Nando miró su teléfono, el corazón latiéndole como si fuera a salir corriendo. "Maru". El nombre en la pantalla, el mismo que había visto en el perfil de la empanada perfecta. La app le había dado la bienvenida a su chat con el mensaje sugerido: "¡Hola! ¿Con qué acompañas esa empanada?".
Nando pensó en mil respuestas posibles. ¿Con picante? ¿Con una salsa tártara casera? ¿Con una cerveza bien fría? Todas se le antojaban demasiado simples para una mujer que hacía obras de arte con la comida. Deslizó el mensaje de la aplicación y empezó a escribir, borrando y reescribiendo.
"Hola, Maru. Tu empanada parece una joya. ¿De verdad la hiciste tú?"
El mensaje fue directo, un poco desesperado. No había pasado ni un minuto cuando el teclado de Maru apareció en la pantalla, con el ícono de las tres bolitas bailando. Nando se sentó en el borde de su sofá. La respuesta llegó:
Maru: "¡Claro que la hice yo! Es mi especialidad, la empanada de cazón. Y la acompaño con una ensalada de aguacate y tomate, para que la fritura no se sienta tan pesada, ¿sabes? Ahora, cuéntame de tu arepa... ¿por qué está así? Parece arte conceptual".
Nando tragó grueso. "Arte conceptual". No sabía si reír o llorar. Ella lo había tomado en serio. La idea de que su arepa destrozada fuera una obra de arte le dio una extraña y peligrosa valentía.
Nando: "Es... eh... es una arepa deconstruida. Quise separar los elementos. El queso, la masa, el relleno... la idea es que cada sabor se aprecie por sí solo. Es un concepto. Soy, de hecho, un... 'deconstructor culinario'."
Maru: "¡Guau! Eso es muy original. ¿En qué restaurante trabajas?"
La pregunta le cayó a Nando como un balde de agua fría. "¡Rayos!", pensó. No trabajaba en ningún restaurante. Su "cocina" era la de su apartamento, en la que su único logro era no quemar la casa.
Nando: "No trabajo en restaurantes, Maru. Soy un 'freelancer' del sabor. Trabajo desde mi... laboratorio culinario. O sea, mi cocina. ¿Y tú? Por esas fotos, eres una chef profesional, ¿verdad?"
La pregunta de Nando llegó al otro lado de la pantalla, donde Maru, sentada en la cocina de sus padres, casi se ahoga con el agua que bebía. La realidad era que el plato de la foto era de un restaurante carísimo de Caracas que había visitado con una amiga. Sus "labores de chef" se limitaban a calentar comida en el microondas. Pero su perfil de influencer y su necesidad de un "colaborador" la obligaron a mentir.
Maru: "Algo así. Me gusta considerarme una 'artista culinaria'. Y mi cocina, bueno... es un santuario. Por cierto, me gustaría aprender más sobre eso de la arepa deconstruida. ¿Podríamos...? No sé, ¿hacer un 'colaborativo'? Podrías enseñarme a hacer tu plato."
Nando no lo podía creer. La chef de la empanada quería que él, el "destructor de arepas", le diera clases. Era el peor y más maravilloso engaño de su vida.
Nando: "¡Claro! ¡Por supuesto! Sería un honor. ¿Cuándo? ¿Qué te parece...? ¿El sábado en la tarde?"
Maru: "Perfecto. Te paso la dirección por privado. No puedo esperar a que me 'deconstruyas' una arepa, chef".
Nando se recostó en su sofá y sonrió, con una mezcla de pánico y emoción. Iba a darle una clase de cocina a una "chef profesional" y, para colmo, lo iba a hacer con su plato más famoso: la arepa rota. No tenía idea de cómo iba a salirse con la suya. Pero, por Maru, estaba dispuesto a intentarlo.