El acuerdo se estableció. Elena se sumergió en el trabajo, usando el dinero para estabilizar a su familia y reinscribirse en cursos a distancia de arquitectura.
En la oficina, era la sombra eficiente de Gabriel: siempre un paso por delante, siempre profesional. Pero la atmósfera entre ellos era tan densa que los demás empleados no tardaron en notar la tensión magnética que existía.
Las reuniones se extendían hasta la medianoche. A solas en el estudio, trabajaban a centímetros de distancia, el aire vibrando con la presencia no dicha del otro.
Elena usaba ropa sobria, un uniforme de su profesionalismo; Gabriel la observaba con una intensidad que era un acto de coqueteo silencioso.
Elena escribía notas, sintiendo el calor del cuerpo de Gabriel cuando se inclinaba sobre ella para señalar un detalle en el plano. Su mano, grande y fuerte, pasaba a milímetros de su mejilla.
Era una tortura exquisita, un recordatorio constante de la línea que no debían cruzar.
Ella se disciplinaba con la realidad: "Esto es por tu universidad, Elena. Esto es un jefe. Solo un jefe."
La Invasión SutilGabriel, sin embargo, comenzó a erosionar los límites que ella había impuesto. No era explícito, sino sutil.
La invitó a acompañarlo a una cena de gala para inversionistas. Elena se negó. Él no insistió, solo dejó sobre su escritorio un vestido de diseño elegante con una nota. "Es parte de la imagen del proyecto. No de ti. Si no lo usas, me harás quedar mal."
Era una manipulación profesional que ella no podía rechazar sin poner en riesgo el acuerdo.
Ya caída la noche, en el evento, Elena se sintió como una extraña, pero se movió con una gracia natural que atrajo miradas. El vestido asentuaba sus curvas, lo que llamo la atención de muchasiradas.
Gabriel, al ver cómo otros hombres la observaban, sintió una punzada de celos posesivos que no supo nombrar. Solo sentía su necesidad de protegerla, robarla, tenerla solo para el, solo para sus ojos e instintos.
"Te ves... diferente," le dijo al oído en un susurro grave, la cercanía erizando la piel de Elena. "Ese color te sienta bien."
"Lo siento por el color. Vuelvo al concreto mañana," respondió ella con frialdad, odiando la forma en que su corazón se aceleraba.
El Rechazo al LujoAl día siguiente, Gabriel cometió un error. Queriendo compensar la humillación sutil, le regaló un costoso brazalete de oro.
Elena lo miró y luego al brazalete. Su rostro se cerró.
"¿Esto es un agradecimiento por el trabajo de anoche, señor Valdés? Mi trabajo se paga con mi salario, y la hora extra se paga con el tiempo que me roba de mis libros. No necesito un adorno para validar mi valor."
Dejó la caja sobre la mesa. "Guárdelo para alguien que considere un objeto, no una socia."
El rechazo fue como un puñetazo para Gabriel. Se dio cuenta, no con la cabeza, sino con el corazón, de que su riqueza era una barrera infranqueable para ella.
Su dinero, su mayor poder, era la cosa que más los separaba.
Esto despertó en él una necesidad más profunda: ganarse su respeto, algo que nunca tuvo que hacer con nadie.
La Confidencia InesperadaUna noche, un corte de luz dejó el estudio en penumbra. A la luz de una vela de emergencia, el silencio se rompió con la sinceridad.
Gabriel estaba frustrado con un diseño.
Elena, viendo su verdadera pasión por la gastronomía, le preguntó sobre sus inicios.
Él, sorprendido por su pregunta genuina, se abrió por primera vez. Habló de su juventud, de la soledad que lo rodeaba, y de cómo su riqueza atraía a oportunistas.
"A veces... me gustaría que mi nombre no fuera Valdés. Para saber si alguien se acerca por mí, o por lo que tengo," confesó él, su voz casi un murmullo.
Elena lo miró, y por primera vez, vio la vulnerabilidad en sus ojos. Se dio cuenta de que él estaba tan prisionero de su oro como ella lo estaba de su necesidad.
"Yo sé que el dinero es un disfraz, Gabriel. Pero hasta que no te lo quites, no puedo saber quién eres debajo. Y hasta que yo no pueda pagar la matrícula con mis propios medios, tú no podrás saber quién soy yo."
La tensión era insostenible. En el camino de regreso, en la privacidad oscura del coche con chófer, la fatiga y la honestidad habían roto sus defensas.
Al llegar al portal de Elena, la mano de Gabriel se posó en su brazo para detenerla.
"Quédate," susurró él, la palabra no era una orden, sino una súplica, cargada de todo el deseo y la admiración que había reprimido.
Elena sintió la piel arder. Sus ojos se encontraron en la oscuridad. El espacio entre sus labios se acortó peligrosamente, la atracción era una fuerza física, ineludible. Ella sintió el aliento caliente de él en su mejilla, el perfume de sándalo y la urgencia.
Pero ella se aferró a su orgullo, a su acuerdo, a su futuro. Giró la cabeza, sus labios rozaron su mejilla. Se apartó con un temblor.
"Buenas noches, señor Valdés. Ha sido un turno largo."
Salió del coche, dejando a Gabriel solo, frustrado, pero extrañamente fascinado.
El control de Elena era su mayor desafío, y el deseo reprimido era ahora el verdadero motor de su relación.
Editado: 22.10.2025