La apuesta de un vizconde.

Prólogo

Una mujer es tan hermosa como puede llegar a ser una flor. Las mujeres pueden ser tan atrayentes y atrapantes como cuando te quedas observando un campo lleno de flores. No importa de qué tipo, tamaño, o de qué color sea; una flor es bella porque la naturaleza la hizo así, al igual que una mujer es deslumbrante por el simple hecho de ser una mujer. 

Pero… ¿Por qué algunas mujeres resaltan más que otras en ese campo? Bien, ese tipo de problemas también lo podemos encontrar en las flores. De hecho, hay bellas flores, como: las rosas, los tulipanes, las margaritas e infinitas más. Pero, también existen esas flores exóticas, esas flores que tienen formas diferentes, o olores extraños, que no son tan bien vistas para regalar a una mujer. Flores que no llegan a cautivar a nadie cuando se las mira o aprecia. Pero siempre se dice: una persona común y corriente lo pensaría así, pero, ¿pensaría lo mismo un florista experto en el tema? Por supuesto que no, una flor es una flor, sea cual sea, es hermosa sea cual fuera su figura o textura, y será apreciada aún más en los ojos y manos correctas, que en las de un simple hombre que no es experto en ello. Porque para un florista, la flor más extraña y rara será la que más llegué a atraer su atención. Pues, me temo que esto también sucede con las mujeres. Hay algunas que no cautivan la atención de los hombres como otras. Hay otras que son opacadas por "las rosas", pero, no teman, que la mujer aunque carezca de simpatía, o belleza para ciertos ojos, siempre será hermosa y perfecta en los ojos correctos de un caballero. Porque la flor más extraña e interesante, es la que más deslumbrará a un experto en el tema. 

Margaret McLaren era el perfecto ejemplo de ello. Su peculiar belleza y personalidad no atraía ni llamaba la atención de ciertos caballeros. La trataban como sí fuera un bicho raro entre la multitud alborotada de señoritas, que buscaban con tanto desespero a un marido adecuado. Pero, Maggie realmente no carecía de belleza o gracia, ella era hermosa a su manera, pero los hombres la habían tachado como una mujer simple y aburrida. Demasiado corriente. 

Cuando Maggie todavía era una niña, y se encontraba lejos de aquel momento por el cual las señoritas habían sido criadas y educadas, para casarse y formar una gran familia, siempre supo que era diferente a las demás. Y no es porque ella lo deseara, es más, ella quería ser tan bonita y tan encantadora como las demás señoritas lo eran, pero no encontraba el deseo ni el ímpetu de practicar en el pianoforte para llegar a impresionar a los caballeros por el oído, ni tampoco quería pasarse el día entero perfeccionando su postura o su manera de bailar, para así, concederle el honor a hombre de bailar con ella, ni tampoco deseaba pasar toda la tarde entera con una modista, mientras ésta le cocía y perfeccionaba un vestido caro y encantador. No. Margaret McLaren había encontrado lo bonito y entretenido en el arte. Desde que tenía memoria, siempre quiso retratar todo lo que veía o tenía enfrente. Pintaba a sus hermanos, a sus padres, a los pájaros que comían de los frutos de los árboles, el paisaje que le regalaba su patio, ¡absolutamente todo! Se la pasaba días enteros dibujando y pintando que se le llegaba a olvidar que su propósito en la vida era buscar un marido con un buen estatus económico, y así, poder llegar a competir en el mercado del matrimonio con otras tantas mujeres que pensaban de igual manera. Lastima, que las demás eran tan lindas y delicadas como le llegaban a gustar a los hombres. 

Maggie por su parte solamente pensaba en el arte, a todas horas, y en todo momento. 

Pero… Su pensamiento no solamente estaba puesto en el arte, ni en las pinturas, ni en los crayones, su mente también estaba puesta en alguien más. 

A decir verdad, Maggie no se preocupaba en la futura tarea de buscar un marido adecuado, o no se esforzaba en parecer encantadora ante los hombres, porque en su mente ya había escogido a la persona que ella quería de esposo. 

Siempre se imaginaba, y también dibujaba, porqué no, en las noches de velas, a ambos tomados de la mano, enamorados, en una cita por Hyde Park, comiendo un helado, o frente a un altar, casándose. 

Maggie llegaba a pensar y soñar con él día y noche. Y como no podía hacerlo, sí de todos los hombres que tenía el privilegio de conocer, el único que no se había llegado a aburrir de su arte era él. Él no veía lo aburrido y corriente en ella como los demás jóvenes. 

Lo conocía desde que tenía tan solo cinco años de edad, se trataba de Jude Dynevor, hijo de un vizconde y futuro heredero de dicho título. 

Cuando aún eran niños, Jude siempre solía visitar la casa de su padre en otoño, y es por eso que el otoño se había convertido en su estación favorita del año. Jude no vivía con su padre, vivía lejos de la capital, pero cuando venía a la ciudad lo primero que hacía era visitar a los McLaren. Y cómo no hacerlo, Jude y Emile eran buenos amigos, como dos gotas de agua; eran inseparables. Y de paso, cuando se reunía con Emile, Maggie acostumbraba a dibujarlos mientras ambos jugaban a las peleas o al críquet, un deporte muy popular entre los jóvenes, y Jude siempre se quedaba quieto para que ella tomara sus mejores ángulos. Y al terminar, ella siempre se los llegaba a mostrar con cierta timidez, porque no sabía sí realmente a Jude le agradaría aquellos dibujos que ella le realizaba. 

—Pero de qué hablas, Maggie, si tus dibujos son una obra de arte. Deberían estar exhibidos en los mejores museos de toda Londres. 

Maggie al oírlo, se escondió tras su lienzo blanco, y se sonrojó tras ese cumplido. 

—No, para nada, me falta mejorar mucho más. No soy muy buena, ¿no lo ves? 

Jude analizó aún más bien aquel dibujo hecho por Maggie, de él, frente a un pequeño lago con patos nadando y rodeado de árboles de naranjas. A él le parecía demasiado asombroso aquella pintura. 

—Yo lo único que observó es que eres bastante modesta. Mira esta obra. —Levantó el lienzo para apreciarlo mejor—. Es perfecta. Sí alguien te critica, al menos tomate el tiempo de ver sí es un artista, porque sí no lo es, no valdría la pena su crítica. Alguien que no puede llegar a dibujar como lo haces tú, no puede llegar a criticarte. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.