La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 18

Segundo escaque de la sección Feika era donde estaba Kháli. Por lo desierto del paisaje, al principio pensó que estaba en el mundo de los Sfinxers, pero examinando el terreno se dio cuenta de su equivocación. Samira la había dejado en un escaque negro y de ese color era el suelo. A diferencia del mundo de los Sfinxers en donde el suelo era plano, este suelo estaba lleno de picos y espinas sobresalientes. Sería extremadamente difícil movilizarse. Y de todas maneras, ¿a dónde iría? Este era un mundo muerto...al menos en su mayoría.

Kháli sabía que se trataba de un mundo en donde los individuos habían abusado tanto de los antibióticos que con el tiempo había hecho a las bacterias tan resistentes hasta ser las únicas sobrevivientes. Sin embargo, no eran exactamente iguales a las bacterias de la tierra.

Kháli maldijo. -¿Qué clase de “mandamiento” es “sobrevive”?. - Miró de reojo las tres espadas. Una era de madera, la otra de plástico y la última de cobre. Maldijo otra vez. Samira tenía razón, no le estaban dando opción. Recogió la de madera sabiendo que eso era exactamente lo que se esperaba que hiciera.

Sintió un leve tremor bajo sus pies y pronto pudo vislumbrar a los habitantes de ese mundo, los Dacterianos, que en cientos salían lentamente debajo de la tierra. Estos se asemejaban en forma a las bacterias que aquejaban a los humanos, mas su tamaño era similar al de un hipopótamo.

Kháli maldijo una tercera vez y se puso en guardia con la espada de madera, erguida frente a ella y acercando con sus pies las otras dos espadas. Con alivio vio que los Dacterianos que avanzaban lentamente eran de color negro, los más inofensivos, su único peligro sería ser asfixiada si una gran cantidad lograba montarse sobre ella.

No había forma de razonar con estas criaturas así que se lanzó al ataque cuando el primero estuvo lo suficientemente cerca, y lo rebanó en dos. Moviéndose lo más rápido que pudo hizo lo mismo con cuanto Dacteriano se encontraba, pero los números de estos no hacían más que incrementar.

Un corte era todo lo que necesitaba para acabar con ellos, aunque sabía que tenía poco tiempo y que un error le costaría la espada.

Sus brazos comenzaron a dolerle y también su garganta de tanto jadear. La nariz le ardía ya que el hedor que despedía la sangre era irritante.

Para el corte 334 sus brazos temblaban y para el corte 552 sentía tanta debilidad que cometió su fatal error, la espada de madera no cortó al Dacteriano entero sino se quedó a la mitad de su cuerpo.

-¡No! - exclamó ella intentando terminar su corte, pero fue demasiado tarde. El Dacteriano había tenido el tiempo suficiente para desarrollar la resistencia a la madera. Kháli vio cómo las puntas del pelaje negro se tornaba del color de la espada y el cuerpo se endureció.

-¡Rayos! - profirió desesperada al tiempo que veía a todos los Dacterianos cerca adquirir la misma apariencia como si una onda se hubiera expandido desde el centro; mostrando así la evidencia de que los Dacterianos tenían la capacidad de absorber la resistencia a algo con tan solo estar próximos al Dacteriano que ya tuviera dicha resistencia.

Lanzó la inútil espada a un lado y corrió para agarrar la de plástico; sin embargo, la pelea la había alejado de ella y los Dacterianos parecían multiplicarse en número. Mientras corría, uno de ellos logró hacerla tropezar y junto con otros dos comenzaron a posarse sobre ella.

-¡Quítense de encima! - gritó ella hundiendo sus puños en ellos. Logró salir, fue capaz de dar tan solo unos cuantos pasos antes de que cuatro la derribaran otra vez.

Kháli gruñía, gritaba y lanzaba golpes al azar. No había quién la ayudara y no encontraba forma de salvarse. Los Dacterianos oprimían sus extremidades y pecho.

-Pero qué débil eres, - escuchó decir a la voz de Samira. - No entiendo por qué el Rey te quiere de nuestro lado. Ni siquiera puedes luchar contra patéticos gusanos.

Kháli la escuchó desenvainar y de pronto los Dacterianos eran el menor de sus problemas. Luchó para liberarse, pero uno de ellos ya se estaba arrastrando sobre su cara, impidiéndole respirar.

-Te liberaré de tu sufrimiento - dijo Samira mucho más cerca.

De pronto algo tiró del brazo de Kháli y la sacó en un solo movimiento. Viéndose libre, dio una bocanada de aire y tosió varias veces antes de poder entender lo que había sucedido. Estaba sentada sobre la parte trasera de un caballo, este no era negro sino completamente blanco; su jinete, justo frente a ella, un hombre de pelo largo y negro.

-¡Bynner! - exclamó Kháli al tiempo que una ola de alivio la inundó.

-Matar a alguien inmóvil y siendo sofocado por seis Dacterianos es bajo hasta para ti, ¿no crees, Samira? - preguntó el Caballero encarando a la Guerrera Negra.

Samira sacudió su espada y sonrió socarronamente. - Esa muchacha es una marcada. Aún así, la siguen ayudando, a pesar de todos los problemas que causa. Yo solo quería deshacerme de un eslabón débil. Deberías estar agradecido.

Bynner desenvainó su arma y la apuntó hacia ella. Su voz era leve pero feroz. - Ese eslabón débil está conmigo ahora. Atácame, si crees que eso te da ventaja.

Samira no vaciló. Con un grito de guerra, obligó a su caballo a avanzar contra Bynner, quien no retrocedió. Espada y espada chocaron creando un rechino ensordecedor. Los hierros se separaban momentáneamente solo para volver a encontrarse con más ferocidad que el golpe anterior.




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