De alguna manera, discutieron el misterioso proyecto demasiado rápido. Y, al parecer, no con mucho éxito. Pasha está de mal humor, y sus ojos, pensativos. El padre, por su parte, expresa preocupación y nerviosismo.
Eso me inquieta y me llena la cabeza de ideas de todos los colores. ¿De qué podrían haber hablado para quedar con esas caras largas? Imaginación me sobra, pero prefiero no dejarla volar.
Espero que Podolskyi me cuente, porque la curiosidad me está carcomiendo... mezclada con una pizca de indignación. ¡Yo también quería estar presente durante esa conversación!
Mykola saluda a papá y a mi estimado jefe, mientras yo limpio las gafas con una toallita y pregunto:
—¿Tan rápido?
—Sí —responde papá con voz cansada—. Ya están libres ustedes.
—Eso suena bien —la imagen frente a mis ojos vuelve a ser nítida—. Espero que no piensen ocultarme ese proyecto tan enigmático.
—No lo haremos —responde Pasha—. Te lo contaré de camino. No te preocupes, no estamos escondiendo nada.
—¿Qué proyecto? —pregunta Mykola, que por lo visto tampoco sabe nada.
—En el despacho te lo cuento —le dice papá.
No sé por qué, pero siento algo raro. Una corazonada me susurra que papá y Podolskyi quieren cocinar algún tipo de guiso turbio en la olla del negocio. Y eso sí que no va conmigo. Yo estoy a favor de hacer las cosas bien, no de andar entre chanchullos.
Porque cuando tienes la conciencia limpia y sabes que todo es legal, duermes en paz. Pero si haces algo ilegal, vas a vivir con el alma encogida, saltando ante cualquier ruido y con cara de funeral.
Aunque, claro... es demasiado pronto para sacar conclusiones. Primero hay que saber la verdad, y luego ya hablar. Puede que todo no sea como yo me estoy imaginando.
Por fin subimos al coche. Afuera ya refresca, y yo me siento... completamente apagada. Ni yo misma entiendo cómo no me he desplomado aún. Toda la noche de ayer me la pasé de fiesta, y hoy, hasta el anochecer, inmersa en ese monótono y denso río de asuntos laborales. Lo que necesito ahora es descanso. Urgente.
Observo cómo Podolskyi, en completo silencio, arranca el motor, da la vuelta y sale a la carretera. Está de un humor pésimo, y sus ojos… igual de serios, perdidos en sus pensamientos. ¿En qué estará tan metido? ¿Qué es eso que tanto le atormenta la mente?
No aguanto más y decido preguntarle:
—Te escucho.
—¿Qué? —responde como si no entendiera, aunque sé perfectamente que lo hace a propósito.
—¿Qué pasa con ese proyecto? Dijiste que me lo contarías. ¿O tienes secretos con mi padre?
—No hay secretos —contesta con una frialdad tan marcada que la temperatura dentro del coche parece bajar—. Hablábamos sobre el proyecto con los finlandeses. A mí no me convence, pero a Fédor le encanta.
—¿Discutieron? ¿Y de qué proyecto se trata exactamente? —disparo las preguntas, sintiendo que algo no va bien.
—Es con una empresa cosmética llamada Kaunis tyttö. Producen cremas faciales y otros productos similares. Fédor quiere lanzar con ellos una nueva línea… una marca conjunta.
—¿Y qué tiene eso de malo? —lo interrumpo.
—En el pasado, Kaunis tyttö estuvo envuelta en escándalos importantes. Usaban materias primas de mala calidad que provocaron reacciones alérgicas y problemas de salud. Tuvieron que cambiar las fórmulas y pagar indemnizaciones. Durante un tiempo todo pareció mejorar. Lograron limpiar su imagen… pero luego estalló otro escándalo: los periodistas descubrieron que probaban sus productos en animales, algo prohibido en los países de la UE. Hubo otro infierno mediático, aunque luego, supuestamente, corrigieron todo. Ya llevan dos años lanzando cremas que sus clientas adoran.
Hmm... Interesante empresa. Nunca había oído hablar de ella. Kaunis tyttö… Y mucho menos de esos escándalos.
—Bueno, de los errores se aprende —comento lo que pienso—. Seguramente ya entendieron que no pueden volver a hacer algo así.
—Tal vez… pero yo tengo una regla: no me involucro con gente así. Equivocarse una vez puede pasar, pero dos… Ya sabes.
—No voy a contradecirte. Pero quizá sería mejor asegurarse, incluir una cláusula en el contrato que nos proteja en caso de problemas. Si vuelven a actuar mal, que la responsabilidad sea completamente suya. Nosotros no figuramos por ningún lado.
—Es posible —dice—, pero no me gusta correr riesgos. Nunca me involucro en algo si no estoy seguro de que tendrá éxito. Con esta empresa, todo parece estar bien… pero si llegan a fallar otra vez, las pérdidas para nosotros serían enormes.
Él sigue pensando en el negocio, mientras yo no puedo evitar recordar nuestra discusión. Quisiera sacarlo a relucir, pero… ahora no tengo ni el ánimo ni la fuerza para encender otra pelea.
Además, tenemos que trabajar juntos, no andar pinchándonos todo el tiempo con palabras sarcásticas. Hay que separar lo profesional de lo personal. Aunque, bueno… lo nuestro, en lo personal, es un desastre.
Igual le devolveré el favor por ese atrevimiento de tocarme la espalda. No sé cómo aún, pero algo se me ocurrirá. A veces mi mente es capaz de ideas brillantes.