El gran palacio se encontraba agitado, y se debía a que dentro de unos días, celebrarían el cumpleaños, número veintiséis, del príncipe Gerard de Kvenland.
Los grandes muros del salón de baile estaban siendo adornados con telas y cantidades de cosas que solo la familia real podía gastarse.
Mientras eso acontecía dentro del inmenso palacio, los campesinos fuera de los muros de la fortaleza en el pueblo, trabajaban hasta más no poder. Eran tiempos difíciles con sequía que dificultaba las cosechas y el emprendimiento de los comerciantes.
Pero nadie dejaba de rebuscar, que vender o intercambiar, para sobrevivir a la crisis en la que se encontraba el reino de Kvenland.
Había llegado a los campesinos, la noticia de la gran celebración con banquetes que podrían matar la hambruna del pueblo. Se encontraban indignados con la realeza por celebrar esto, mientras ellos morían de hambre y sus hijos también.
El pueblo, fuera de los muros del palacio, era gigante, cerca de la capital del reino. Y en otros años sin crisis vivieron sus mejores temporadas, pero desde hacía una década para atrás con la muerte del rey, y su hermano entrando al poder, un hombre codicioso y ordinario; los precios habían subido y desde entonces, casi la lluvia no descendía.
Los campesinos decían que era por culpa de la maldad de este rey, que los dioses se habían llevado la lluvia. Pero esto no resolvía nada más que crear polémica en toda la nación.
Kvenland era la burla de las naciones en este entonces, pues después de tener una de las mejores economía decayó y todos le habían dado la espalda.
Nahiara era conocida por ser la amante dorada. Este nombre se lo habían dado los hombres por ser la ramera de muchos. Ella una pobre mujer que rebuscaba migajas de pan para darle de comer a un solo niño del que la gente pensaba que ni siquiera sabían quién era el padre.
El significado de amante muchos lo sabían pero el término que usaron después como "dorada", se debía a que detrás de la suciedad de sus ropas y, sus mejillas, se encontraba una joven mujer, de hermosos ojos esmeraldas, como ninguna otra, de piel bronceada con cabellera azabache ondulada.
Se rumoraba que era extranjera y por ello esos rasgos físicos que no poseía cualquiera. Mientras las otras damas eran de estatura mediana, ella era tan alta como los hombres. También se rumoraba, que antes fue de la nobleza, pero sus padres la enviaron lejos para salvarla de alguna traición contra la monarquía de su reino.
Pero eso solo eran rumores de campesinos. Solo ella sabía la verdad de su origen. Nadie conocía a esta mujer que un día llegó hasta el pueblo y nunca más se fue.
El príncipe Gerard no era un hombre de muchas palabras, y su vida se conformaba en casar animales teniendo un buen pulso para las flechas e incluso con armas de fuego.
Poco se conocía del único heredero al trono de Kvenland: La gente decía que era guapo de cabello castaño y mejillas rojas. Y no estaban muy equivocados, pero sí cuando rumoraban que era igual a su padre. Pues este caballero tenía pensamientos muy diferentes a los del monarca.
Apuntó con su arco, un venado, pero al momento de lanzar, una pisada del caballo, donde iba montado, espantó el animal y perdió la oportunidad.
—Vamos, amigo. ¿No te había dicho que hicieras silencio, cuando estamos cazando? —habló solo para el caballo, porque nadie lo acompañaba.
Para que no lo siguieran sus guardias, él vestía como campesino y salía a escondidas por una camara secreta del palacio.
Tomó las riendas del caballo y continuó en busca del animal que de seguro no había ido muy lejos.
Mientras tanto una mujer se bañaba en un río del que pocos tenían conocimiento en el bosque. Pues, pocos se atrevían a venir a este sitio debido a que era zona exclusiva de la realeza.
La mujer escuchaba los pajaritos y los animales del bosque. Era amante de la naturaleza desde que tenía memoria. A diferencia de lo que contaba la gente, ella siempre fue pobre, de padres extranjeros que alguna vez llegaron a Kvenland en busca de mejoría pero fue de mal en peor.
Sus padres habían muerto en otras tierras del reino y había viajado hasta este lugar hacia seis años que era la edad de su hijo.
Se hundió en las aguas y abrió los ojos, dentro de estas, y fue ahí cuando observó que un animal enorme pasaba por la orilla.
Lo primero que pensó fue, que alguien estaba cerca. Alarmada subió a la superficie y observó todavía dentro del agua con su sola cabeza por fuera, si alguien estaba cerca, pero no. Todo estaba despejado, seguro había sido un soldado que pasaba de largo al palacio.
Salió completamente desnuda del agua y se vistió con la misma ropa sucia de siempre. Deseaba lavarla, pero el jabón estaba muy costoso y apenas tenía para alimentar a su niño.
Tomó aire antes de irse de nuevo a su realidad y se volvió a la salida que conducía a su cabaña. Entonces, lo observó allí tirado en el suelo sangrante.
Jadeó horrorizada y fue hasta él a ver si todavía seguía con vida. Tal parecía que había caído y se golpeó la cabeza con una piedra que estaba llena de sangre a su lado.
—¿Hola? ¿Me escuchas?
El hombre no reaccionaba.
—¡Diantres! ¿Estás muerto? Claro, tampoco es como si me vas a responder... Bien. —acercó su oído al pecho de este y comprendió que seguía vivo, pero que requería limpiar las heridas.
Nahiara pensó que debía ir a buscar ayuda, pero ¿quién le iba a prestar atención a la ramera del pueblo? Para su mala suerte seguro y le echaban la culpa de su estado y al fin esos campesinos maleducados la echaban fuera del pueblo.
Pero tampoco podía dejar a este hombre tirado...
—Bien —tomó aire y se levantó—. Tú me vas a esperar aquí mientras busco ayuda. Solo... no te mueras. ¿Sí? Definitivamente estoy loca.
El ocaso llegó y a la hora cuando todo era oscuridad Nahiara y su hijo de seis años se adentraron al bosque.