La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 49

Mathán se sentía rebosante de alegría mientras veía desde su Castillo a los prisioneros siendo escoltados para sacarlos del escaque. El Imperio Negro se quedaría con solo dos Peones adentro, pero esa no era preocupación para él ni nada nuevo. Ese día, los líderes de las poblaciones más predominantes de los escaques serían convertidos en Maiestas y nada podría opacar la sensación de euforia que eso le daba.

Sus Guerreros estaban fuertes y listos para la Guerra. Los líderes estaban resignados, decaídos y cabizbajos ante el poder del Imperio Negro. Los Guerreros Blancos se movían como hormigas aisladas, cada vez separándose más unos de otros y mostrando así su debilidad.

-Vámonos.

La Reina también se puso de pie y sus galantes figuras fueron a unirse con el resto de Las Piezas Mayores sin tener ninguna prisa. Los habitantes los vieron salir, algunos se acercaban para rogarles que los dejaran irse de aquel lugar, pero eran rápidamente aniquilados por las Torres o Caballeros así que los Reyes caminaban con la cabeza en alto como si no escucharan ni vieran nada desagradable a su alrededor.

Desde hacía días, en el lugar llamado “La esquina mortal”, se había acercado más gente de lo normal; todo a causa de una extraña tarima que se estaba construyendo. Guiados por la curiosidad, se acercaban para comprobar que estuviera terminada y cuando veían que no, se retiraban anotando mentalmente el recordatorio de pasar de nuevo al siguiente día.

Cuando estuvo terminada, una gran muchedumbre se reunió, atraídos por la famosa tarima vacía que estaba a la frontera del Imperio Negro. Sobre ella estaban dos tronos hechos de la misma madera reluciente y cubiertos de tela de terciopelo color negra.

Esperando ver una ejecución, se corrió la voz por todo el Mercado Blanco llegando los rumores a otros mundos. Seres de todo tipo esperaban de pie o sentados asegurándose de que tuvieran una buena vista a la construcción de madera.

Pronto sintieron la aproximación de Guerreros Negros y los que estaban en la audiencia en una posición de holgura se pusieron alerta y de pie. Hubo un murmullo de inseguridad que recorrió a la población y se removieron temerosos de que fueran a hacerles daño, pero los Guerreros parecían estar de buen humor, como si le dieran la bienvenida a aquella gran concurrencia.

Tanto Guerreros como prisioneros caminaron hasta estar sobre la larga tarima. Con gritos ahogados y quejidos, los prisioneros fueron puestos de rodillas por ambos Caballeros. Las Torres y el Alfil hacían guardia a los costados de los Reyes.

El Rey miró a los Caballeros y asintió; éstos despojaron a los prisioneros del costal que cubría sus cabezas y todos ahogaron un grito cuando vieron a los líderes. Sus rostros demacrados apenas los hacían reconocibles, pero todavía quedaba suficiente de sus expresiones para que todos los distinguieran.

-Por dioses…

-¡Mira, es la emperatriz!

-¿Capturaron al jefe de los AntroFranks?

-El líder de los Sfinxers…

-¿Es ese el gobernador Ruppert?

-¿Qué hace el General Waito ahí?

Esto y más murmuraban los temerosos espectadores.

El Rey dio unos pasos adelante hasta estar justo en frente de los líderes. La población hizo silencio y se encogieron ante aquel espectáculo, pues parecía que los líderes se estuvieran arrodillando ante el Rey Mathán.

-Ciudadanos de los diferentes mundos, - dijo el Rey Mathán lo suficientemente alto para que todos lo escucharan. - Hoy no tengan miedo, pues los protagonistas son ellos; - comenzó a caminar lentamente detrás de los prisioneros. - Cada uno de los líderes se encuentra aquí ahora; postrado, indefenso y débil. Si ellos están en estas condiciones, ¿qué futuro podría esperarles a ustedes? - Se adelantó de nuevo para que todos pudieran verlo. -Hasta ahora nos han visto como los villanos… y no nos quejamos de ello, -añadió viendo a sus Guerreros que le devolvieron la mirada con una pequeña sonrisa de complacencia. - Pero en este día, en este lugar, sus líderes, aquellos que ustedes consideran como los “buenos”, demostrarán si de verdad merecen ser llamados así, convirtiéndose en un maravilloso Maiestas o fracasando, dejando ver con su patética muerte que no tienen la suficiente fortaleza para dirigir a nadie en primer lugar.

El público ya no se atrevía a hacer ni un solo ruido, pero relámpagos tronaban por los cielos como si apoyaran las acciones del Imperio Negro. El viento también parecía ulular terribles lamentos por aquellos que deseaban contrariar las palabras del Rey.

Los prisioneros, sabiendo que había llegado su hora intentaba alzar la vista con dignidad, pero estaban tan cansados que el único que lograba moverse era el General Waito, el último en ser capturado.

-Ustedes están desquiciados, - dijo también en voz alto; tenía moretones por todo su rostro y sangre emanando de una mejía. - Los Maiestas fueron los primeros en extinguirse, precisamente por seres como ustedes y ahora pretenden retornarlos, ¡¿para qué?!

-¡Véanlo a él! - exclamó Mathán señalándolo con un gesto de su mano e ignorando sus palabras. - Solo y desdichado, vulnerable a cualquier daño. - Extrajo una cuchilla de su cintura y le hizo un corte profundo en el cuello al tiempo que decía: - Véanlo sangrar…

El General gruñó de dolor. - ¡Desátame si te crees tan feroz y veremos si soy vulnerable como dices!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.