La Balada de la Hija de la Luna

CAPÍTULO UNO

Amber:

«La Hija de la Luna es la maldición que tocó la tierra de Ervania. Es la maldición que he de cargar toda mi vida».

La sangre se expande en la tierra mojada. Hay salpicaduras de la sangre roja en mis medias. Se siente caliente, tanto que quema.

Mis ojos no dejan de mirar su cabeza. Sus ojos siguen abiertos. Nathalie y yo nunca fuimos tan cercanas, pero era mi amiga. Todos dijimos estar dispuestos a morir de ser necesario, dijimos conocer las consecuencias de esta insurrección, pero nunca creí que la vería morir con mis propios ojos. Fue un segundo. Un instante.

—Les dije que podríamos resolver esto de otra forma —la voz del rey Zyran llega a mis oídos.

Hace frío, pero el viento no silba, sólo hace silencio. Un silencio perturbador.

—Es una lástima —continúa, mientras termina por limpiar la hoja de su espada con un paño blanco, el cual está manchado con la sangre de Natalie… —, era una buena soldado.

—La acabas de matar… —las palabras de mi madre son casi un alarido, pero a pesar de que no hay ápice de una sola lágrima en sus ojos, es la primera vez que observo una mirada así. Hay enojo, ira e impotencia —. No te atrevas a hablar de ella.

Llevo mis ojos sobre Dyron Snow, el padre de Nathalie. No se mueve, ni siquiera parece respirar. Se halla sobre sus rodillas. Inmóvil. Congelado. Sin la menor intención de hacer algo. Sólo está ahí. Paralizado, con la cabeza oculta.

—Terminemos con esto de una buena vez —continúa el rey, para luego devolver su espada hacia uno de sus hombres y alzar su mirada sobre mí.

Cuando sus ojos grises me miran, el aire frío sacude mi cuerpo. Crecí en el hogar del rey, y a pesar de verlo incontables veces, esta es la primera vez que lo veo tan de cerca. Con una expresión inconmovible; capaz de destrozar el cuerpo y el alma de quien sea que se halle enfrente.

Mi respiración se detiene cuando su dedo índice se coloca justo encima de mi corazón. Apenas me toca, pero siento como si pudiese atravesar mi piel. Mis ojos no pueden moverse de su cara. No puedo moverme. Apenas logro inhalar aire para respirar.

—¡Aléjate de ella! —es la primera vez que escucho a mi madre gritar así. Con tanto… terror.

—La sangre que bombea tu corazón es el veneno que inició con todo este infierno —sus palabras son frías, como el acero resbalando sobre mi piel—, pero ¿quién diría que también puede ser la solución de todo por lo que he luchado hasta ahora?

Su cara es tan pálida como la misma nieve. Los mechones negros de su cabello endurecen aún más sus facciones juveniles, y cuando sonríe, logro ver un destello vacío en sus ojos, dejándome ver una serie de motas grises. El príncipe distante y digno era ante mis ojos, ahora se ve como un monstruo sin alma y sin compasión. ¿Qué clase de hombre es este?, ¿cómo es que alguien que parecía ser la promesa de Ervania… se ha vuelto esto?, ¿cómo es que nunca me di cuenta?, ¿cómo es que nunca nos dimos cuenta?

Le dije a mi madre que desafiar al rey no era la mejor opción. Dijo prever todos los riesgos, pero estamos aquí. Acorralados. Cerca del umbral de algo peor que la muerte.

—Devuélvanlos al castillo —ordena con dureza, en un tono tan profundo que me hace temblar.

Los soldados toman con fuerza a mi mamá, a Jase, a Lyla…, pero pronto el silencio es interrumpido por el aleteo de una parvada de aves de plumas rojas y doradas, quienes se acercan a gran velocidad sobre nosotros. Espero su picoteo sobre mi cabeza, pero no es así. Las aves de fuego comienzan a invadir todo mi campo de visión. Están atacando a los soldados y al rey, quienes intentan abatir a las aves con sus armas.

Sin dejarme reaccionar, de repente, en medio de las sombras del bosque surgen dos gigantescos leones. Uno tiene la apariencia de un formidable león de pelaje dorado, el cual refleja luz propia, como si fuese el mismo sol; mientras que el otro tiene un pelaje que nunca he visto en otro animal, ya que es azul, de uno oscuro, como el mismo cielo nocturno. Su apariencia es poderosa, formidable, y ambos leones rugen con la fuerza de un trueno. Los leones se abalanzan contra los soldados y estos, a quienes he visto toda mi vida, de repente, se transforman en lobos negros de ojos azules. Entidades poderosas que inhalan aire, pero expiran veneno helado, destructivas, y tan ancestrales como este mundo.

Son Greinlods. ¡Son Greinlods!

Quiero hacer algo, quiero moverme, pero mis piernas están estancadas en la tierra. De inmediato, siento una mano fuerte aferrándose sobre mi antebrazo. En principio creo que es el rey o alguno de sus soldados, pero no es así, es el rostro alarmado de Jase, quien me mira con urgencia, mientras ordena con rigidez:

—Muévete. Tenemos que irnos de aquí.

***

La sangre esparcida sobre la tierra húmeda. Su cabeza a un lado, su cuerpo del otro. Mi madre de rodillas. Todo en caos.

Esas imágenes todavía no me abandonan a pesar de que quisiera enterrarlas, pero mi mente me grita que no merezco ni siquiera eso después de haberlos dejarlos atrás. Mi madre, Dayron y Amice dijeron que estaríamos a salvo en la nación del Aire luego de aquella noche, pero estamos aquí. Sin rumbo, exiliados, y ellos… ellos deben estar muertos.

Llevamos cerca de dos semanas viajando, intentando desviar nuestro rastro de los soldados. Jase dijo que llegaríamos a la frontera del Gran Bosque del Reflejo en un par de días más siguiendo el camino del río. No podemos volver a la ciudad ni a ningún pueblo cercano para cortar el camino, ya que el rey seguramente tiene cubiertos todos los pueblos y asentamientos poblados; por lo que intenta ir por esos caminos no es nuestra mejor opción.




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