Kháli no podía creerlo. - ¡Luché contra esa mujer dos veces y no pude vencerla, con una palabra tú la incineras! ¡¿Para qué me molesto?!.. ¿Y por qué tenía que ser mi sangre la que formara el círculo, por qué no pudiste hacerlo tú?
-Porque entonces hubiera sido yo la que hubiera sido lastimada.
Kháli apretó los puños e inhaló para calmar su frustración ante su tutora.
-Prepárate, - advirtió. - Los próximos que vengan no serán tan fáciles de vencer.
-¿”Los”?
¡Maldición! Kháli prefirió luchar otras cien veces con Loreli al ver que los enemigos que se acercaban en esos momentos eran Lince y la Reina del Imperio Negro.
-Kháli, - llamó Alexandria por última vez; ella se enfocó en la mirada intensa de su tutora. - Tendrás que luchar sola.
Kháli tardó en asentir y volvió a concentrarse en sus enemigos. Sintió que toda su vida se había preparado para ese momento. Desconocía si Alexandria tendría éxito, pero lo que le concernía en ese momento era que ningún ataque le llegara al Alfil. Esa era su misión. Nada más.
Mientras tanto, Bynner estaba de nuevo en una batalla empedernida contra Samira. Los dos lanzaban golpes constantes sin retroceder. Ignoraban el fuego, explosiones, rugidos y seres que los rodeaban
Ninguno era de atacar a la montura del otro, así que como jinetes se concentraban únicamente en su rival. Los caballos, blanco y negro, se movían con rapidez a la voluntad de su respectivo Guerrero, los cuatro ignoraban completamente lo que sucedía alrededor. Solo existían ellos en una pelea que parecía interminable.
Con los dientes rechinando, ambos agitaban su espada de forma tan ágil, que al hacerlas chocar, creaban ruidos metálicos que superaban el bullicio que los rodeaba.
De pronto hubo una fuerte explosión que los lanzó brutalmente hacia un lado. Bynner rodó en la tierra hasta que se detuvo. Sintió que había sido el poder de Alexandria, pero a pesar de que representaba un aliado, el ataque no había sido menos inminente.
Lentamente y sintiendo dolor en sus músculos, el Caballero del Imperio Blanco se puso de pie. Hubo un largo e irritante tintineo en su oído izquierdo. En lo primero que pensó al levantarse fue en su caballo, pero una figura frente a él captó su atención. Samira también se ponía de pie sin su montura cerca de ella.
El fuego estaba aproximándose para envolverlos como si quisiera presenciar su batalla.
Cuando Samira lo miró, Bynner se percató del odio puro en su ojo. Ambos pensaron lo mismo y ambos arremetieron a la vez, dejando a sus caballos por un lado. Volvieron a estrellar espadas fuertemente en ataques imparables. Casi no se daban tiempo de jadear y no se permitían mostrarse cansados ante su rival.
-¡Muérete de una vez, anciano! - exclamó la Guerrera sin dejar de arremeter.
Bynner continuó con sus defensas y ataques. Sabía que estaban al mismo nivel en términos de habilidad y rapidez. Tan solo el más mínimo error representaría la victoria para uno y la muerte para el otro. La más mínima distracción…
En un acto de enlentecimiento de parte de su enemigo, Samira aprovechó y dobló su velocidad de manera que hizo un corte profundo en el ojo derecho del Caballero. Bynner rugió de dolor y Samira se deleitó en aquel momento de victoria, pero Bynner se repuso más pronto de lo que su enemiga esperaba y en un segundo, perforó su pecho con su espada.
Samira tosió sangre mientras con una expresión de incredulidad en el rostro, reconoció su fatal error. Supo que el Caballero se había dejado herir el ojo a propósito. Que lo único que la distraería a ella era el pensar que por fin había obtenido su venganza. Tosió de nuevo y dejó ir su peso sobre su enemigo.
-Ya acabó por fin, vieja amiga, - dijo Bynner con voz forzosa, mientras la sostenía para que ella no se desplomara. Su ojo sangraba profusamente.
-Nunca…
Samira expiró antes de poder terminar de hablar. Bynner depositó su cuerpo suavemente en el suelo. El enorme caballo negro no tardó en aproximarse. Con su jinete muerto, la montura ya no tenía motivación para pelear. La intención de Bynner era buscar a Gabriel, pero él tampoco tenía ya fuerzas para levantarse. Se desplomó y miró al cielo. -Mi hijo, - musitó, - ¿Es hora que me una a ti? - cerró los ojos después de que le pareció que la noche se tornaba de un hermoso color verde.
El primero en abalanzarse fue Lince. Parecía que la Reina prefería atacar desde lejos. A Kháli le invadió una gran inseguridad. Creyó poder enfrentarse a sus enemigos sin rastro de dudas en su mente ¡Pero se trataba de Lince y de la Reina! De pronto se sintió como hormiga entre elefantes cuya inmensidad amenazaba con aplastarla sin dejar pizca de su ser.
-Estás en lo cierto en todo lo que te dices, - aseguró Lince entre ataques. Su leve voz se hacía escuchar sobre el caos. A pesar de que había estado furioso en su último encuentro, ahora lucía de lo más tranquilo. - Que no puedes ganar. Que eres muy débil. Míranos. Somos un Alfil y la Reina. Tú sigues siendo un simple Peón.
Kháli no respondió. Se enfocó en esquivar los ataques.
-Mereces morir.
-¡Deja de hablar! - exclamó ella. Hizo un patético intento de un ataque que Lince esquivó sin dificultad. - ¿Se te olvida que estuve a punto de vencerte en nuestro último encuentro?