La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 31

El Rey Mathán estaba quemando una carta cuando la Reina entró abriendo bruscamente ambas puertas.

-¿Te has enterado? - preguntó, su vestido ondeando mientras caminaba y sus tacones resonando en el suelo negro.

-Estoy al tanto.

Su respuesta no evitó que la Reina continuara hablando. - Se desató un nuevo virus en la Tierra.

-Lo sé…

La Reina se detuvo y colocó las manos sobre su cintura. La atención del Rey seguía en la carta que ahora estaba toda prendida de fuego. - ¿Ha sido Lince?

-Él se encuentra en la zona roja y no haría algo así sin consultarnos. Creo que este… virus es solo la mala suerte de la humanidad… - La Reina tardó en hablar de nuevo. - ¿No has pensado que tal vez es obra del Imperio Blanco?

El Rey dejó caer la carta aún prendida en fuego, y miró a la Reina por sobre su hombro. - ¿El Imperio Blanco implantando un virus a los humanos?

-Diversos países están en cuarentena en cada uno de los continentes. Hay toques de queda por todo el lugar. La gente solo sale si es necesario y lo hacen utilizando protección…

-Ya veo tu punto.

-Tendrían un mejor control de la humanidad de esta manera. Cuando llegue la Guerra, los humanos no saldrán; no estorbarían.

El Rey le dio la espalda y se acercó a un enorme reloj de arena, pero que en lugar de la arena, se movía un líquido gris y espeso. Acarició el cristal del reloj como si este fuera una mascota. -El Imperio Blanco implantando un virus - se dijo a sí mismo, - ¿serían capaces de algo así?

La Reina se cruzó de brazos. - ¿Te suena descabellada la idea? El escándalo y la paranoia son altísimos, pero el porcentaje de muerte es mínimo ¿ves la estrategia ahí?

-Si en verdad son ellos los responsables, debemos andar con cuidado. ¿Puedes ir a la Tierra a investigar más? - la miró.

-No. Va siendo hora de mi mandamiento y quiero prepararme para ello, pero si quieres cuando regrese Lince le puedo decir que se dedique a encontrar una cura y revertir los efectos que ha provocado el virus…

-No será necesario, - dijo el Rey regresando su atención al reloj. - Ni aunque el mundo entero se guardara en cuarentena evitaría nuestro ataque… Y ningún número de mascarillas los protegería…

La Reina sonrió y se retiró de la habitación. El Rey quedó solo y desde ese momento no volvió a pensar en el tal virus.




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