La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 60

Cai estaba hecho una furia. Una vez de regreso el Imperio Blanco, nadie se atrevía a acercarse y mucho menos hablarle.

No podía creerlo. Simplemente no podía creer que Diana y Kháli hubieran sufrido muertes tan rápido y tan sin sentido. Añoraba destripar a cada uno de los Guerreros Negros con sus propias manos. Era una fortuna que nadie del Imperio Blanco quiso hablarle en esos momentos, estaba seguro de que mataría a cualquiera que se le pusiera enfrente.

-No puede ser, - gruñó después de que se había lavado la sangre. En su cuerpo ya no estaban aquellas manchas rojas, pero las seguía viendo impregnadas en su interior para siempre. Tenía la imagen del cuerpo inerte aun en su cabeza, la cual hervía su sangre por el recuerdo. ¿cómo había podido dejarla en ese lugar?, se preguntaba aunque supiera que ella al ser marcada, no podía traerla de vuelta y no había tenido tiempo de llevarla a ningún otro lado.

-Kháli… - el nombre salió de sus labios en una combinación de un quejido y un gruñido. - No puedes estar muerta. - afirmó aún después de haber presenciado como expiraba, pero el pensamiento “está muerta, ya no volverá” se negaba a adherirse en su mente y se vio a sí mismo prestar con mayor atención a lo que lo rodeaba, especialmente a sus oídos, creyendo que en cualquier momento escucharía rumores de que ella había sobrevivido y de que estaba en camino para su regreso.

Sin embargo, la cruda verdad penetró en su corazón cuando a lo lejos vio a Alan y Danna entregando los gemelos a los padres de Kháli. Los rostros de Ariadna y Jerome lloraron de alivio al ver a sus hijos a salvo.

Cai se heló en su lugar, esperando observar sus reacciones cuando fueran informados de la muerte de su hija, pero Alan y Danna se retiraron inmediatamente después de darles a los bebés.

Indignado, Cai se dirigió a ellos.

-No lo hagas, Cai - lo detuvo Jim quien desde atrás.

-¡Tienen derecho a saberlo! - exclamó sin mirarlo pero sin continuar su camino.

-No les hará ningún bien saber cómo falleció.

Cai giró para reclamarle, pero al ver las lágrimas que corrían desde los ojos ciegos de su amigo ya no pudo decir nada. Hasta ese momento, había pensado que solo él había sido afectado por la muerte tan violenta de Kháli, pero aunque Jim no parecía enfurecido como él, estaba claro que la tristeza lo inundaba igualmente.

Cai se pasó la mano por el cabello en gesto de frustración, mientras Jim decía: -En sus mentes, Kháli sigue siendo un Guerrero Negro. ¿No crees que sería mejor que ellos se enterasen de su muerte después de la Guerra?

-¿Y si perdemos? ¿Quién se los dirá?

-Creo que si perdemos, ese será el menor de los problemas.

El viento soplaba lo suficientemente fuerte como para agitar las capas y secar las lágrimas en el rostro de Jim.

-Vamos, los demás también están molestos.

-Lo dudo.

-Aunque no lo creas. El que Kháli se hubiera unido a ellos ya representaba un fracaso para nosotros. El que le hicieran pasar por todo eso solo para asesinarla, nos llena de rabia a todos… incluso a Alexandria.

Cai no dijo nada. Jamás había visto a Alexandria tan triste, su expresión había hecho añicos la esperanza que tenía de que todo había sido plan de ella. Desde un inicio había tenido la esperanza de que Kháli se hubiera infiltrado en el Imperio Negro, de que todo era un plan maestro del astuto Alfil. Pero ahora sabía que no era posible y se detestaba a sí mismo y quienes lo rodeaban por ello. Kháli había traicionado al Imperio y Alexandria no había tenido nada que ver.

La verdad hacía que sus hombros pesaran y estaba a punto de adentrarse a la Guerra sintiendo su cuerpo exhausto y hecho de plomo. Pero Alexandria también había sufrido dicha traición y tendría que luchar sabiendo que su discípula había preferido pelear y morir en el Imperio enemigo.

Pensar en el Alfil hizo a Cai reaccionar. - ¿Dónde está Julian?

Jim, que continuaba esperándolo, negó con la cabeza. - ¿Tú también te diste cuenta? Él no estaba cuando regresamos y Alexandria no sabe dónde se encuentra, pero no puede ir a buscarlo, ya no hay tiempo. Tú también deberías ir con ella. Te están esperando.

Con el peso en el pecho, Cai se alejó.

La habitación era completamente oscura, Cai había escuchado de su existencia pero jamás había estado ahí. La herrería del Imperio Blanco. Un lugar gigantesco para la construcción de espadas. Era la primera vez que Cai ayudaría a hacer una.

A su lado estaba Alexandria. Frente a ellos se encontraban Crishcas y Ronnman. En el centro estaba una mesa de piedra; encima, el brillante Dammantino y a los otros costados estaban la herrera y Bynner.

Cai estudió las expresiones de sus compañeros; jamás los había visto tan serios y sombríos. No sabía si era por lo que acaba de suceder con Kháli, la desaparición de Julian o porque la tarea de crear una espada no era algo que se debía tomar a la ligera.

La herrera parecía solo ver el dammantino que tenía en frente y, para asombro de Cai, con sus enormes manos lo manejaba como si estuviera hecho de arcilla.

-El material más resistente, - decía mientras lo aplanaba hasta formar un cuadro completamente liso. - Manipulado por manos expertas de un herrero del Imperio Blanco. - Partió el dammantino en dos haciendo un bulto con una parte y doblando en tres la otra y la alzó en el aire. - ¡Reforzado por las palabras de los sabios! -exclamó. Crischas y Alexandria lo tomaron como indicación y ambos levantaron sus manos y exclamaron- ¡”Koh”! - las voces parecieron resonar perpetuamente; el dammantino brilló con una luz cegadora y momentánea y volvió a descender. La herrera lo tomó entre sus manos y lo frotó contra la mesa, afilando su hoja arqueada, el material estaba tomando forma y se solidificaba rápidamente. Luego de un momento, volvió a alzar el material aún más alto que antes. - ¡Blindado con la potencia de las Torres!.




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