Sabía que eran pocos los Guerreros que tenían un sentido del humor, pero Lince debía estar bromeando.
-¡No puedo entrar al Imperio Blanco!
-Los Guerreros Negros no pueden, - corrigió Lince.
-Soy una marcada. Una traidora.
-Aún así tienes más posibilidades de entrar. Posees el ánima de Alfil, has incrementado poder estos últimos meses y tu entrenamiento como antiguo Peón te proporciona una ventaja.
-Aunque logre entrar, lo primero que harán al saber que estoy ahí es darme una paliza.
-Y por eso debes ocultar tu presencia. - Lince se acercó y Kháli se estremeció. - Ya sabrás que los Alfiles pueden ingresar a un escaque sin ser notados.
Kháli retrocedió un poco. - Sí, Bynner mencionó algo al respecto.
-Por su naturaleza, las Torres no pueden hacerlo y por sus caballos, a los Caballeros se les dificulta, pero los Alfiles son expertos en pasar desapercibidos si es lo que quieren. Es lo que harás para ingresar.
Dubitativa, ella tuvo que admitir que tenía curiosidad. Hubo varias veces en que había intentado infiltrarse en diversos lugares, pero nunca había logrado ocultar su presencia completamente. Sabía que no se haría invisible, pero no estaba segura de cómo funcionaba
-Déjame mostrártelo, - sugirió él y se fue del escaque.
-¿Qué estás haciendo? - se preguntó a sí misma. - ¿En serio estás dejando que un Guerrero Negro te entrene? ¡Oh! - exclamó cuando sintió un estremecimiento que nació desde la parte trasera de su cuello y recorrió todo su cuerpo en cuestión de instantes. Supo que era por la entrada de Lince quien efectivamente apareció detrás de ella.
-Próxima la Guerra, eso es lo que todos sienten normalmente cuando un Guerrero ingresa a un escaque. La sensación que crean los Reyes y las Torres es usualmente más fuerte. Ahora, presta atención.
Partió de nuevo, pero esta vez no regresó en seguida. Los minutos transcurrieron hasta hacerse horas y aburrida, Kháli comenzó a creer que Lince no tenía pensado regresar.
Decidió pasearse y encontrar algo de comer, pero comprobó que ese era un mundo verdaderamente muerto. Los árboles y el césped estaban marchitos y no había construcciones de ningún tipo en las que pudiera descansar. El agua era inexistente.
Lince no le había dejado nada de comer o beber.
-No me abandonó aquí, - se dijo con firmeza. - No lo harían después de todo lo que me han obligado hacer.
Decidió caminar hacia donde se encontraba el césped negro. Cuidadosamente pisó sobre él, temiendo un poco que le sucediera algo malo.
-Solo es tierra muerta, - comentó suavemente, adentrándose con más firmeza.
Las diminutas plantas crujían y se partían bajo el peso de sus pies.
Intentó imaginarse esa batalla. Alexandria y Rita contra Fausto y los ocho Peones. ¿Cómo se sentiría Alexandria ahora que era la única persona viva de aquel enfrentamiento?
Pensó en Rita. ¿Cómo reaccionaría la Torre si hubiera estado viva cuando a Kháli se le colocaron las marcas de la traición? No podía imaginárselo, así que sus pensamientos se dirigieron a Fausto, el marcado que tanto había odiado años antes.
-Y heme aquí ahora, estoy en tu exacta posición - su voz era leve al hablarle a las plantas muertas. - Somos iguales.
Se sentó sobre el césped y luego recostó todo su cuerpo. Por unos momentos, quiso que la tierra la tragara. Imaginó que el césped negro crecía a su alrededor para envolverla y ocultarla para siempre. La misma Reina Blanca había intentado eliminarla, era cuestión de tiempo para que los otros Guerreros hicieran lo mismo. No los culpaba, pero tampoco le importaba. Quiso recordar la tristeza que sentía al principio de ser marcada, la frustración, la vergüenza, el remordimiento, pero nada vino a ella. Con esa apatía se quedó dormida.
Sin tener manera para medir el tiempo, no supo cuánto había dormido.
Se levantó enojada, pues cuando despertó, sabía que Lince no había regresado.
-¡Pudiste haberme dejado algo de comer! - gritó al aire y su enojo incrementó al no tener nada para lanzar. Para distraerse de los sonidos de su estómago. Arrancó un poco de maleza y la arregló de tal manera que se asemejara a una banda elástica para sujetar su cabello que andaba suelto desde que había estado con Cai. Cuando terminó de hacer sus trenzas, se puso de pie una vez más y gritó: -¡Lince!
-¿Qué? - preguntó el Alfil haciéndole pegar un salto y ahogar un grito.
-¿Desde cuándo estás ahí? - exigió saber.
-Regresé dos minutos después de haberme marchado.
-¿Qué? ¡¿Y por qué no dijiste nada?!
El Alfil no respondió y Kháli supo que la estuvo observando todo ese tiempo. La repulsión que había sentido antes con él, regresó nuevamente. Era la segunda vez que dormía frente a ese hombre y se regañó por ello. La primera vez, Lince la había registrado sin que ella se percatara, nada le aseguraba que no había hecho de nuevo
-Tú inténtalo, - indicó él.
-No puedo salir del escaque sin ayuda.
-No es necesario que lo hagas. Cierra los ojos.