"¿Por qué arquitectura, Elena? Con tu habilidad para los idiomas o tu capacidad de organización, podrías ser cualquier cosa."
Elena levantó la vista, sus ojos verdes cansados pero brillantes. "Porque un edificio es honesto, señor Valdés. Un edificio no te miente. Puedes ver sus cimientos, su estructura. No hay falsas promesas. Solo estabilidad. Y yo... no he tenido mucha estabilidad en mi vida."
La sinceridad de Elena abrió una puerta.Gabriel se acercó, no físicamente, sino emocionalmente. Le habló de su propia soledad, de la carga de su apellido y de cómo su riqueza lo había hecho desconfiar de cada sonrisa, de cada "te quiero"."Creces con una pared alrededor del corazón, Elena. Para protegerte. La gente solo ve el dinero, no a la persona. Las relaciones son transacciones, y siempre hay un precio. Siempre." Su voz era áspera, cargada de una vulnerabilidad que nunca había mostrado.
Elena lo escuchó, y vio por primera vez al hombre detrás del imperio. Un hombre que, a pesar de su fortuna, estaba tan preso de sus miedos como ella de los suyos.
Se dio cuenta de que él la había juzgado basándose en su propia herida, y que su orgullo la había cegado a la suya. La compasión ablandó el hielo en su corazón.
"Yo sé que el dinero es un disfraz, Gabriel. Pero hasta que no te lo quites, no puedo saber quién eres debajo. Y hasta que yo no pueda pagar mi matrícula con mis propios medios, tú no podrás saber quién soy yo."
La tensión romántica alcanzó su clímax. El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, pintando el cielo con tonos rosados y dorados. Ambos estaban agotados, pero extrañamente conectados.
Gabriel se puso de pie y se acercó a Elena, que seguía sentada. Su sombra la envolvió. Ella levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de él. El aire se volvió espeso con el deseo no verbalizado, con las palabras no dichas.
Él extendió una mano, no para tocarla, sino para retirar un mechón de cabello que caía sobre su frente. Su mirada bajó a sus labios, y Elena sintió un temblor recorrer su cuerpo.
Cerró los ojos, esperándolo, deseándolo con una intensidad que la asustó.
El silencio fue ensordecedor. El corazón de Elena latía con fuerza contra sus costillas. Estaban a un aliento de distancia.
Pero Gabriel se detuvo. Retiró la mano, el dolor en sus ojos tan claro como el suyo propio. El respeto, o quizás el miedo, se impuso.
"Deberías ir a casa, Elena. Has trabajado suficiente por hoy." Su voz era ronca.
Elena se levantó, el cuerpo rígido, el alma en vilo. La oportunidad se había evaporado como el rocío matutino. Ambos habían retrocedido del umbral, dejando el deseo en un lugar peligroso: no resuelto.
Editado: 22.10.2025