse frente a él.

—Tal vez te pueda servir información religiosa—sopesó—. Conozco un Padrecito especializado en esos casos—cruzó sus piernas, inclinada hacia delante—. ¿Quieres cortejarla?

—Nada me encantaría más—admitió, embobado al idearse aquello en lo que su acompañante sonreía amplia, encantada—. Igual siento que es algo que no puede pasar, digo, nos acostamos, Connie—inspiró profundo—. ¿Cómo se sentirá ahora que la “corteje” si ya pasamos todo ese tiempo más que juntos?—demandó. La fémina soltó un bostezo al dejarle en claro que eso era lo de menos, quitándole importancia a sus palabras en lo que se acomodaba en su asiento, dejando que terminara la taza al ponerse de pie.

—Ve a la dirección que te mandaré al teléfono—escuchó—. Te aseguro que obtendrás las respuestas necesarias—se acercó al dejar el taburete, arreglando su corbata en conjunto con las solapas de su saco, barriéndolo al dejarlo igual de pulcro que siempre—. No es estúpido lo que quieres hacer—elevó la vista al verlo—. Puede ser que el pensamiento más absurdo sea lo que alguien necesite en su vida para sentirse bien, para tú entender la importancia de los demás en tu vida—acotó—. Confío en que lo harás bien, Patito. Por favor, no lo arruines—el pedido le hizo pasar saliva al intentar asentir, movido a la salida después de haber dejado un beso en su frente, acompañada de un abrazo en el que le dio una vuelta antes de caminar a la salida de su casa.

El aire cubrió cada parte de sí mientras el sol penetraba su piel por encima de la tela que cargaba al elevar un poco los ojos hacia él, reluciendo como nunca al saber que su presencia lo perseguiría durante un largo rato en lo que se desenvolvía en las responsabilidades laborales, en esos pequeños pasos que estaba dando donde evaluaba otros escenarios, transformando las ideas de Alva a un manual que ansiaba seguir, encantándose cada momento con lo que leía, las estrategias que funcionaron a la perfección, al igual que lo hicieron más cercano a su gente.




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