La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 36

No quería lamentarse más, pero tampoco tenía deseos de moverse. Cai salió herido y ella no pudo hacer nada para evitarlo. Clemence había muerto y Ratas escapado. Sin contar que la tripulación entera de un barco había resultado muerta por su culpa.

-Cai… - musitó como si estuviera en medio de un sueño.

Poco después, no pudo evitar el impulso de vomitar y supo que era consecuencia de haber usado gran cantidad de Techno.

Sacudió su cabeza y se levantó. Al moverse, sintió algo suave en todo su cuerpo, pero al querer tocarlo, parecía evadir su alcance.

Lo último que recordaba era la presencia de la Reina del Imperio Negro y que con su poder la había cegado.

Movió sus pies, sintiendo el suelo y notó que ya no tenía dolor en su pierna. La Reina del Imperio Negro debió haber hecho algo porque podía movilizarse tan ligeramente como si fuera una campeona olímpica.

No recordaba nada más, pero era evidente que había salido del escaque seco porque el suelo se sentía más suave y sus oídos percibían más ruido. Intentó enfocarse en ellos, creía escuchar conversaciones a lo lejos sin poder distinguir lo que se decía.

¿Cuál había sido el mandamiento de la Reina? “Crea la luz”. Obviamente debía recuperar la vista, pero estaba harta de cómo jugaban con ella. Queriendo evitar que Cai fuese lastimado, causó precisamente eso. Solo esperaba que sus hermanos hubieran muerto en aquel caos, pero no era tonta como para verdaderamente creerlo.

Se cruzó de brazos. ¿Qué sucedería si no hiciera nada?

De pronto sintió que le hacían un corte en su brazo izquierdo seguido de una risilla.

Gritó de dolor y retrocedió unos pasos solo para sentir una fuerte punzada en su espalda y escuchar una risilla diferente. Gruñó y sintió un nuevo corte en una de sus piernas.

Cayó de rodillas y exhaló un corto rugido. Claro que los Guerreros Negros no dejarían que se quedara sin hacer nada. Ya que no se había topado con las discípulas de Caballeros Vera y Yoss, probablemente eran ellas las que estaban divirtiéndose a sus expensas en esos momentos, obligándola a cumplir con lo que la Reina había mandado.

Kháli escuchó que a lo lejos las voces incrementaron. Hablaban con urgencia, como si algo malo estuviera sucediendo. Seguía sin poder entenderlos.

Sintió otro corte cerca del codo y una punzada detrás de su rodilla.

-¡En lugar de estar jugando, enfréntenme, cobardes! - exclamó, ante su reto sólo escuchó más risillas.

La furia estalló en ella. ¿Querían ver luz? ¡Verían luz!

Los cortes continuaron mientras ella se concentraba, parecía estar en un remolino de pequeñas navajas.

Intentar revertir lo que la Reina había hecho, sería una pérdida de tiempo y ella lo sabía por lo que no hizo nada para recuperar la vista. Además no le importaba; solo deseaba deshacerse de esas dos muchachas que la estaban enfureciendo.

Mientras sentía el pequeño remolino de cortes a su alrededor, se enfocó en buscar algo que la ayudara y pronto encontró diversas fuentes de luz a lo lejos.

Perfecto, se dijo. Reuniendo toda la furia que sentía y uniéndola con la energía del ánima, sintió conectarse con esa misma luz, como si ella fuera la fuente de donde se originaba.

Escuchó a las Peones reírse y dirigió todo su odio hacia ellas. No podía localizar exactamente dónde estaban, se movían demasiado rápido y los caballos estorbaban.

Así que lo incineró todo.

-¡”Nuq´aaq´”! - exclamó sintiendo como si una llamarada envolviera su cuerpo y luego emanara de su propia piel, para luego extenderse y explotar a su alrededor. A lo lejos escuchó un gritó largo y desgarrador. Cerca, pudo oír a las Peones quejarse de sus quemaduras e intentar escapar. Los caballos relincharon violentamente y retumbaron el suelo queriendo huir del calor.

Kháli cayó de rodillas comenzando a sudar y escuchando el fuego crepitar, consumiendo lo que ella aún no podía ver. Jadeando, sintió cómo alguien se acercaba y se detenía frente a ella. La venda de sus ojos se deshizo como si fuera líquida y esperando encarar a la Reina del Imperio Negro, se heló al ver que era la Reina del Imperio Blanco la que le había restaurado la vista.

-Oh, Kháli - dijo simplemente con tono triste.

Boquiabierta, Kháli se puso de pie lentamente rodeada del infierno que ella misma había creado. Las discípulas del Imperio Negro no estaban a la vista. Ambas mujeres estaban dentro de una burbuja que las protegía del fuego casi cegante. Las llamas no sólo estaban a los lados sino también parecía que los cielos estaban cubiertos por el incendio.

Escuchaba gritos a lo lejos que eran opacados por el chasquido que creaban las llamas.

Kháli giró, contemplando la violencia del fuego. Pronto el olor de algo quemándose llegó a sus narices. Fue ahí cuando se dio cuenta de que tenía el cabello suelto y rápidamente lo alejó de las llamas.

-¿Qué es todo eso? - se preguntó.

La Reina Blanca también miraba hacia arriba y con el mismo tono bajo dijo: -Es el plumaje de la Emperatriz de los Angelinos.

Un sudor frío recorrió por toda su espalda al escucharlo. Había prendido fuego a la Emperatriz y con ella a la Nación de los Angelinos. Recordó el grito que había oído con la explosión y supo que había sido la Emperatriz al sentir las quemaduras en su cuerpo. Ahora los gritos lejanos también comenzaban a cobrar sentido; la desesperación de los Angelinos en apagar el fuego y alejarse era evidente en ellos.




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