La apuesta de un vizconde.

Capítulo 9:

Ya habían pasado cinco días desde que Maggie no había vuelto a cruzarse con Jude. Y era un hecho que le mantenía la mente tranquila y parsimoniosa, pero, por otro lado, también durante esos cinco días que habían transcurrido, su mente no había parado de pensar en él. Y se maldijo por eso, una y otra vez. Se sentía una idiota. 

Su corazón se hallaba abatido cada vez que pensaba en él, y en todas las palabras que dijo la última noche en que lo había visto. Su confesión que siempre la había apreciado como a una hermana y que nunca la quiso de otra manera. Y sus mejillas ardían con fuerza cada vez que recordaba el momento exacto en donde estuvo a punto de declararle que aún lo seguía amando, para luego dar paso a otro recuerdo; la de aquella noche en donde él le había roto el corazón. 

Su mente y sus sentimientos eran un embrollo cuando se trataba de Jude. 

Su único amor. 

Durante esos días, su doncella Emily se encargaba de consolarla en el momento en donde ella llegaba a sentirse afligida. Se acurrucaba entre sus piernas mientras Emily le acariciaba tiernamente la cabeza. Su doncella estuvo al tanto de todos los sucesos que ocurrieron durante esos días. Nunca le ocultaba nada a ella. Emily solamente le había aconsejado que mantuviera su mente ocupada en sus actividades favoritas: como ir a pintar un paisaje, pasar la tarde entera con su familia, ir a comprar pinturas y acuarelas, ir a visitar a su tía y de paso, pasar a saludar a Bukayo. Pero ella últimamente no se había sentido con muchos ánimos de fingir que todo estaba bien dentro suyo, cuando en realidad, nada estaba bien con ella. 

Había noches en las que ella se imaginaba que Jude le confesaba que siempre había estado enamorado de ella, y que nunca le había apreciado como un hermano contempla a su hermana. 

Soñaba que él la reclamaba, y le pedía que sea su esposa, diciendo que se olvidara de sir John Lucas, que él se encargaría de hacerla feliz, pero al despertar, volvía a la cruda realidad de que Jude, nunca, jamás, sería suyo. 

Y eso le entristecía.

Se volvía a sentir miserable. 
 

Esa noche, había aceptado concurrir al Teatro Royal Opera House acompañada de sus hermanos Emile y Phil. Sir John Lucas la había invitado a ella, y por supuesto, también había tenido la amabilidad de invitar a sus dos hermanos. 

Esa misma noche, Maggie ya se encontraba dentro del carruaje, sentada frente a sus hermanos mientras éstos discutían sobre una carrera de caballos, que al parecer, se había realizado esa tarde, y ambos habían tenido la dicha de concurrir a dicho evento. En cambio, Maggie no tenía ni una pizca de deseo o de ganas de tener que aguantar o escuchar aquella plática tonta que a sus hermanos se le había ocurrido para pasar el rato hasta llegar al teatro. Solamente se dedicó a observar las calles oscuras, y las estrellas que le ofrecía esa noche la ciudad de Londres. 

Al llegar finalmente al teatro. Emile bajó del carruaje, y prontamente la ayudó a bajar. Ella se lo agradeció, y luego, visualizo a sir John Lucas cerca de la entrada. 

El hombre estaba teniendo una conversación bastante animada con otro sujeto igual de elegante que él. Parecía ser otro hombre de negocios como lo era sir John Lucas. Y por lo poco que le llegaba a conocer, tenía la seguridad que a sir John Lucas le encantaban los temas de negocios; aunque para la sociedad aristocrática, no viera con buenos ojos aquellos tipos de discusiones. 

Muy pronto, sir John Lucas se percató de la presencia de los hermanos McLaren, que habían llegado ya. Le ofreció un ligero gesto al hombre del frente, y lo despidió con un apretón de manos. Luego, se acercó a sus hermanos y a ella con una deslumbrante sonrisa. 

Primeramente, saludo a Emile y a Phil, que lo habían recibido de buena manera. Para después, voltear a ver a Maggie y dedicarle otra sonrisa, una más, ¿acaramelada quizás? 

Maggie le ofreció su mano enguantada, y sir John Lucas apoyó sus labios estirados en los delicados nudillos de Maggie. Los mantuvo ahí por unos largos segundos, que Maggie pensaba que nunca acabarían, para más tarde, retirar su boca y ofrecerle una mirada cándida. 

—Lady Margaret, déjeme decirle lo encantadora y bella que luce esta noche. Sepa usted que me alegra tanto poder volver a contar con su compañía. 

Ella le ofreció de igual manera una cariñosa sonrisa. 

—Es usted muy amable. 

—No hay que. —Hizo una leve reverencia tocándose el sombrero. 

Por un momento creyó ver un leve sonrojo en las mejillas arrugadas de sir John Lucas. Y se preguntó si en verdad había sido sincero con aquel halago. 

Casi nunca se creía los comentarios referidos a su belleza. Opinaba que los hombres solamente lo decían para ser corteses y educados con ella, y no porque en realidad lo llegaban a sentir de esa manera. 

Sir John Lucas le ofreció su brazo, y ella lo aceptó sin dudas. La escoltó hasta el palco que le pertenecía a su familia. El palco McLaren. En donde sus dos hermanos también se habían acomodado. 

Sir John Lucas tomó asiento a lado de Emile, y Maggie reclamó el puesto que estaba alado de su prometido. Dejando el otro lugar de su izquierda desocupado. 

—Dicen que la función de hoy es una maravilla —comentó sir John Lucas una vez que ambos estaban acomodados en sus respectivos lugares. Esperó pacientemente a que Maggie hiciera un gesto que le indicara que podía proseguir. Y Maggie lo hizo. —. Se trata de "la coronación de Popea". Dígame, lady Margaret, ¿a usted le gusta la ópera? 

Ella titubeó en su respuesta. No estaba del todo segura si le llegaba a fascinar la idea de observar a alguien cantar por cuatro horas seguidas. Pero al ver el entusiasmo plasmado en el rostro de sir John Lucas, no tuvo el valor de romper aquella emoción que sentía el hombre de encontrarse allí. 

Maggie se encogió de hombros. 

—No soy muy conocedora en el tema, sir John Lucas, pero, dejaré que me explique y me guie en todo lo que usted conozca acerca de la ópera. Veo que es un asunto que le apasiona muchísimo, y estaría encantada de escucharlo. 




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