La Batalla de los Treinta y Dos (libro 3 y Final)

Capítulo 62

Kháli quiso aferrarse al beso de Cai con todas las fuerzas que le quedaban, pero dichas fuerzas eran tan escasas que no impidieron que fuera arrastrada hacia la oscuridad.

Si tan solo fuera un Maeistas. Cai no fue la última imagen que Kháli vio, fue el Maiestas. No había tenido la oportunidad de convertirse en uno. Qué tonta, fueron sus últimos pensamientos, debió haberse inyectado la fórmula así misma, de esa manera se hubiera tornado en una de las criaturas más magníficas de la historia o al menos su muerte no hubiera sido en vano.

Quizás en el paraíso se convertiría en uno, pensó mientras sentía su cuerpo ser sumergido en la eterna oscuridad.

¿Qué te hace pensar que irás al paraíso?

Kháli no tenía miedo. Ya había vivido en el infierno. Nada podría ser peor que el Imperio Negro. Ningún castigo podría ser peor que haber perdido a sus amigos, a sus compañeros y a su familia. Incluso aquella oscuridad y silencio abrumador en el que ahora se encontraba era el cielo comparado con lo que había vivido.

En esos momentos en que ya no sentía dolor, pero todo su cuerpo estaba inmóvil y entumecido; luego de despedirse de sus amigos, solo quedaba un deseo: añoraba platicar una vez más con aquel Maiestas, sentir su tranquilidad, su afabilidad y la vida que parecía escapársele ahora. Si pudiera ir a un lugar, sería a ese. De nuevo platicar con el gran Maiestas, escuchar su gentil voz, verlo sanar el dolor, pasar el resto de la existencia así. ¿Qué más podría pedir alguien? Estar rodeado de paz, sabiduría, naturaleza, la melodía que parecían crear los animales junto con las plantas y el Maiestas en perfecta coordinación.

Melodía.

Podía escucharla. Una melodía exquisita, que si no supiera que era imposible, creería que su corazón sonaba lentamente como un tambor cuyo golpe era intermitente para no desequilibrar aquellos sonidos perfectos.

Pero Kháli lo sintió otra vez; lo sentía más fuerte ahora. Aquella melodía que pensó que era solo recuerdo e imaginación, era real. La oscuridad que llegaba a sus ojos cerrados fue reemplazada por luz como si alguien encendiera una lámpara tenue que iba incrementando su poder.

Los sonidos de la naturaleza también se hacían más claros. Era como si Kháli hubiera estado sumergida en agua y poco a poco había flotado hasta la superficie, en donde el cantar de los pájaros y los chillidos de los demás animales eran más distinguibles.

Abrió los ojos lentamente. Cuando su vista se aclaró, pudo ver ramas de árboles sobre ella y rayos de sol que intentaban alcanzarla. La paz que la llenó hizo que no se moviera por lo que pareció una eternidad. La melodía a su alrededor continuó como si ella fuera un elemento más de aquella eterna serenidad. De pronto escuchó voz de personas, así que sin alarmarse y lentamente, se sentó sobre el césped y vio cómo el Maiestas que había conocido, se acercaba cantando y haciendo coro con las demás criaturas que rodeaban el suelo y también lo montaban como si él fuera un árbol que se podía mover. Una voz femenina y masculina salían al mismo tiempo de la garganta del Maiestas que se mezclaban de forma deliciosa en la canción que se pronunciaba mientras el Maiestas iba acercándose a Kháli.

Era una canción dedicada a un colibrí, la letra lo animaba a que viviera sin miedo y se atreviera a volar.

Finalizó su canción justamente cuando llegaba con ella. Le mostró sonriente un animalillo que sujetaba en sus manos, pero en lugar de un pajarito, un gatito lo miró a él y la miró a ella confundido de que de pronto siguiera viendo luz cuando esperaba la muerte. Recuperando las fuerzas, el gatito se tambaleó y el Maiestas lo dejó posar en el suelo para luego moverse con más energía y juguetear con lo que tenía alrededor.

El Maiestas volvió su atención a Kháli y le sonrió. - Hola, Kháligheil.

Como si su cuerpo fuera invadido por una corriente eléctrica, dio un salto, se puso de pie y dio varios pasos hacia atrás, viendo su propio cuerpo y sus alrededores.- ¡No estoy en el paraíso!

El Maiestas rió y se sentó a su lado. Todos los animalillos corrieron por el pequeño caos, solo para volver a acercarse a él. - Bueno, eso es relativo, - dijo con su voz suave.

-¡Quiero decir que no estoy muerta!

-Oh, eso no es relativo. No. Estás viva.

Ella inhaló y exhaló nuevamente sin poder creerlo. Seguía influenciada por la tranquilidad del ambiente, pero era como si su sangre poco a poco comenzara a correr entre sus venas con más energía. - ¿Cómo? - preguntó mirándolo.

-Me llamaste. Acudí y traté de sanarte.

Kháli miró su cuerpo. ¡Estaba intacto! Las heridas que le había hecho el Imperio Negro estaban cerradas y cicatrizadas. Ya no sentía dolor ni entumecimiento. Se sentía renovada, como si lo que había sucedido hubiera sido una pesadilla. Nada más que eso. -¿Te llamé? - preguntó. Entonces recordó lo que él le había dicho la primera vez que lo había visto: “tú solo debes pensar en mí y yo sabré que me estás llamando.” - ¿Por qué me sanaste? - Era bizarro pensar que alguien del Imperio Negro la ayudaría, incluso si se tratara de un Maiestas.

Él ladeó la cabeza y la miró como si no comprendiera la razón detrás de la pregunta. - Porque estabas herida.

Kháli lo contempló.

No. El Maeistas no pertenecía a ningún Imperio. No la había sanado porque fuera a ayudar a uno de los ejércitos. Lo hizo simplemente porque la veía como otro animalito herido. - Gracias, - dijo moviendo sus extremidades con cautela para comprobar que estaba ilesa.




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