Astrid
Owen, el hermano de mi aprendiz. Un policía que no cree ni su sombra, un hombre sumamente apuesto, con una enorme carga en sus hombros, estaba interesado en mi. No era tonta, podía sentir todo. Ver su aura cambiar cuando yo estaba cerca, la forma en la que me miraba, tan atraído. Sentía que era incorrecto tener cierta relación con él. No quería que su hermana se sintiera incomoda, ni mucho menos que mi hermano lo supiera. No, eso es lo menos que deseaba, tenía que sacarme de la cabeza la atracción que nos unía.
Busqué mi libro de magia para ver si encontraba un hechizo para olvidar un sentimiento. Dando con uno antiguo. Tomé la copa de plata y la llené de vino, quemando en ella un trozo de pluma, pidiendo al elemento del aire y fuego que me ayudaran a olvidar. Al tomar la copa en mi mano vacilé. No estaba segura si eso era lo que realmente quería. Pero algo más me detuvo… un presentimiento de que no estaba sola.
Me levanté y me puse a buscar en toda la habitación de manera meticulosa. Hasta que alguien me tomó por mi mano para ponerme una daga en el cuello.
― Estas mas bella cada día, hermanita ― dijo suspirando mi olor, metiendo su nariz en mi cabello.
Temblé… pero a la vez me sorprendí. No era por temor hacia mi, si no hacia Owen y mi aprendiz.
―Sajid ― murmuré volteándome para verlo.
Tantos años y el seguía igual.
Tenía tatuajes por todos sus brazos de forma de tribal, una cabellera negra larga y una piel blanca. Sus ojos que no mostraban ningún tipo de sentimiento, como si la oscuridad y su magia se hubiera tragado lo poco que quedaba de él.
Sajid me miro curvando una sonrisa, guardando su daga poniendo esos ojos negros completamente vacíos sobre mi.
― ¿No me darás la bienvenida? ― dijo Sajid burlón.
― Sabes que ya no eres bienvenido aquí ― le recordé atenta a cada moviendo.
― Si, desde que nuestro infiel e hipócrita padre me desterró ― recordó con amargura.
― Tú sabes el motivo de eso. Rompiste con varias normas sagradas, Sajid ― dije con cautela.
― ¡Oh vamos! De que vale ser un poderoso y antiguo brujo si no puedes disfrutar de los placeres de la vida ― dijo abriendo sus manos.
― Tu gozas de mas placeres que un mortal ― le dije negando con la cabeza.
Sajid se acercó a mí tomándome la cara. No valía la pena un enfrenamiento. Su edad y su poder sobrepasaban los míos, pero dentro de la casa no podía ser ni el mayor esfuerzo por hacerme daño, estaba protegida y él lo sabía. Pero no estaba protegida de su fuerza física. Con tal rapidez, mi hermano se acercó a mi cara para darme un largo, fugaz y apasionado beso. Y yo caí, como siempre correspondiéndole, sumiéndome en la oscuridad con él. Pasando mis manos por sus hombros hasta perder completamente mi esencia y mi luz.
― Mi hermana… mi amada ― me dijo como desde adolescentes.
― Maldigo la hora en que mi padre te trajo a está casa ― murmuré recordando el pasado, y las infidelidades de mi padre.
― Había que esparcir la semilla querida ― dijo Sajid aun en mi boca.
― Después de que mi madre muriera es lo único que supo hacer ― dije molesta ―. Luego te trajo aquí y por poco me arrastras contigo a tu sed de poder.
― No seas dramática. Además te encantaba jugar conmigo en las sombras ¿No lo recuerdas? ― me reprochó mordiendo mi labio inferior.
― ¡Quiero que te vayas ahora! ― le ordené abriendo la puerta, intentando controlar mis impulsos y mis deseos hacia él…
― ¿Cuál es la prisa? Acabo de llegar ― dijo Sajid cerrándola de un portazo.
Me volvió a tomar por la cara para besarme nuevamente, metiendo sus manos por debajo de mi camisa, rozando sus dedos con mi piel. Luego, dirigió sus labios a mi oído, haciéndome soltar un suspiro.
― Te extrañé tanto mi dulce pecado, moría por verte ― susurró Sajid tocando mi cabello, buscando el calor que había entre mis piernas y que yo siempre accedía a dar.