La Batalla del Bosque Muerto

Batalla del Bosque Muerto

Batalla del Bosque Muerto

 

 Los únicos testigos del ataque inicial fueron los troncos muertos, árboles fallecidos hace siglos cuya única belleza radicaba en el recuerdo. Los lanceros formaron un muro de escudos desde la retaguardia del campamento y detrás de ellos iban los espadachines.

 

 El General Dullahan soltó un grito desgarrador que puso en alerta a sus tropas, los monstruos actuaban como salvajes sin inteligencia, solamente los acorazados negros poseían capacidad de razonar, el resto debía ser dirigido casi manualmente para tener efectividad en el combate. Y por esa misma razón, el General Dullahan los juntó a todos en el centro del bosque.

 

 —Preparen la artillería, ¡ahora! —Cuando las tropas humanas se colocaron en la entrada del bosque, 2 enormes piedras llameantes cayeron del cielo e iniciaron un brutal incendio en las filas enemigas. Las catapultas y trabuquetes hicieron su trabajo, su cadencia de fuego era baja, pero los ataques devastadores compensaban el tiempo invertido en su construcción. La maleza seca y los troncos acabados ardían con mayor facilidad que un árbol vivo.

 

 El enemigo recibió de lleno el impacto, los cuerpos deformes y asquerosos ardieron al compás del fuego, como una melodía furiosa que reclamaba venganza por todas las vidas cegadas. Hubo un grito de alegría entre las tropas humanas, ver a esos desgraciados quemarse dolorosamente les hizo sentir genial, luego de haber perdido a sus preciados familiares un poco de retribución jamás venía mal.

 

 —Ignoren las llamas —ordenó el General Dullahan —. ¡A la carga!

 

 A pesar de tener serias quemaduras y extremidades chamuscadas, la horda oscura cargó de lleno contra la vanguardia imperial. Cientos de monstruos repletos de mal formaciones y mutaciones generales lanzaron un grito de guerra ensordecedor, antes de lanzarse en estampida.

 

 —Ballesteros y arqueros, ¡fuego! —El sargento Claudio ondeó el estandarte 2 veces, señal que tenían las unidades de proyectiles para lanzar una salva de flechas y virotes en dirección al cielo.

 

 El efecto de las flechas fue inmediato, los primeros mil ojos que amenazaban con destrozar la vanguardia cayeron víctimas de estos impactos. Sus cuerpos enormes y musculosos eran presas fáciles para una lluvia de flechas rápida, ni siquiera sus gigantescos garrotes podían cubrirles de una salva controlada por un sargento experimentado.

 

 Los virotes también hicieron su trabajo, una gran cantidad de cíclopes mutantes sufrieron daños considerables sobre sus duras pieles. Ni siquiera ellos eran invencibles, si algo les había inspirado el Emperador Maximiliano II era el valor de enfrentarse a estos engendros y ganar.

 

 Sin embargo, ni el dolor, ni los proyectiles pudieron mermar el poder de la carga, los desgarradores levantaron sus cuchillas gigantescas en dirección al cielo y una vez preparados, descargaron una furia de cortes salvajes contra los asustados lanceros.

 

 Aquellos lo bastante hábiles para bloquear el primer embate con sus escudos pudieron pasar a la siguiente fase: El contraataque, cuando las cuchillas se atoraron en los firmes escudos de roble y acero, atacaron con la punta de sus lanzas en dirección al cuello, estómago y cabeza.

 

 —¡Espadachines, al ataque! —Lord Gustavo ordenó a la infantería cuerpo a cuerpo entablar combate directo con la vanguardia enemiga, de inmediato, los espadachines pasaron de largo el muro de escudos y atacaron de frente con sus espadas en alto. Allí los esperaban hordas de desollados y arañas bípedas, monstruos cuyos brazos humanoides salían de la espalda. Todo un espectáculo aterrador para los guerreros novatos y una pesadilla constante para los veteranos.

 

 —¡Maten a los humanos! —Sin mayor estrategia ni pensamientos, el ejército celestial continuó empujando a los imperiales lejos del bosque. Segundos más tarde, las llamas se apagaron, producto de un hechizo provocado por el mismo General Dullahan —. Buen plan, imbéciles, pero un poco de fuego no es lo suficientemente fuerte para matarnos.

 

 Lo que antes era un campo de llamas se había convertido en un río de cenizas, pequeños restos de polvo negro danzaban por todo el campo de batalla e imposibilitaban la vista a los pobres arqueros imperiales.

 

 De repente, 15 cíclopes gigantes armados con garrotes y acorazados con trozos de hierro incrustados en el cuerpo hicieron acto de presencia en el campo de batalla. El general enemigo sabiamente los puso en la retaguardia para no dejarlos  merced de las catapultas imperiales, una vez terminado el bombardeo inicial consideró prudente utilizarlos en el campo de batalla.



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En el texto hay: demonios, guerra, batallas epicas

Editado: 23.04.2019

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