Kháli despertó por el sonido de risas lejanas. Se levantó y vio que estaba sola. Se puso de pie y salió de la habitación. Las risas y la conversación se escuchaba que provenían de varios sujetos, pero estaba segura de que no se trataba de los Guerreros Negros.
-¡Los recolectores! - exclamó apresurándose, segura de que Cai y Clemence se encontraban ahí.
Corría lo más rápido que sus pocas fuerzas le permitían. Estaba muy lejos. Ya se había percatado de que Cai la enviaba a buscar refugiados en lugares lejanos de los tres barcos principales en los que estaban reunidas las víctimas de los recolectores. La idea la hizo detenerse. Si Cai la enviaba lejos, Clemence no se apartaba de su lado y no había refugiados era porque ambos querían evitar que ella se acercara a los barcos principales. ¿Por qué?
La distrajo un hombre que vio al final del pasillo y que iba cargando una bolsa. Él al verla corrió desvaneciéndose de su vista. Aquel segundo en que ella logró divisarlo fue suficiente y se apresuró a perseguirlo. Jamás olvidaría aquel rostro despreciable con sus dientes salidos y aquellos brazos y piernas escuálidas.
Ratas.
El hombre al que ella culpaba por lo que le había sucedido a los Sfinxers. Su fracaso y el recuerdo del funeral de aquellos seres que habían muerto de una manera horrible, aún hacía que le pesaran los hombros.
Logró alcanzarlo y derribarlo al suelo.
-¡Sí, eres tú! - exclamó ella viéndole el rostro.
Él se retorció debajo de ella como una lombriz. -¡Déjame!
-¡¿Cómo demonios sigues con vida?!
-¡Déjame!
Kháli quiso entender qué hacía esa escoria en aquel lugar. Recordaba que había sido enviado al Imperio Negro; un lugar del que los Guerreros Blancos estaban seguros que no saldría. Pero ahí estaba, libre y saludable rondando el escaque.
-No me digas que… ¡¿Eres uno de los recolectores?!
-¡Así es! - exclamó con una sonrisa asquerosa. - ¡Sí! ¡Lo soy! ¡Si me lastimas el Imperio Negro te castigará! ¡No puedes lastimarme!
-¡¿Quieres ver?! - preguntó y comenzó a golpearlo sin misericordia en el rostro.
Atraídos por la conmoción,Cai y Clemence llegaron con ella. Ambos se detuvieron al ver lo que sucedía.
Clemence miraba boquiabierto a Kháli, le sorprendía la brutalidad con la que estaba tratando al desconocido y la furia que inundaba sus ojos. Su primer impulso de apartarla se desvaneció al ver que Cai se cruzaba de brazos.
-¿No vas a detenerla?
-¿Por qué lo haría? Él es un criminal.
Clemence volvió a mirarlos. Kháli parecía estar ciega a todo lo que no fuera la sangre del hombre. - Pero va a matarlo.
-No me importa, - aseguró Cai y en ese momento sintieron la llegada de los Guerreros Negros. - Llegó la hora.
-¿Los dejarás así?
-Dije que no me importa. Tengo que sacar a los barcos, vamos.
Renuente, Clemence lo siguió.
-¡¿Por qué no te mueres de una vez?! - preguntó Kháli sin dejar de pegarle.
En lugar de luchar, Ratas solo quería escapar. Estiraba sus extremidades en busca de algo con lo cual protegerse y encontró con su mano derecha la bolsa que había estado cargando y que Kháli olvidó por completo. Riendo, logró soltar el contenido de la bolsa. Antes de que pudiera propinarle otro puñetazo, algo se movió por el pasillo y muy tarde reconoció el grisáceo color de un Carnoide arrastrándose por el suelo. Antes de que ella pudiera retroceder, la criatura saltó del suelo y se envolvió en su pierna, justo debajo de su rodilla, insertándole lo que se sintió como cientos de diminutas espinas. Con un grito agudo, Kháli cayó de golpe sin poder hacer nada.
Riendo, Ratas se puso de pie, le pateó en la espalda y huyó.
Con una posición encorvada, el dolor la paralizaba y nublaba su vista. Sentía múltiples mordiscos en su pierna que le indicaban que el animal se la estaba carcomiendo rápidamente. Jamás había sentido tanto dolor, no podía pensar en nada más que en quitarselo de encima, pero la agonía le impedía sacudirse o hacer cualquier movimiento.
¡Ayuda! ¡Ayuda! quiso proferir, pero su garganta no parecía tener la fuerza ni para lanzar gemidos. Las extremidades que tenían libres, fueron invadidas por un hormigueo doloroso y paralizante. Deseó perder la conciencia; deseó morir para que el dolor se terminara.
¡Cai! ¡Ayúdame!
A través de su sufrimiento, escuchó pisadas apresurándose por el pasillo. ¡Sí! ¡Aquí estoy! ¡Encuéntrame, por favor!
Y la encontró. Las pisadas se acercaron lentamente hasta llegar junto a su cabeza.
-Pobrecilla.
Kháli quiso gemir al reconocer la voz de Sten.
-Hay cosas que duelen más que una bala y una de ellas es el ataque de un Carnoide, aunque yo no lo sabría, - dijo el Peón Negro mientras sonreía y la miraba. - No se atreven a atacar a Guerreros. Pero a ti… solo puedo imaginar el dolor en el que estás.
Kháli lo escuchaba como si ella estuviera en el fondo de un pozo siendo torturada con cientos de cilicios mientras Sten le hablaba desde afuera.