La asistente indomable del jefe

Capítulo 1.1

Si hubiera sabido en qué terminarían esos bailes…

Pero ya es tarde.

Sus ojos me atraviesan como fuego.

***

La mañana empieza de forma insoportablemente difícil.

Estoy tumbada en una cama suave, mirando el techo claro, mientras una punzada desagradable me late en la cabeza. Va y viene, se sacude, a veces incluso pincha. Se divierte a lo grande.

Aunque es mi culpa por sentirme tan hecha polvo. No debería haber bailado tanto anoche en el club… pero una no cumple años todos los días. El próximo primero de mayo ya no soplaré velas con el número veinticinco, así que no tiene sentido lamentarse. Hay que disfrutar cada segundo de la vida.

Me doy la vuelta. Menos mal que no tengo náuseas. Cierro los ojos con la esperanza de que aún falte mucho para que suene la alarma. Pero no.

El móvil sobre la mesita empieza a vibrar con tal fuerza que dan ganas de lanzarlo por la ventana. ¡Que grite allá afuera si quiere!

¡Basta!

¿Por qué estoy tan agresiva? ¿Todavía no se me pasó el malestar del conflicto? Puede ser… no lo sé…

Me giro hacia el teléfono, apago la alarma y aprieto los dientes. En mi mente, se repasan a toda velocidad los recuerdos de anoche, una velada llena de momentos intensos.

Después de una cena familiar bastante aburrida, me fui con las chicas al club. Y sí, la pasamos en grande. Nunca en mi vida me había desatado así…

Con esfuerzo, me despego de la almohada. Me froto los ojos y suelto un gran bostezo. Qué ganas tengo de volver a tirarme sobre estas sábanas de satén color marsala y quedarme ahí hasta el mediodía… o incluso hasta la noche.

¿Y qué me lo impide? Hay algo. Aunque, por suerte, tengo que estar allí a las once. Si fuera a las nueve, jamás habría logrado despertarme. Misión imposible.

Sigo sentada en la cama. ¿Y si me echo otra media horita? ¿Apoyo la cabeza en esa almohada suave? Giro la cabeza hacia ella. La observo, esa “tentadora” rectangular que me llama, me seduce como Lorelei a los pescadores.

Pero, a diferencia de aquella joven que se alza sobre una montaña puntiaguda, peinando su melena con un peine de oro y matando con su canto, la almohada no me amenaza con nada. Solo me provoca… con una siestecita.

Me recuesto. Es difícil resistirse. Cierro los ojos cansados bajo los párpados, pero justo en ese instante… el móvil vuelve a sonar. Esta vez no es la alarma.

La melodía me deja claro que alguien quiere hablar conmigo a estas horas.

¿Pero quién demonios puede necesitarme tan temprano?

— Natalia, espero que no lo hayas olvidado, — me recuerda papá la conversación que tuvimos ayer en su despacho. — Tienes que presentarte en la oficina a la hora exacta… o incluso antes. Debes demostrar que eres responsable.

— Y lo soy, — contemplo el cuadro en la pared color crema, aunque me cuesta enfocarlo por la mala vista.

— ¿Al menos no te emborrachaste anoche? No queda bien ir a una entrevista con resaca.

— Papá, anoche salí tranquilamente con las chicas. El fiestero es Mykola, que sí se permite llegar a una reunión borracho, — me irrito y sigo hablando. — Además, tú mismo dijiste que la entrevista es solo una formalidad. Pase lo que pase, el puesto de asistente es mío.

— No hables así de tu hermano. Él nunca haría eso. Y tú mejor ve alistándote y no llegues tarde.

— Está bien, — gruño mientras me levanto de la cama. — Ya estoy de pie. No te preocupes.

— Eso está muy bien. Compórtate.

— Ajá, — termina así nuestro breve diálogo.

"Compórtate…"

A veces me da la sensación de que, para papá, sigo siendo una niña que solo mete la pata. Pero ya hace mucho que crecí, y no necesito que me digan cosas así.

“Compórtate”... pfff.

Esa frase le vendría mejor a mi hermano, el irresponsable de siempre. Que sea él quien vaya a esa empresa y se convierta en el asistente de ese… Dios, ¿cómo se llamaba?

Me llevo los dedos a las sienes y empiezo a masajearlas. Pongo en marcha el proceso de recordar. Funciona.

¡Pavlo Petrovych Podolskyi! Tres letras “P”. ¿O era Petro Pavlovych Podolskyi?

Hmm… ya me aclararé cuando esté allí.

Me doy una ducha rápida, que termina de despertarme y me llena de energía. El dolor de cabeza desaparece, y en su lugar aparece el deseo de desayunar, tomar un café con leche y maquillarme.

Dibujo con cuidado unos pequeños delineados en los párpados. Un último trazo… ¡listo! Quedaron simétricos y limpios. Luego paso a las pestañas. No escatimo en máscara, porque con las gafas los ojos siempre parecen más pequeños, y no voy a permitirlo. Así que los resalto.

Es el turno de los labios. Mi mano va directa hacia el labial color burdeos, pero hoy decido no usarlo. Tomo un brillo transparente y lo aplico con suavidad.

Por último, me pongo una blusa de seda roja y una falda lápiz negra.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 20.07.2025

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