La aprendiz de Duncan

Prólogo

Elena Dumont

Placer, control, poder.

Esas tres palabras no abandonan mi mente desde aquella noche, no puedo evitar anhelarlas como si siempre hubieran sido parte de mí y las hubiera perdido.

Mi cabello se adhiere a mi cuello, siento el rostro ardiendo al igual que toda mi piel, en mi vientre y el lugar entre mis piernas hay un millón de sensaciones, mis pezones se sienten sensibles y adoloridos mientras observo. Solo observo.

Ella se mueve, mueve sus caderas a un ritmo lento dejando escapar gemidos que incluso yo quisiera dejar salir, pero muerdo mi labio inferior ahogándolos.

Hay dos pares de manos tocándola, dándole todo el placer que pide, hay alguien adhiriendo su pecho a la espalda de aquella mujer que no para de gemir mientras que el cuerpo de alguien más está frente a ella, follándola, sosteniendo sus caderas mientras se empuja dentro de ella; fuerte, brusco, posesivo.

—¿Qué sucede, preciosa?

No soy parte de eso, simplemente estoy aquí, mirando, pero por alguna razón sé que me habla a mí; me miran, ojos oscuros se clavan en los míos, pero lo demás es borroso, no reconozco la silueta de ese rostro y mucho menos esa mirada lasciva, en un segundo está cerniéndose sobre mí, tocando y presionando su cuerpo en lugares que me hacen querer emitir gemidos que arañan mi garganta.

—Ahora es tu turno —No es una pregunta, es una afirmación y es cierta, hay humedad por todos lados y cuando quiero darme cuenta estoy entre los dos hombres, uno adhiere su pecho a mi espalda, el otro está frente a mí y sus manos toman una de mis piernas alzándola.

Ocupo el lugar de la otra mujer ahora. Completamente expuesta, húmeda, necesitada…

—Tendrás todo lo que quieres esta noche…

*

Despierto siendo un desastre húmedo entre las sábanas, mi cuerpo pide un alivio que no quiero darle, pero el palpito entre mis piernas tiene una necesidad diferente.

He estado soñando con esto desde hace un tiempo, desde que mi noviazgo más largo terminó por esta misma razón: un trio.

Aunque no es la única fantasía que he tenido últimamente, esa es la más recurrente.

Edward, quien fue mi novio por cinco años, no tenía ni la más mínima pizca de duda mientras follaba a la mujer entre él y otro hombre en nuestro departamento cuando se suponía que yo estaba de viaje, no entiendo su extraño fetiche de hacerlo en el lugar que compartíamos y al que asquerosamente yo llamaba nuestro nido de amor.

Al parecer tenía doble uso, para él era ese pozo asqueroso de lujuria donde su miembro se hundía en la vagina de alguien que también era follada por detrás por el otro hombre.

En otras circunstancias probablemente habría disfrutado la vista, pero era mi novio quien me estaba poniendo el cuerno mientras satisfacía sus deseos sin mi consentimiento.

Quiero decir, si hubiéramos acordado una relación abierta o algo similar, tal vez no tendría problemas con sentarme a mirar mientras ellos lo hacían.

Paso mis manos por mi rostro en un vano intento de calmarme, la ropa se adhiere a mí en lugares que no deberían estar húmedos por un simple sueño, pero no es la primera vez que sucede, el problema es que ahora ese sueño es más constante de lo que debería. No debería estar soñando con un trio cuando fue eso lo que rompió mis sueños con el hombre que pensé que pasaría toda mi vida. Patético.

He llegado a la conclusión de que tal vez se trata de envidia. Tal vez en mi interior yo quería ser ella, quería que mi novio hiciera eso conmigo en lugar de alguien más.

Y tal vez esa sea la razón por la que sigo soñando con ello, tal vez solo debería encontrar quien cumpla esa fantasía para dejar de sentir que estoy rota y dejar de pensar que esa fue la razón por la que Edward eligió a alguien más para sus propios deseos.




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