En el baile que estaba organizando la honorable lady Mings, se encontraban todos los invitados de dicho evento, disfrutando de los atractivos y selectos bailes que protagonizaban cada pareja que se había conformado esa noche.
A excepción de Maggie, que esa misma noche, había decidido de antemano que no bailaría, ni lo intentaría. No tenía la intención ni el interés de bailar con nadie más que no sea su único pretendiente. Sir John Lucas le había dado aviso con anticipación de que no acudiría esa misma noche al baile que organizaba lady Mings, y en vez de presentarse al acontecimiento, se quedaría en su casa, en donde se estaba alojando en su estadía en Londres, para terminar de completar y firmar algunos papeles importantes para su empresa.
Por la educación que Maggie poseía, decidió no preguntar, ni acotar nada más, solamente aceptó con buen gusto la decisión de sir John Lucas de no presentarse esa noche al baile.
Estaba sentada, de nuevo sola, en un rincón, pero está vez, sin la intención de ponerse a bailar y girar como lo hacían las demás parejas. No. Solamente estaba allí, pasándola bien con su soledad. Observar a cada uno de los presentes podría ser adictivo y tentador; aunque muchos no lo creyeran.
Por otro lado, Jude había llegado recién al salón de baile. No estaba con muchos ánimos de asistir a dicho acontecimiento, pero tampoco tenía las ganas suficientes de encontrarse en su despacho, haciendo algunos trabajos que le respondía por el título que cargaba.
Salir y despejar la mente era lo adecuado, y más para una mente tan enredada y confusa como lo era la suya. Después de todo, Emile estaría allí, y su amigo siempre sería una agradable y grata compañía para él. Pero con el simple hecho de recordar a su amigo, también se acordaba de Maggie.
Y eso le molestaba un montón, porque de nuevo, la apreciaría en los brazos del decrépito de sir John Lucas, y una vez más, se sentiría con ganas de estampillar su puño contra el rostro de algún presente, (y más si ese presente era ese vejete).
Con las ganas de golpearlo que tenía. Aquella opción se le hizo tentadora, pero pensando y manteniendo la cabeza fría, se había dado cuenta que era mejor no intentarlo. Jude no se atrevería a golpear a un anciano, por más que lo deseara.
Él avanzó sobre el salón de baile, y muchos de los presentes lo saludaron animadamente, con ganas de continuar teniendo una plática con él. Pero él los eludía con un: "tengo que discutir de algo muy importante con el señor McLaren, disculpa, para otro día será", y con eso se zafaba de tener que soportar tanta cháchara de los demás invitados. Y más si se trataban de buitres hambrientos, con deseos de querer emparejar a una de sus hijas con un hombre poseedor de un título nobiliario.
Y por supuesto, los buitres hambrientos eran las madres; que criaturas más exasperantes, pensó Jude con desagrado.
Luego, visualizó a Emile entre la multitud. Se encontraba al lado de la mesa en donde se servía un gran banquete. Su amigo se estaba sirviendo un vaso de vino, pero cuando levantó la mirada, se encontró con Jude que venía hacia él. No pudo evitar dedicarle una sonrisa deslumbrante, y hacerle un gesto animadamente, levantando la copa de vino hacia su dirección. El vizconde llegó hasta él y ambos se dieron un fuerte apretón de manos, mientras Emile le daba la bienvenida:
—Que gusto volver a verte, amigo —dijo mientras apretaba su mano con fuerza.
—Lo mismo puedo decir —respondió Jude, muy amigable.
—¿Te apetece un trago? —preguntó, mientras le mostraba la copa de vino que se había servido.
Jude hizo un gesto afirmativo.
—Por favor.
Emile le guiño un ojo, y busco otra copa, y le sirvió un sorbo considerable de vino a su amigo. Se lo entregó, y Jude lo tomó y se lo agradeció al instante.
—De acuerdo —continuó Emile levantando su copa de vino—, te acompaño. No hay nada mejor que un buen trago de vino.
Jude bebió de su copa, antes de decirle a su amigo de manera jocosa:
—Solamente soy yo, hoy estás más contento de lo habitual. Venga, que nunca estás tan alegre, ¿me vas a decir que tienes?
Emile se encogió de hombros mientras observaba su vino. Lo movía de un lado a otro con movimientos muy ligeros.
—Nada, solamente siento que me he sacado un gran peso de encima.
Jude arqueó una ceja, interesado.
—¿A qué te refieres?
Emile hizo un breve silencio, antes de responder con una sonrisa encorvada:
—Siento que mi trabajo está terminado. Ya no tengo de qué preocuparme, y eso me hace sentir meramente satisfecho.
—¿Trabajo? ¿Qué trabajo?
Emile se arrimó a él, para hablar suavemente, para que así, terceros no pudieran escucharlo.
—Te acuerdas que te he comentado que le estaba buscando un pretendiente adecuado para Maggie, bien… —Sonrió mostrando todos sus dientes antes de continuar—, puedo decirte que ya me solté de esa responsabilidad. La relación de Maggie con sir John Lucas va progresando magníficamente, de hecho, más perfecto de lo que llegué a suponer. Pronto, mi buen amigo, estaremos hablando sobre una boda, lo que significa que luego, mi vida volverá a ser la de siempre, ¿qué te parece?
Jude observó a su amigo de manera penosa. Lo que sorprendió a Emile, ya que pensaba que Jude se alegraría con aquel comentario.
Ambos se trataban de hombres vividores, ¿por qué entonces dirigirle esa mirada desaprobadora? Ni que fuera su madre.
—Así que era eso…
Emile abrió sus brazos como diciendo: sí y qué.
—¿Y cuál es el problema que quiera recuperar mi vida?
Jude entrecerró los ojos con lentitud dolorosa, que hizo a Emile enfadar.
Lo estaba juzgando, ¡y precisamente él, que era como su mismísimo gemelo! Al menos, en los actos pecaminosos que llegaba a realizar.
—Quieres que Maggie contraiga matrimonio, solamente porque deseas recuperar tu vida de libertinaje e indecencia.
Emile al oírlo, frunció el ceño con fuerza.