Kyle
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Silvia está concentrada en la computadora, tecleando a toda velocidad. Ha pasado apenas una semana desde que entró como mi asistente, y se las ha arreglado mejor de lo que esperaba.
Claro, sigue teniendo momentos en los que no entiende abreviaturas básicas como KPI o ROI, y lo sé porque la he visto anotarlas fonéticamente en su libreta para preguntarme después en privado. No es algo que un asistente de este nivel debería hacer, pero al menos no se queda congelada frente a los demás.
Lo sorprendente es que, en paralelo, ya maneja el teléfono corporativo sin tropezar con cada llamada, aprendió a agendar videoconferencias en el sistema y hasta descubrió atajos que yo mismo no utilizaba. La primera vez que vio que la marcación internacional funcionaba correctamente, sonrió como si hubiera ganado una medalla.
No todo es impecable. Todavía recuerdo cómo envió un archivo equivocado a Finanzas y la sala entera la miró como si tuviera dos cabezas. A mí me bastaron segundos para corregirlo, pero ella se puso roja hasta las orejas.
Y, sin embargo… me doy cuenta de que la observo más de lo que debería. La he visto dejar de lado su torpeza y concentrarse cuando realmente importa. He visto cómo anota todo con desesperación, como si de su tableta electrónica dependiera la supervivencia de la empresa. Y la he visto entrar a mi oficina con esa expresión terca, como si se negara a rendirse, aunque no pertenezca a este mundo de cifras millonarias.
Ella parece percibir que la observo, porque deja de teclear y echa un vistazo alrededor.
Yo aprovecho para desviar la mirada y fingir que escucho a mis colegas, cuando no tengo idea de qué están hablando.
Aguardo un momento, hasta que considero que es seguro volver a mirarla y… sí.
Silvia está concentrada otra vez en la computadora. Tiene el ceño ligeramente fruncido y sus labios oscuros apretados en una fina línea.
Está armando el informe de incidencias en operaciones. Un documento que debería ser rutinario, pero que siempre me da dolor de cabeza.
Consta de reportes de retrasos en entregas, quejas de tiendas, mercancía dañada en transporte… Básicamente, un compendio de todo lo que puede salir mal en el día a día de KAVAN.
Se inclina hacia la pantalla, parece a punto de querer atravesar el cristal y acomodar las palabras ella misma con sus manos.
Sonrío. No puedo evitarlo. Nunca pensé que alguien sin experiencia en un trabajo como este pudiera adaptarse tan rápido… y mucho menos que se tomara tan en serio algo que la mayoría llena con frases automáticas.
Silvia es una buena asistente. Si ya hace todo esto en una semana, en seis meses podría ser hasta mejor que yo.
La diferencia es que ella se esfuerza tanto porque teme ser despedida al no contar con las licencias para el empleo.
Yo lo hacía por diversión. No necesitaba realmente el dinero del empleo. Sólo me divertía con las redes sociales, llamando la atención y conociendo gente.
El único «pero» es que… Silvia se ha mantenido como mi asistente en la oficina, pero fuera de esta… no.
Ahora entiendo por qué Rowan evita tener mujeres como asistentes. Es fácil malinterpretar algo.
Yo iba y venía del penthouse de Rowan sin preocuparme por anunciarme. Su actual asistente hace lo mismo.
En cambio, no he podido pedirle a Silvia que me ayude con cosas personales porque no quiero hacerla sentir incómoda.
Y si contrato a otro asistente sólo para eso, ella sentirá que lo hago porque es insuficiente para el puesto.
—Kyle —llama una voz femenina con un poco de insistencia, así que aparto la mirada de Silvia y encuentro a Sabine—. Te he llamado tres veces.
Mis colegas no hacen ningún comentario, pero sus miradas vagan irremediablemente hacia mi asistente.
—No escuché, disculpa —admito.
Me despido de los tres ejecutivos con una sonrisa y conduzco a Sabine hacia mi oficina.
Ella luce impecable y hermosa como siempre, con su melena rubia y ondulada desparramada sobre los hombros y un elegante vestido café.
Sabine ha sido la asesora de Rowan por años. Son amigos desde que eran niños, y se comprometió con Jase, uno de nuestros mejores amigos, aunque el matrimonio jamás se concretó porque es un inmaduro.
Y pues, como asistente de Rowan, conviví mucho con ella.
Una cosa llevó a la otra.
Y pasaron otras «cosas»…
Por supuesto que Jase no lo sabe. Ellos no se casaron, pero es un código silencioso no meterte con la ex prometida de tu amigo.
Es un secreto.
O casi un secreto.
Porque Silvia lo sabe… Ella vio el mensaje que me envió Sabine. Estoy seguro.
Como si la invocara, Silvia levanta la mirada cuando pasamos frente a su escritorio.
Sabine le sonríe, amable. Silvia responde igual, pero luego se me queda mirando unos segundos más antes de bajar la vista.
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madre soltera, jefe y asistente, matrimonio por conveniencia
Editado: 01.10.2025