Los gritos aumentaron, el ruido de los pies sobre el piso mientras corrían llegaba a la sala donde estaba Anita. Apretó más las manos sobre su cabeza como protección, luego las llevó a su rostro cuando gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Levantó la cabeza cuando sintió que el sonidista tiraba cosas que tenía encima de su cuerpo sobre la mesa para salir de la cabina. No podía permitir que la dejara sola, así que corrió hacia él y le impidió el paso.
—Tengo miedo, no me abandones.
—Tengo familia, no puedo quedarme aquí —le dijo él con voz entrecortada.
—¿Los quieres mucho? —preguntó ella entrando más en la pequeña habitación.
El hombre le dio una respuesta afirmativa, moviendo varias veces la cabeza de arriba hacia abajo.
—Entonces quédate conmigo, ¿no ves que no ha llegado aquí?, todos gritan en las demás salas, ninguna está en silencio —aconsejó Anita cerrando la puerta.
Los ojos de Luis se le querían salir de las órbitas, el miedo no lo dejaba tomar una decisión, se debatía entre salir corriendo o quedarse allí. El miedo aumentó cuando vio que del tutú de Anita comenzó a gotear sangre.
—No te preocupes, siempre ocurre, ya volverá a su color original cuando todo termine —informó ella al ver hacia donde se dirigieron los ojos del hombre.
Luis caminó hacia atrás alejándose poco a poco, cuando chocó con la pared se dejó caer hasta quedar sentado en el piso. Se recriminó no haberle hecho caso a su esposa cuando le decía que era mejor renunciar. Pero el salario era tan bueno, que él siempre creía a su jefe cuando le aseguraba que la masacre un día iba a terminar.
El grito de una mujer pidiendo ayuda les estrujo el corazón, ¿qué podían hacer?, no tenían los medios para detenerlo.
—Es la voz de Elisa, pobre, tan bonita —susurró Anita.
Luis miró a la bailarina que tenía frente a él, era hermosa, pero la sangre que recorría su cuerpo la hacía ver terrorífica.
—¿Qué crees que habrá hecho?, el mal siempre se lleva a esas personas que dañaron a otras sin remordimientos —preguntó Anita.
Él se encogió de hombros, no sabía que responder, no conocía a todos los miembros de aquella compañía de ballet. Siempre había personal nuevo, las masacres anuales asustaba al que quedaba vivo. No conocía a Elisa, pero por los gritos, el Mal consideraba que merecía mucho castigo. Se abrazó por la cintura cuando dejó de escuchar los gritos de la mujer.
—Al menos ya terminó su sufrimiento —murmuró en voz baja.
—Pero inicia otro —dijo Anita.
Un nudo se atravesó en la garganta de Luis, no solo porque comenzaron gritos de un hombre pidiendo clemencia, sino también porque la bailarina escuchó lo que había murmurado. Apretó los labios, tratando de que no escaparan más palabras por ellos.
—¡Tus ojos! —exclamó él señalando a Anita con un dedo tembloroso.
Ella se llevó una mano al rostro, luego se tocó uno de los ojos con uno dedo, cuando lo apartó, el dedo estaba lleno de sangre.
—Ayúdame a limpiarlo —pidió Anita llorando.
Luis quería escapar, pero la pared detrás de él no se lo permitía, la sangre seguía brotando sin detenerse.
—No huyas, ayúdame —Volvió a pedir Anita.
No quería, pero Luis no era idiota, sabía que si no lo hacía, el Mal vendría tras él. Con el cuerpo tembloroso y sudoroso, se puso de pie y se acercó a ella. Se quitó el suéter, quedándose con una fina camisa, y con su ropa le limpió todo el rostro.
—Sigue saliendo sangre —le dijo minutos después—, no se detiene.
Los hombros de Anita cayeron, tenía esperanzas de la pesadilla estuviera acabando, pero mientras la sangre brotara, el Mal seguiría con su trabajo.
El sonidista volvió a sentarse y ella lo acompañó, solo quedaba esperar y pedir que fuera pronto.
Dos horas después, todo terminó, el silencio reinó en el edificio. No se escuchaban lamentó, ni gritos de dolor, nada, solo un silencio de terror.
—¿Se fue, o tomó un descanso? —preguntó Luis susurrando.
—¿Cómo están mis ojos? —preguntó Anita.
Un grito ahogado escapó de él, un hilo de sangre continuaba allí, cayendo, sin detenerse, hasta la barbilla.