La vulnerabilidad del día anterior, había dejado a Elena en un estado de confusión. La atracción por Gabriel era innegable, pero también lo era el miedo a depender de él.
La necesidad golpeó de nuevo. Su hermano menor necesitaba un tratamiento de emergencia que su salario, aun con la ayuda de Gabriel, no cubría por completo.
Desesperada, Elena recurrió a Gabriel, pero su orgullo le impidió confesar la verdadera razón. Inventó una excusa, un gasto menor para el proyecto "El Nido" que no era real, esperando poder devolverlo pronto. Era una mentira blanca, pero una mentira al fin.
Gabriel, herido por la confesión anterior de aquella noche y su propia historia de traiciones, ya estaba en un estado de hipervigilancia. Cuando Elena le pidió el préstamo con un pretexto vago, el viejo demonio de la desconfianza resurgió.
Contrató a un detective privado, una medida fría y calculadora. No porque dudara de su trabajo, sino porque la cercanía emocional le había abierto una grieta en su armadura, y temía lo que podía perder.
El informe, que detallaba la emergencia del hermano de Elena, no llegaría a sus manos a tiempo.
La confrontación llegó de forma brutal. Gabriel la llamó a su oficina, su rostro una máscara de fría decepción.
"Has confirmado mis peores miedos, Elena," comenzó, su voz dura como el granito. "Me pediste respeto. Dijiste que el dinero no te definía. Y sin embargo, aquí estamos. Otra vez. Una mentira. Una solicitud de dinero bajo un pretexto falso. ¿Qué eres, Elena? ¿Una arquitecta de sueños o una arquitecta de estafas?"
Las palabras de Gabriel fueron un golpe demoledor. El dolor en el pecho de Elena era físico. No se atrevió a confesar la verdadera razón; su orgullo estaba destrozado por la acusación, y el veredicto en sus ojos era claro.
"Tú no puedes comprar mi alma, Gabriel," respondió ella, su voz temblaba a pesar de sus esfuerzos. "Y mi necesidad no te da derecho a juzgar mi corazón. Me has juzgado, y he perdido. Pero no por tu dinero. Por tu desconfianza."
Elena se levantó, su cuerpo rígido. Dejó los papeles de su renuncia sobre el escritorio, junto con la tarjeta corporativa.
"Renuncio, señor Valdés. El acuerdo ha terminado. Y el 'préstamo' lo devolveré, hasta el último céntimo, con mi propio esfuerzo. Siempre he estado sola en esto. Y así seguiré. Buena suerte con 'El Nido'. Espero que encuentres a alguien que no te mienta ni te desilusione."
Se marchó sin mirar atrás, el sonido de sus tacones resonando en el silencio como el eco de un corazón roto.
Gabriel se quedó solo, el documento de renuncia en sus manos, la imagen de su rostro herido grabada a fuego en su mente. Su riqueza nunca se había sentido tan vacía.
Había ganado la "razón", pero había perdido lo único que su dinero no podía comprar.
Editado: 22.10.2025