El escándalo del "Chef Fit" se hizo viral. La fama de @LaArepaMagica creció exponencialmente, y con ella, las ofertas. Las marcas les llovían, pero Maru y Nando estaban en la misma página: no querían ser portavoces de productos falsos. Su marca era la autenticidad.
Una tarde, mientras grababan un video de Nando intentando hacer una hallaca, Maru se detuvo. La cocina de Nando, que antes era un desastre, se había vuelto un espacio de creación lleno de risas y complicidad. La hallaca, por supuesto, terminó desmoronándose.
"Nando, me di cuenta de algo", dijo Maru, con una mirada seria que lo sorprendió. "Nosotros no somos influencers, somos... emprendedores. Estamos vendiendo la imperfección, la verdad de la comida venezolana".
Nando sonrió. "Entonces, ¿qué hacemos? ¿Creamos nuestra propia línea de productos de comida imperfecta?".
"¡Algo mejor!", exclamó Maru, con los ojos brillando. "Hagamos realidad tu sueño. Abramos un camión de comida. Vendamos tus arepas. La gente las amará, porque ya las aman por ser un desastre".
La idea fue el siguiente paso lógico. Maru, con sus habilidades de marketing, diseñó el logo: una arepa sonriente pero partida por la mitad. El nombre era simple y pegadizo: "La Arepa Mágica". Nando, por su parte, se dedicó a perfeccionar su arepa... y a fallar. Aún no lograba una arepa perfecta, y eso era lo que la hacía tan especial.
Con los ahorros de ambos y un pequeño préstamo, compraron un camión de comida viejo. Lo pintaron de colores vibrantes, le añadieron luces y un letrero que decía: "La arepa más honesta de Venezuela".
La noche de la inauguración fue caótica. Maru, con su delantal, atendía la caja. Nando, con el calor del budare, sudaba para no quemar las arepas. La fila de personas era interminable. Los clientes, muchos de ellos sus seguidores, pedían "la arepa deconstruida". Y Nando, con una sonrisa, les entregaba la arepa... rota.
"Aquí está", le dijo Nando a un cliente, con una arepa que parecía haber sido golpeada por un tren. "La arepa mágica".
El cliente, en lugar de quejarse, se rio y tomó una foto. "¡La arepa de Nando!", exclamó. "Es un honor".
El negocio fue un éxito rotundo. La gente no solo venía por la comida, sino por la historia. Por la honestidad. Por la pareja que había encontrado el amor en el caos y había construido un imperio sobre la imperfección.
Una noche, después de cerrar el camión de comida, Nando miró a Maru. Estaba cansada, con harina en la cara y una sonrisa genuina. "Maru, esto... esto es mejor de lo que imaginé".
"Lo sé", respondió ella. "No solo es nuestro negocio, es nuestra historia. Nuestra historia de amor. Y no la cambiaría por nada".
Nando la besó, con sabor a harina y a queso. Ya no eran los "desastrosos" de la app de citas, eran un equipo. Y su historia, como sus arepas, era imperfecta, pero estaba llena de sabor.