Loreli, Quilúa y Nahdia.
Los nombres quedaron grabados en la mente de Kháli. Recostada en la cama, días después, recordaba cada segundo de la lucha e intentaba ver las cosas desde la perspectiva de sus entonces enemigos.
-Siguen siendo mis enemigos, - se recordó. Aún no se decidía quién sería el próximo Alfil y podría ser cualquiera de ellos. - ¿Y si me escogen, entonces qué?
Por primera vez se puso a reflexionar lo que eso implicaba. Deseaba ver más Maiestas a su alrededor, estaba convencida de que eran la especie perfecta. Pero, ¿de verdad podría enfrentarse a los Guerreros del Imperio Blanco? No veía problema pelear contra los nuevos miembros ya que ni los conocía. Sin embargo, ¿Luchar contra Reff, Gertrude, Jim? ¿Bynner, el propio Rey Blanco? ¿Alexandria? - Ya has herido a cada uno de ellos de distintas maneras, - pensó intentando sentirse indiferente. - ¿Qué diferencia habrá?...
Pero Cai.... Pelear contra Cai.
Sentía sus pensamientos tornarse en un muro ante la perspectiva de Cai saliera lastimado de alguna manera. Después del daño que él había recibido en sus piernas y luego de la noche que pasaron juntos sabía que herirlo estaba fuera de la cuestión.
- Tal vez habrá una forma de ponerlo a salvo… - La escasa posibilidad de ello no pareció agobiarla. Pasara lo que pasara, los Maiestas debían resurgir para acabar con los mundos tan imperfectos, llenos de miedo, enfermedades y violencia. Pero Cai tenía que salir ileso.
También pensaba en sus padres; iría en contra de todo en lo que ellos habían creído.
Se sentó en la cama y examinó sus manos de forma ausente. Ya no contaba las cicatrices que tenía ni recordaba cómo se las había hecho.
Se puso de pie y se estiró. Aunque hubieran transcurrido días desde su pelea, su cuerpo aún estaba cansado, pero sentía que este tipo de fatiga no se desvanecería con solo descansar. Se sentía débil, no solo por la lucha entre posibles Guerreros sino por todo lo que había transcurrido desde su exilio del Imperio Blanco. Como si todas las peleas, confrontaciones, presiones y tensiones se fueran acumulando hasta succionar las fuerzas y energía en ella.
-Como si hubieran transcurrido años y no solo meses desde aquel día, - Kháli terminó su hilo de pensamientos.
En ese momento sentía que el Rey Mathán la llamaba. Sin deseos de tener una migraña, decidió encaminarse después de dar un suspiro.
Mathán esperaba en la parte más alta del edificio. Detrás de él había dos puertas negras cerradas. Frente a una de ellas estaba Dereck con aspecto algo aburrido. Kháli tomó su lugar en la otra puerta sin saber qué hacer. El Rey se acercó a ella y le sonrió mientras jugaba con una jeringa haciéndola danzar entre sus dedos.
-Como te lo prometí una vez más, la última prueba es la más sencilla. Adentro encontrarás a una persona. Lo único que debes hacer es inyectarle esto, ya sabes que el convertirse en Maiestas o no, depende totalmente de él.
Kháli frunció el ceño sabiendo que no sería tan simple. Se preguntó quién la esperaría adentro; tal vez sería uno de sus contrincantes de la arena, o quizás reservaron a otro ser para luchar contra ella.
Sintió su corazón acelerarse al considerar la posibilidad de que fuera uno de los Guerreros Blancos, pero intentó calmarse diciéndose que eso era imposible.
Sostuvo el aliento mientras abrió la puerta y cruzó. Adentro estaba completamente silencioso y oscuro. Lo único que podía verse en medio de la habitación era una clase de pedestal con una vasija encima.
Confundida y con la guardia en alto, Kháli se acercó recorriendo con sus ojos todo lo que la rodeaba, pero no podía divisar nada más allá del pedestal. Con sus lentos pasos siendo lo único que resonaba en ese fúnebre lugar, llegó a la vasija y miró adentro.
Durmiendo apaciblemente se encontraba un bebé. Kháli vaciló y bajó la jeringa que había mantenido en alto hasta entonces. ¿Debía inyectar la fórmula negra a un bebé?
Sin poder creerlo siguió inspeccionando sus alrededores esperando un ataque sorpresa de algún lado. Cuando todo se mantuvo tranquilo, volvió a enfocar su atención en el bebé creyendo que tal vez sacaría tentáculos o la atacaría de alguna otra forma bizarra.
Suavemente tocó uno de los piecitos y sintió la tierna piel de un humano.
¿Esta era la última prueba? ¿Inyectar a un bebé indefenso? ¿Por qué la ponían a prueba de esa manera?
Kháli jamás había demostrado tener un instinto maternal así que, ¿por qué pensaría que esto sería difícil para ella?
Con mano firme, dirigió la aguja al cuello del bebé. - Algunas de las decisiones de los Imperios me parecen absurdas y sin sentido, - musitó. El bebé abrió los ojos en ese momento y comenzó a moverse como si estuviera muy incómodo. - No te preocupes, será rápido, - dijo Kháli de forma indiferente, pero su pulgar no se movió para inyectar la fórmula.
Había algo en los ojos de ese bebé que hacía que evitara que ella se moviera. El bebé parpadeó y pronto comenzó a gemir. Queriendo comida o a su mamá, Kháli no lo sabía, o tal vez tenía frío o dolor. Habían cientos de posibilidades y por primera vez, Kháli no creía poder encontrar la respuesta y tampoco le interesaba.
Pero seguía sin poder inyectarle la fórmula.