La apuesta de un vizconde.

Capítulo 2:

—¡Milady! —dijo con mucha prisa Emily, la doncella de Maggie, al ingresar a su habitación con suma desesperación—. ¿Se ha enterado ya de la noticia? —preguntó luego, una vez que cerró la puerta tras ella, y ambas, estuvieron solas en la habitación. 

Maggie se encontraba frente a su tocador a esa hora de la mañana, mientras cepillaba y arreglaba su largo y abundante cabello castaño. Su mirada se mantuvo siempre en frente, y su postura rígida, sin importarle la voz preocupada que había ocupado su doncella, al ingresar con tanta urgencia a su habitación, y comentarle sobre aquella noticia, que ella ya tuvo el placer (más bien, la desgracia), de conocer. Se había enterado gracias a las charlas que mantenía su hermano Emile con Phil, a altas horas de la noche; ella siempre solía escuchar esas conversaciones sin que ambos se dieran cuentan. Eran hombres, ¿qué más podía esperar? Nunca se advertían sí había alguien alrededor de ellos, siempre estaban tan seguros de que nadie los escuchaba, pero estaban equivocados. Maggie los oía por puro placer, solamente para saber de qué tema trataban los hombres. 

Pero anoche no se había tomado con mucha dulzura escuchar esa noticia; deseaba no haber escuchado esa noche aquella conversación que perturbó su sueño, y no la dejó dormir hasta que sus ojos se tornaron cansados de mantenerse abiertos, y su mente se encontró fatigada de tanto pensar. 

Se había enterado de que Jude había regresado a Londres. 

Jude… el hombre al que le seguía dedicando tantos pensamientos, y no pensamientos precisamente malos; algunos incluso buenos. Preguntándose así, si él estaba bien en donde estuviera. 

Sin embargo, el haberse enterado de aquello, no le dejó buen sabor de boca. Él había regresado, luego de haberse mantenido tanto tiempo fuera de la capital. 

No estaba preparada. 

Ni siquiera en realidad sabía cómo sentirse, ¿qué sentimientos tenía? ¿Alegría, felicidad, nada de eso? Su corazón estaba abrumado al igual que sus pensamientos. Pero, lo que sí sabía con dura certeza, es que no estaba preparada para volver a verlo de nuevo. 

No luego de lo que le había hecho. Había roto su corazón sin compasión, sin preguntarse cómo ella se llegaría a sentir después de ver aquella escena; en donde él estaba junto con su espléndida amante, besándose con tanto anhelo y deseo. 

Una escena que trató, con desesperación, borrarla de su cabeza, pero lastimosamente, hasta el día de hoy la seguía recordando como si hubiera sucedido ayer. 

Y no fue ayer, ¡ya habían pasado cinco miserables años! 

Pero su cabeza no lo quería olvidar, ni a ese momento, ni al autor de aquel suceso. Lo recordaba absolutamente todo. Y es por esa misma razón que fue difícil, para ella, seguir adelante después de ser destrozada por el único hombre que ella realmente amaba; y seguía amando, para su desdicha. 

Aún evocaba aquel recuerdo, había llorado desconsoladamente la noche entera; solamente le quedaba llorar. 

Maggie fue ingenua e inexperta. Una tonta enamorada, ni siquiera se había planteado la idea de que Jude no llegara a sentir lo mismo que ella sentía por él. Aunque Maggie tenía la idea de que él la quería de igual manera en que ella lo amaba. Lo parecía. Jude era increíblemente bueno y encantador con ella, para no llegar a pensar lo contrario; para simular sentimientos que no eran ciertos. 

Siempre la había tratado con aprecio y estima. Nunca dudo ni por un momento en que él, podía venir a tener el descaro de hacerle semejante cosa como aquello.

Besar a su amante, frente a ella, solamente con la idea de que ella los viera. 

¡Lo odiaba! 

Pero el problema también estaba en que también lo amaba. Y se maldecía por lo último. 

Cuando Jude había partido lejos de Londres, Maggie se esforzó, e intentó seguir adelante en busca de un buen pretendiente como marido; pero fracasó en el intento. Era demasiado sincera con los hombres que se llegaban a acercar e interesar por ella. No le daba pena decirle sus verdades por más dolorosas que fueran. 

Siempre se cuestionó que sus palabras llegaban a golpear el orgullo y la dignidad de los hombres. Pero no era su intención hacerlo, claro estaba, ella no quería espantar a los hombres, más, quería acercarse a ellos para llegar a conocerlos en toda su plenitud. Sin embargo, del primer baile no pasaban. 

Maggie solamente conocía escasos hombres en su corta vida: sus hermanos podrían contar, aunque, era difícil que ella los tomara en serio con aquella actitud que tenían. También conocía aquel hombre que le vendía sus lienzos, acuarelas, y sus pinturas de colores, pero ya se trataba de una persona que le llevaba como unos… ¿treinta años? También podría contar Bukayo, pero él solamente era un buen amigo y nada más, tampoco podría llegar a entrar en aquella lista de hombres que ella hacía en su mente. Tenía tanta poca experiencia con los hombres, que algunas veces no los llegaba a comprender del todo. 

Recordaba sus días en donde los jóvenes caballeros la invitaban a bailar. Pensó seriamente que al señor Maddison le gustaba de verdad, ya que, en una fiesta la había sacado a bailar dos veces, pero ella y su bocota no pudieron hacerlo mejor que arruinarlo todo como de costumbre. Como el buen hombre había heredado recientemente la fortuna de su padre, no se detenía en alardear sobre sus posiciones como si fueran el mejor logro que había hecho en su vida. Y bueno, pues, ella le dijo: <<que lastima que un hombre como usted solamente pueda presumir sus lujos y comodidades. Me hubiera gustado conversar sobre diversos temas con usted. Pero, me temo, que no tiene otro argumento de conversación, ¿me equivoco? Debe ser alguien pretencioso, aunque para triunfar en la vida como usted lo ha logrado, se necesita ser un poco pretencioso… o que solamente muera algún familiar con mucho dinero>>. 

El hombre, después de eso, nunca más quiso ver el rostro de Maggie en ningún lado. Cada vez que pasaba a su lado, dirigía su mirada a todas partes, menos en la silueta de Maggie. 




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