La asistente indomable del jefe

Capítulo 10

Después de la ducha, me duermo casi al instante. Apenas apoyo la cabeza en la suave almohada blanca, me hundo en otro mundo… y me despierto por el sonido de unos golpecitos suaves en la puerta.

Abro los ojos y me doy vuelta. No quiero levantarme. Quiero quedarme un rato más en la cama, pero quien sea que está allí afuera no se rinde. Sigue golpeando. ¿Quién será?

Aparto las sábanas y me siento en la cama. Debo abrir, pero antes tengo que ponerme algo encima: dormí sin ropa. Me envuelvo en la bata blanca que cuelga en el baño y, con los pies descalzos, voy hacia la puerta. Detrás de ella… está Podolskyi .

—Buenos días —saluda, y enseguida noto que lleva ropa distinta. Ya no está de traje: ahora viste jeans azules y un suéter negro de cuello alto—. Es increíblemente difícil despertarte —añade al instante, y me extiende una bolsa blanca—. Toma, es para ti.

—¿Qué es? —pregunto con sospecha, mientras la recibo y miro dentro.

—Ropa.

—¿Ropa? —repito.

—Hace frío hoy —explica Pasha—. No quiero que te congeles… Y así también cubrirás los moretones —mira mis rodillas, que sobresalen por la abertura de la bata—. ¿No te duelen?

También bajo la mirada. Definitivamente no debería mostrarlas: están cubiertas de grandes manchas violáceas. Incluso verlas incomoda.

—Estoy bien —respondo, levantando la vista hacia él—. Gracias…

—Me alegra, pero yo en tu lugar iría al médico.

—No creo que sea necesario —contesto, aunque los recuerdos de anoche me invaden sin permiso… especialmente su imagen sin camisa. Siento un rubor incómodo al recordarlo y desvío la mirada.

—Cuando estés lista, toca a mi puerta. Desayunamos y luego vamos a la óptica.

—Está bien —acepto, mirando al suelo.

—Natalia, ¿pasa algo?

—No —levanto la cabeza—. ¿Por qué lo preguntas?

—Estás demasiado tranquila —me observa directamente, y yo me encojo de hombros—. Por cierto… te ves bastante linda sin maquillaje.

Y empieza. Otra vez desplegando su “encanto”.

—Gracias —respondo sin emoción, porque sé que es lo que quiere oír.

—Estás poco habladora hoy.

—A veces pasa —musito—. Tocaré tu puerta cuando esté lista.

—Te estaré esperando.

Cierro la puerta, echo el cerrojo y camino de regreso a la cama. Me siento y empiezo a sacar la ropa del paquete. De reojo, apenas percibo que el día afuera está gris y poco acogedor.

Lo primero que encuentro son unos vaqueros azules, luego un suéter amarillo de punto grueso con cuello alto, unos zapatos planos negros y… ropa interior. Me detengo. ¿En serio? ¿Tan preocupado estaba por si me volvía a poner las mismas bragas?

No sé cómo reaccionar. Agradezco el gesto, claro, pero comprarme ropa interior… eso ya roza lo íntimo.

Aun así, por pura curiosidad, la despliego. Es un conjunto de encaje color esmeralda. Bonito, muy bonito. Y según la etiqueta, es de mi talla.

Por curiosidad, me lo pruebo. Me queda perfecto, lo cual me desconcierta bastante. A veces ni yo misma acierto, y él lo hace a la primera. Es inquietante.

Lo mismo ocurre con los vaqueros y los zapatos. El suéter es un poco grande, pero no tanto como para no poder salir con él puesta. Disimula la figura, pero da igual.

En resumen, se agradece la atención, pero eso no mejora su puntuación en mi lista.

Me lavo la cara con agua fría para despejarme y me cepillo los dientes. Mientras lo hago, me reprocho no haber traído al menos una máscara de pestañas. Estoy pálida como una sábana, no "linda", como dijo Pasha.

Después de arreglarme un poco el pelo, salgo en dirección a su habitación. Me detengo frente a la puerta, levanto la mano para tocar… pero me quedo quieta. Los recuerdos de la noche anterior regresan. ¡Basta! ¡Tengo que olvidarlo! No significó nada.

Golpeo la puerta y de inmediato me topo con Podolskyi, que parece haber estado justo detrás, esperando.

—Y yo que ya estaba por ir a tu habitación —dice, recorriéndome con la mirada—. ¿Espero que todo te haya quedado bien?

—Ya lo ves —respondo, extendiendo los brazos hacia los lados.

—Bueno… todavía no puedo ver todo —provoca con una sonrisa ambigua, insinuando la lencería que llevo debajo.

—Y no lo verás —le respondo, esbozando una leve sonrisa—. Pero gracias. Es curioso que acertaras con la talla. ¿Cómo lo hiciste? ¿Adivinaste?

—Digamos que anoche tuve la oportunidad de estudiar bien tus medidas —contesta con descaro.

—Ya veo —aparto la mirada—. ¿Me dirás cuánto fue?

—Es un regalo.

—Bueno… —doy un paso atrás—. Como digas.

Siento que Podolskyi quiere decir algo más, pero guarda silencio. Cierra la puerta de su habitación, y yo me quedo observando su espalda… ¿Será que ahora siempre me lo imaginaré como lo vi ayer?

—¿Te perdiste en tus pensamientos? —me saca de mi ensimismamiento al girarse hacia mí.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.09.2025

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