La arquitecta de papel

Capítulo 1: La Oferta y la Barrera

1. El Coste de la Ambición

​La luz pálida de la única bombilla de la cocina caía sobre el rostro de Elena, proyectando sombras que acentuaban la ojera bajo sus ojos. A sus diecinueve años, no conocía el lujo de la incertidumbre. Conocía la certeza de las facturas apiladas sobre la nevera y la urgente necesidad de la medicina de su hermano menor. El aroma a café rancio del turno de la mañana se mezclaba con el olor a humedad de su barrio, La Pradera. Era un entorno que amaba por su gente, pero que la ahogaba en su pobreza.

​Elena estaba sentada ante la mesa de madera desconchada, no dibujando planos de edificios imponentes como soñaba, sino garabateando presupuestos inalcanzables. Su sueño de estudiar arquitectura estaba en pausa, aparcado con la misma frialdad con la que su mano empujaba el último billete disponible para pagar el autobús. El orgullo era su escudo, forjado en el crisol de la necesidad: saldría de allí, sí, pero por su talento y su esfuerzo, no por la limosna de nadie.

​La entrevista de "asistente administrativa" era su última esperanza. Un contacto, una antigua vecina, le había asegurado que el sueldo era sustancial, aunque la empresa estuviera en el epicentro de la riqueza que ella despreciaba.

​2. El Contraste de Cristal y Acero

​El edificio Valdés se alzaba sobre la ciudad como un monolito de cristal y acero. Elena sintió un nudo en el estómago. Cruzar el umbral era entrar en un mundo donde el dinero no se ganaba, sino que simplemente existía.

​La oficina era un estudio de diseño minimalista: paredes de concreto pulido, muebles de madera exótica y ventanales con vistas panorámicas que convertían a su barrio en un punto distante y borroso. Olía a lujo, a un perfume masculino sofisticado que era tan invasivo como el silencio que lo acompañaba.

Gabriel Valdés era el fuego encapsulado en un traje que parecía hecho a medida por un artista. Alto, de hombros anchos, con el pelo oscuro y los ojos verdes penetrantes que no miraban, sino que evaluaban.

A sus treinta y cinco años, era un chef y empresario millonario, dueño de la cadena de restaurantes vanguardistas "Fuego y Sal".

​El primer contacto visual fue un choque. Gabriel dejó el teléfono y la examinó con una intensidad que la obligó a tensarse.

"Así que la señorita Castillo," su voz era grave, con una cadencia lenta y medida. "Dicen que es... organizada."

"Soy más que organizada, señor Valdés," replicó Elena, sin pestañear. Mantuvo la barbilla alta, un acto de desafío silencioso. "Soy eficiente. Y aprendo rápido. Pero no busco archivar documentos. Busco trabajar."

​Gabriel sonrió, un gesto lento y peligroso. "Me gusta el desafío. Siéntese. Estamos lidiando con el desastre del proyecto 'El Nido'. El arquitecto principal renunció en un ataque de ego. Estoy buscando a alguien que ponga orden en este caos antes de que quemen más dinero. ¿Sabe algo de planos?"

​3. La Destreza y la Fascinación

​Gabriel deslizó varios pliegos de papel sobre la mesa. Eran los planos de su nuevo y ambicioso restaurante.

Para Elena, fue como una dosis de adrenalina. Olvidó por un instante el lujo, la deuda, y al hombre que tenía enfrente. Solo vio la estructura.

​Se inclinó sobre los dibujos, su mano trazando imaginariamente las líneas. Empezó a hablar con la fluidez y la pasión que la necesidad había reprimido.

Señaló un fallo en la distribución de la cocina, una ineficiencia en el flujo del personal.

"El problema no es la fachada, señor Valdés. Es la funcionalidad. La barra está a 45 grados de la puerta del almacén. Si gira la barra hacia el sur, gana visibilidad para los comensales y optimiza la salida de los platos. Es una cuestión de lógica, no de estética vacía."

​Gabriel se recostó en su silla, sin escuchar las palabras, sino el sonido de su pasión. Sus ojos escanearon la curva de su cuello, la intensidad en su mirada. Vio la arquitecta brillante escondida tras la joven mesera. Sintió una posesión instantánea, el deseo de cultivar ese talento y mantenerla solo para él.

​4. La Propuesta que Quiebra el Orgullo

​Al final de la entrevista, Gabriel le tendió un cheque, pero la cifra era diez veces el sueldo de asistente administrativa.

"Este es el acuerdo, Elena. No serás una simple asistente. Serás mi 'asistente de diseño y confianza'. Trabajarás directamente conmigo en 'El Nido'. Tendrás acceso a los mejores libros, a los seminarios, y suficiente para tu universidad. Esto es lo que necesitas para que tu sueño no se quede en un garabato de café." Hizo una pausa, su mirada bajó a sus labios. "Y tendrás que acompañarme a eventos, mantener mi agenda, y en general, estar muy... cerca."

​Elena sintió la bilis en su garganta. La oferta era tentadora. Era la salvación. Pero la manera en que la miraba, la cifra obscena, la forma en que aludía a la proximidad, la hacía sentir sucia.

"Señor Valdés, no necesito su caridad. Sé lo que está insinuando. Soy una profesional y no soy una de sus... adquisiciones."

​Gabriel se levantó, su altura envolviéndola. "No estoy ofreciendo caridad, Elena. Estoy invirtiendo en un talento que sé que es real. Pero sí, la cercanía es parte del trato. Y sí, la atracción que tenemos es tan real como el diseño de esa barra. Yo necesito la tranquilidad que me da tu eficiencia. Y necesito la distracción que me da tu... resistencia. Es una inversión mutua."

​Ella miró el cheque. Vio la medicina de su hermano, el alivio de su madre. Cerró los ojos. La necesidad era una tiranía.

​5. El Acuerdo Peligroso

​Elena tomó el cheque con manos temblorosas.

"Acepto," dijo, con la voz apenas un susurro de rendición. "Pero solo bajo mis condiciones.

Uno: el dinero de más lo considero un préstamo que le devolveré.




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