Alva salió de la camioneta, acomodando al pequeño entre sus brazos después del día al que ambos se sometieron, cambiando la rutina de una simple tarde, a algo que no podría olvidar los años que le quedaran de vida.
No cambiaba ese tiempo, no le importaba lo que hubiese perdido por estar ahí, conversando con los chicos, escuchándoles reír a más no poder, al igual que enseñarle un mundo nuevo a Darian, quien tendría su memoria llena de buenos recuerdos mientras siguiera avanzando en su crecer.
Si quería ser sincera, no estaba acostumbrada a que las cosas se le salieran de las manos, sin embargo, eso terminó de lograr que olvidara el tema de ese hombre en su casa, además de pasar media página con el tema de Patrick, quien seguramente intentaba trabajar en sí mismo para no correr la próxima vez que pisara esa oficina. Las circunstancias de la mañana no eran nada comparadas a enfrentar a la persona que querías fuera de tu camino, eso lo sabía, ahí no existían comidas caseras, ni negativas por una ducha cualquiera. No.
Él cargaba objetivos lo suficientemente claros como para pensar en destruirla, tal cual lo hizo con las personas que el muchacho en el volante le estuvo comentando, sin poder creer a los extremos que llegaba con ese nivel de chantaje tan insano que estaba dispuesta a evitar.
A su percepción podía ser el hombre más atractivo o hermoso del mundo, pero eso no significaba que se doblegaría a él, ni a los intereses que esperaba obtener.
—¿Necesitas ayuda?—Cerró la puerta, negando al colgarse los bolsos en el brazo libre, casi aplastada por lo que aguardaba con ella.
—Estoy bien—murmuró—. Nos vemos mañana—despidió, avanzando a la puerta con cautela, mirando el tramo tanto como podía.
—Uhm, ¿está segura?—La observó desde el lugar—. ¿Quiere que la pase a buscar?
—Iré en taxi—expuso, tocando el timbre al girarse—. Acuérdate de llevarla al mecánico.
—Creo que ya conocemos la conclusión de él—rió.
—Sí, lo sé—Darian se removió—. Lástima que tardaré un buen tiempo que conseguirme otra.
—¿No tiene dinero?—Alva sonrió, despreocupada.
—En realidad, lo que no quiero es cambiarla—la escuchó—. Cuídala tanto como puedas y no olvides pasarme la cuenta.
—Sí, señora—accedió, encendiéndola con una cantidad de humo exagerado saliendo del mofle—. Vaya, está un poquito oxidada.
—Algo—la risa los asaltó al despedirse, guiándose por el rugido de su transporte que se fue alejando tan pronto su amiga abrió la puerta.
—¿Tan tarde y con el niño?—Hizo una mueca, entregándoselo al sentir el alivio llenando su sistema de a poco—. Debes tener una buena excusa. Al menos dime que estabas con un buen hombre.
—Sí, varios—su rostro se iluminó—. Los casados que tengo en la construcción—Melissa refunfuñó—. ¿Qué esperabas que te dijera?—Habló, llegando juntas a la habitación del dormilón—. Sumado a eso, estaba con él, así que no me atrevería a ser una irresponsable.
—Le habrías dejado conmigo.
—No estabas—señaló—. De todos modos, fue bueno llevármelo allá después de la escuela. Estoy segura con su presencia a mi lado.
—Puedes estar segura con la presencia del bombón que estaba aquí ayer—rodó los ojos—. ¿Qué? ¿Acaso te hizo algo?
—Preguntarías qué no me hizo.
—No me digas que…
—Nada de eso—la detuvo—. Lo recogí en la calle y lo traje a la casa después de haberlo echado con esa actitud tan horrenda que siempre me caracteriza—colocó la sábana sobre su cuerpo al verlo en pijamas, habiéndose guiado juntas en el proceso de cambio para hacer más ligera la labor.
—Ya te he dicho que si sigues así, te volverás a casar, aunque con una piedra—Alva la vio, cruzada de brazos—. Es la verdad.
—Le ofrecí el baño, me dijo que no, así que él me lo ofreció a mí y no dudé en aceptar—Melissa abrió los ojos, asombrada, tapándose la boca entre los saltitos que su acompañante no entendía.
—Por amor a Dios, Alva—chilló—. Por primera vez, aceptaste la invitación de un hombre para que hicieras algo—dio vueltas, saltando a más no poder, emocionada hasta la médula por la confesión—. Necesito celebrar esta victoria. Abramos una botella de las que tengo por ahí.
—¿Tienes alcohol aquí?—La chica mordió su labio, guardando silencio—. Estás loca.
—Ay vamos, también es mi casa—rezongó—. Aparte, no está al alcance de nadie, te lo juro por mi vida.
—¿Y donde está?—La rubia soltó un resoplido al pasar a su lado, de regreso a la sala, yendo por lo que debía de organizar—. Eres un caso serio.
—Al menos no me siento abrumada por hacerle caso a los machos pechos peludos.
—La cosa es que fue a mi baño donde me metí, fue mi jabón el que usé y no sentí siquiera que se tratara de algo como eso—señaló—. Es una tontería.
—Admítelo—tomó asiento en el colchón de la mujer—. Te estás sintiendo mal—paró lo que hacía al avistarla, acompañándola del mismo modo en la cama.
—Sí—confesó—, porque me hizo de desayuno, lo que no le había hecho a nadie—exhaló—. No le dije cómo se sentía el sabor.