La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 21

Un líquido en el suelo que se esparcía hasta llegar a su mano despertó a Kháli. Lentamente abrió los ojos y miró la sangre que manchaba sus dedos. ¿Sangre de Bynner?

Unas botas se posaron justo frente a ella. Se levantó de un salto completamente furiosa y decidida a matar a Samira.

-¡Me las pagarás! - exclamó lanzándose.

El Guerrero la esquivó fácilmente y Kháli se dio vuelta para atacar de nuevo, pero se detuvo en ese instante ya que no era Samira la que estaba en frente sino el otro Caballero del Imperio Negro: Rubén. Este la miraba con los brazos cruzados y una sonrisa.

Kháli dio un paso hacia adelante y preguntó ferozmente: - ¿Dónde está Samira? ¿Qué pasó con Bynner?

-¿Oh? - él se fijó en lo que Kháli había dejado en el suelo. - ¿Es esa la espada de Bynner? - su sonrisa se expandió. - Así que el Imperio Blanco ha perdido su brazo de hierro.

-¡No te atrevas a hablar así de él! - Kháli se lanzó. El Caballero la esquivó nuevamente.

-Estás molesta. ¿No fuiste tú quien le quebró su espada?

-¡¿Dónde están?!

-Quedaron en el otro escaque…

-¿“Otro escaque”? - por primera vez examinó sus alrededores. El suelo ahora era completamente arenoso. El cielo estaba marcado por nubes amarillas, naranjas y rosas. Además de Rubén y su caballo, no había nadie a la vista. Kháli inspeccionó al Guerrero Negro que estaba ahora con ella. Su cabello negro no cambiaba de color a pesar de lo rosado del paisaje; su pequeña trenza, similar a la que tenía Lyonel, se veía tiesa a un lado del rostro. Tenía diminutas líneas negras sobre su labio superior que formaban un bigote apenas visible.Lucía el mismo uniforme gris que Samira, contaba con tan solo una espada a la cintura y esta era extremadamente delgada, parecía una de las que se usaban para practicar esgrima.

El caballo era igual de negro y grande que el que había llevado Samira, pero la respiración de este sonaba forzada y Kháli se dio cuenta que estaba herido en varias partes; sangre corría desde sus heridas que eran pequeños pero múltiples agujeros en sus costados. De él provenía la sangre que la había despertado.

-No te preocupes por él, - dijo Rubén dándose cuenta de sus pensamientos. Fue a su caballo y le dio un par de golpes que suponían ser amistosos, pero fueron demasiado fuertes. - Los animales tienen que probar su valía. ¿No es por eso que estás aquí? - rió de una forma que la fastidió aún más. - Querrás guardar eso, - añadió señalando la punta de la espada en el suelo. - Aunque no la necesitarás aquí.

-¿Dónde es “aquí”? - preguntó, no lograba ubicar en su cabeza la descripción del lugar.

-¿No es obvio? Es el escaque Arenisco.

Kháli ahogó un grito.

-Ah, lo reconoces. Entonces sabes que tienes poco tiempo. En unas cuantas horas, toda esta arena se volverá movediza y te arrastrará hasta que no puedas respirar más. Si sigues esa dirección, - dijo señalando hacia el norte, - encontrarás un suelo formado de grava; si logras llegar a ella, te salvarás.

Kháli apretó los dientes, su corazón agitado. - ¿Supongo que ese es mi siguiente mandamiento? ¿Cuánto tiempo tengo hasta que suceda lo que dices?

-Cinco horas exactamente.

Jadeó, no queriendo preguntar lo siguiente. - ¿Y cuánto tiempo de aquí a allá?

La sonrisa de Rubén se volvió a extender. - ¿A pie? Seis horas. Pero tú estás hecha un desastre. Esta atmósfera esfuma los vapores de los Dacterianos y sus efectos por eso ya no estás paralizada, pero no alivia los dolores en tu cuerpo. Para que veas que no todo es malo, te dejaré comida, - dijo lanzándole una bolsa. - Por tu aspecto, no creo que tardes menos de siete u ocho horas en llegar a tu destino. - El estómago de Kháli cayó. El Caballero agregó: - lo que me lleva al segundo mandamiento: Mata al caballo.

¿“Caballo”? ¿Qué caballo? ¿El de él? ¿Para qué? Pero Rubén se colocó sobre su montura el cual le dio la elegancia de la que era propia de todos los Guerreros y con un fuerte “Yee-haw” cabalgó dejándola sola.

¿Debía perseguirlo? ¿Cómo la salvaría eso? La grava se encontraba al norte, Rubén había ido hacia el sur.

Kháli gruñó, sus pensamientos divididos en la emergencia del momento y lo que había sucedido con Bynner. Recordó cómo había gritado el Caballero cuando Samira le desgarró el brazo.

-...Bynner… perdóname.

Tembló.

Obligándose a olvidar lo que había hecho, comenzó a caminar en dirección al norte. No quiso arriesgarse a seguir a Rubén, no podía perder más tiempo. Poco a poco, recordaba las enseñanzas de Alexandria sobre ese escaque. Identificó que Rubén había dicho la verdad en cuanto a la dirección y el tiempo que tenía para llegar.

Gruñó por segunda vez. Tenía cinco horas, pero en sus condiciones tardaría siete. ¿Qué tenían planeado los Guerreros Negros? ¿Cómo se suponía que sobreviviría esto? Además seguía débil por su enfrentamiento del escaque anterior. El cuerpo le escocía y sus piernas seguían temblando. Sin embargo, el miedo de verse arrastrada por el suelo, la hacía continuar andando. Afortunadamente, el desierto no presentaba el calor característico de los lugares en la tierra; la arena era grisácea y fría.




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