La vida en La Pradera se volvió más difícil, pero también más clara.
Elena se dedicó en cuerpo y alma a trabajar, a estudiar y a cuidar a su hermano. Todo el dinero que ganaba era una victoria contra la sombra de Gabriel Valdés.
Volvió a sus viejos trabajos, a sus turnos dobles, y se matriculó a tiempo parcial en la universidad, con el dinero que había ahorrado y el que ahora ganaba con sudor.
Sus viejos cuadernos de arquitectura se llenaron de nuevos diseños. Empezó a aceptar pequeños trabajos de diseño de interiores para sus vecinos, cobrando lo justo, y sintiendo la satisfacción de la independencia. Era una vida dura, pero era suya.
Rechazó cualquier intento de contacto de Gabriel, devolviendo regalos o correos. Su orgullo estaba reconstruyéndose, ladrillo a ladrillo.
Gabriel, en cambio, se sumió en una profunda melancolía. El proyecto "El Nido" estaba terminado, un éxito arquitectónico, pero el restaurante se sentía vacío. Su imperio no tenía sentido sin la presencia de Elena, sin su inteligencia desafiante, sin la chispa en sus ojos.
Sus amigos, preocupados, lo confrontaron sobre su aislamiento.
Él intentó contactar a Elena, enviándole ofertas de trabajo, becas, pero ella lo rechazó todo, dejando claro que no quería nada que viniera de él.
Fue entonces cuando el detective privado que había contratado entregó el informe final. Detallaba no solo el uso del dinero por parte de Elena para el tutor de su hermano, sino la gravedad de la situación familiar y su esfuerzo heroico por mantener a flote a los suyos.
Gabriel sintió una punzada de vergüenza y culpa. Había juzgado a la mujer de la que se había enamorado, con la vara de su propio trauma. Él había sido el verdadero manipulador, el que había proyectado sus miedos en ella.
Se dio cuenta de que su dinero no era un escudo, sino una lente que distorsionaba la realidad y le impedía ver la verdad.
Gabriel entendió que no podía ganar a Elena con su dinero. Tenía que ganarla con su respeto.
No la buscó. No envió flores. En cambio, en la siguiente feria anual de arquitectura, donde Elena sabía que habría stands de su universidad, apareció un stand anónimo que ofrecía un kit de dibujo profesional de alta gama, con una nota simple: "Para un talento que merece las mejores herramientas."
Elena lo encontró. No había nombre, no había remite.
Pero el kit, un modelo rarísimo que ella anhelaba, era la herramienta perfecta. Era un apoyo a su sueño, sin la mancha de la caridad, sin la sombra de la transacción.
Por primera vez, el gesto de Gabriel no buscaba comprarla, sino impulsarla.
Editado: 22.10.2025