La asistente equivocada

3. Cinco minutos de fama

Silvia

♥︎

Mi cuerpo me duele como si no hubiera dormido bien en… tres meses.

Probablemente es así.

Mis pies se arrastran al andar por las bonitas y bulliciosas calles de Manhattan.

Y no puedo parar de bostezar. Pero me desvelé cosiendo el muestrario del disfraz de Chloe para su «Semana de la Lectura».

Y tenía que tocarle Glinda, del Mago de Oz, con ese vestido pomposo.

La profesora me ha dicho que deberé buscar a una modista «de verdad» para el disfraz el día de la presentación. Claro que ella no sabe que soy perfectamente capaz de hacerle el vestido a Chloe, sólo necesito la tela correcta y eso… costará mucho dinero.

Pero Chloe durmió bien. Desayunó bien. Y llegó feliz a la Eastbridge Academy.

Eso es lo importante.

No mi sueño. Ni mi estrés o mi dolor de espalda.

Lo importante es que Chloe está creciendo feliz y con un futuro prometedor que me estoy esforzando en construir.

Mi pequeña hermana tiene siete años. Estudia en un colegio público, no puedo costear uno privado como me gustaría, pero procuré que fuera un buen colegio.

La admisión es por sorteo. Sin embargo, conseguir un cupo no significa la admisión segura, sino que pasas por una larga entrevista y, al final, eligen a los niños que entrarán.

Mi único vestido rosa pastel lo compré para esa ocasión. Aunque admito que contar la trágica historia de cómo nuestros padres murieron en un terrible accidente automovilístico, ayudó.

No seré el mejor ejemplo de hermana mayor, pero… la situación lo ameritaba.

Para mantenerse ahí, Chloe debe tener buenas calificaciones. Y yo debo participar también en las reuniones trimestrales, ferias de ciencias y otras actividades; y también hacer una actividad de voluntariado al año.

Admito que es complicado hacer todo eso con los complejos horarios de trabajo. Pero… cuando se quiere, se puede.

Hoy, por ejemplo, pensé en usar de nuevo ese vestido pastel, pero no lo consideré necesario. Sólo evité la ropa de encajes y redecillas. Un sobrio vestido negro y zapatillas del mismo color están bien.

Mi labial rojo oscuro me acompaña a todos lados sin excepción.

Consulto el reloj. Debería apurarme para entregar mi currículum en las oficinas de KAVAN.

Pero… tengo miedo.

Encontré la fotografía del edificio en internet, es imponente. Nunca he trabajado en un sitio como ese.

Es probable que termine de mensajera o en la limpieza, pero seguiría sintiéndome importante y… yo ni siquiera conozco ese sentimiento.

Decido tomar un café para espabilar. Irrumpo en la primera cafetería que encuentro, ordeno un café americano, pago y aguardo en un costado de la barra por mi bebida.

Intento pensar en todos los escenarios posibles que podrían desarrollarse cuando entregue mi currículum. Desde los mejores a los peores, donde querría terminar excavando un agujero para esconderme el resto de mi vida.

Siempre hago eso.

Sin embargo, mi tortuoso ritual se ve interrumpido por unos cuchicheos en la mesa más cercana.

Un grupo de chicas me está mirando mientras revisan algo en su celular.

No puede ser por mi ropa. Estoy dentro de la «normalidad». Sólo parece que voy a un funeral… no a un funeral ambientado en «El extraño mundo de Jack».

Intento ignorar sus voces, pero entonces… lo escucho.

—Es Silvia —dice una de ellas.

Aquello vuelve a captar mi atención, pero por fortuna mi café está listo y puedo escapar sin entender en lo absoluto qué está sucediendo.

Pero, cuando estoy por atravesar la puerta, una de ellas grita:

—¡Mucha suerte en KAVAN, Silvia!

Toda la cafetería me mira.

Y yo… me congelo sin saber qué hacer. Sólo atino a decir:

—¿Gracias?

Y escapo.

¡¿Cómo demonios sabía mi nombre?!

¡¿Cómo demonios sabe que intentaré trabajar en KAVAN?!

No he hablado con nadie sobre ello. Es decir, apenas anoche me encontré con ese extraño chofer que trabaja en KAVAN y me recomendó intentar ahí.

Sólo he hablado con Jocelyn, mi vecina, pero no sobre KAVAN. Ni siquiera le conté de mi despido. Ni a ella ni a Chloe. Son infortunios que no me gusta compartir.

¿Cómo podría alguien saber aquello?

Bebo un sorbo de mi café y apuro el paso hasta el edificio.

Una idea disparatada se dibuja en mi mente…

¿Y si esa transmisión en vivo no fue para tres personas?

No. Es una locura.

Aunque también es una locura que un ejecutivo importante decida conducir como chofer de aplicación simplemente para «divertirse» en las redes sociales.




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