La asistente indomable del jefe

Capítulo 9.1

Sus besos arden como leña seca. Arden con un fuego infernal. Queman la piel… y eso es peligroso.

Sus manos serpentean por mi cuerpo. Espalda, cintura, pecho, piernas… No deja pasar ninguna oportunidad para tocarlo todo. Ahora parece un lobo que, al alcanzar su presa, lo quiere todo y de inmediato.

También lo abrazo. Siento bajo mis manos sus hombros de acero. Son tentadores.

Pero no puedo perder el control. ¡No tengo derecho! ¡Ni uno solo!

Y aun así… ¿cómo evitarlo, si Podolskyi no es ningún torpe?

Sus besos me marean de verdad.

Se despega de mis labios y desciende hacia el cuello. Lo acaricia sin freno. Mi cuerpo se estremece de escalofríos.

Aprieto los dientes para no gemir, porque es tan placentero que dan ganas de gritar de locura.

—No te calles —susurra entre beso y beso—. Natalia, no escondas lo que sientes....

Sus palabras me indignan… pero también me despiertan. Me recuerdan el objetivo de esta maniobra astuta.

Lentamente, alargo la mano hacia el bolsillo donde guarda la llave, mientras resisto sus besos y caricias.

Son una caída libre. Quieren que me rinda, que me quite esta armadura de frialdad, pero no...

Apenas rozo el lugar que busco… y Podolskyi detiene de inmediato ese huracán de pasión. Se incorpora sobre mí.

La naturaleza le dio rasgos que… maldita sea, no pueden no gustar.

—¿Esto es lo que buscabas? —dice, y señala con los ojos su mano izquierda, junto a mi oído.

Giro la cabeza.

Entre los dedos sostiene la llave plateada.

Pero… ¿cómo?

No entiendo nada…

—¿No estaba en el bolsillo? —me quejo, indignada.

—Ya no —responde, cerrando el puño—. Me di cuenta de que planeabas engañarme —sonríe—. Cediste demasiado rápido.

—Quería hacerlo —confieso, intentando mantenerme serena, pero es difícil. El cuerpo aún vibra por esos besos…

Y no puedo ignorar otro detalle: sigo debajo de él.

Aunque la ropa nos separa, lo siento todo. Todo. Incluso lo rápido que le late el corazón.

—Y no funcionó —me aprieta con más fuerza contra el colchón—. Y ahora mismo estás a punto de perder…

—Mentira —trago saliva—. No lo permitiría.

—¿Ah, no? ¿Y cómo piensas evitarlo? —me mira directo a los ojos, como si intentara leerme el alma.

—No te lo voy a decir… Mejor suéltame.

—¿Y no quieres seguir? —su voz baja de tono, y con la mano libre se hunde en mi cabello, desordenándolo.

—No quiero —respondo con rabia. ¡Odio cuando alguien juega con mis mechones!

—¿Y entonces por qué tienes las pupilas dilatadas? —pregunta, con una sonrisa burlona.

—Porque hay poca luz —suelto la excusa más estúpida del universo, porque la lámpara del techo me da justo en la cara.

Pasha no se lo traga. Hundiendo más la mano en mi melena, insiste:

—¿Y la respiración? ¿Por qué tan agitada?

—Falta oxígeno —suelto, sin pensar.

—Interesante… ¿Y el temblor? ¿Vas a decirme que es por frío?

—Frío —repito, aunque en realidad tengo tanto calor que quiero arrancarme la blusa.

Pasha retira la mano de mi cabello y finalmente me libera. Se deja caer a mi lado, boca arriba.

Respiro aliviada y me incorporo de inmediato. Me acomodo la falda, que ha quedado peligrosamente alta, y me giro para mirarlo.

Nota mi mirada… y lanza una advertencia:

—Tarde o temprano dejarás de resistirte… y te vas a rendir.

—¿Por tres minutos? —levanto las cejas.

—Treinta y tres como mínimo —responde con seriedad—. Y varias veces.

—Claro… todos los héroes lo son de palabra —resoplo.

—Entonces compruébalo —me provoca—. Tenemos toda la noche por delante.

Me doy la vuelta. El cuerpo ya no tiembla de deseo.

—Mejor dame la llave. Estoy cansada. Quiero una ducha y dormir.

—¿Una ducha? Tampoco me vendría mal…

Podolskyi se pone de pie de golpe. Se quita la chaqueta y me la lanza sobre las piernas. Luego, la corbata se une a ella. Y va directo a por la camisa, desabrochándola con agilidad. El primer botón, el segundo...

—¿Qué haces? —pregunto, mientras ya se abre el cuarto.

—Me estoy desvistiendo —responde con total naturalidad, sorprendido por la pregunta. Y yo, a pesar de todo, sigo sus movimientos con la mirada.

—¿Para qué?

—Para ducharme —su camisa blanca aterriza sobre mis rodillas, y es la prenda que más huele a su perfume—. ¿O acaso pensaste que te estaba haciendo un striptease? —añade mientras se desabrocha el cinturón.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 06.08.2025

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