Cuando los terribles mongoles finalmente abandonaron el campo de batalla, el cielo sobre el Kalka se despejó y la alegría llenó los corazones de los príncipes. Sintieron como si un pesado peso se hubiera caído de sus hombros, pero ese alivio resultó ser efímero. Apenas un instante después de la huida del enemigo, en los rostros de los príncipes comenzaron a aparecer sombras de ansiedad e incertidumbre. ¿Qué hacer ahora? ¿Qué acciones se deben tomar? Estas preguntas, que surgían en sus mentes, comenzaron a desgarrar lo que quedaba de unidad.
A primera vista, la victoria parecía un triunfo, pero dentro de los príncipes crecía la división. Cada uno, guiado por sus ambiciones, comenzó a expresar descontento. Danylo de Galitzia, que antes era un símbolo de unidad, ahora se convirtió en el blanco de acusaciones. «¿Por qué no lideraste la persecución?» —preguntó un príncipe, con la voz llena de ira. Otro, resoplando con desprecio, añadió: «Siempre buscaste la gloria, ¡pero cuando llegó el momento de actuar, nos dejaste atrás!»
Esas palabras golpeaban el corazón de Danylo como flechas. Sabía que sus decisiones no siempre habían sido correctas, pero también comprendía que sin unidad su ejército no podría resistir nuevas amenazas. «Debemos estar juntos si queremos sobrevivir» —dijo, tratando de devolverlos al objetivo común. Pero sus palabras resonaban en el vacío, como un eco en un campo desierto.
Los conflictos internos se hacían cada vez más evidentes. Los príncipes, que ayer luchaban hombro con hombro, ahora se convertían en enemigos. En lugar de celebrar la victoria, comenzaron a culparse unos a otros por las oportunidades perdidas. «¡Si no te hubieras detenido en el campo de batalla, podríamos haberlos alcanzado!» —gritó un príncipe, señalando a Danylo. Sus palabras provocaron indignación entre los demás, y pronto comenzó un acalorado debate.
Danylo, sintiendo cómo su autoridad se desvanecía, trató de calmar a los príncipes. «¡No podemos permitirnos dividirnos! ¡El enemigo podría regresar, y entonces seremos impotentes!» Pero sus llamados a la unidad solo aumentaban la tensión. Cada príncipe buscaba demostrar que tenía la razón, y sus ambiciones se interponían en el objetivo común.
Pronto quedó claro que los conflictos entre los príncipes no solo amenazaban su unidad, sino que podrían conducir a la catástrofe. Nadie quería ceder, y cada uno se consideraba el mejor líder. «¡No te seguiré si no puedes guiarnos hacia la victoria!» —exclamó un príncipe, y sus palabras se convirtieron en la señal de un conflicto abierto.
Los príncipes comenzaron a dispersarse, cada uno retomando su propio camino, olvidando lo que los había unido. La tensión crecía, y la pregunta de cómo actuar a continuación se volvió crítica. ¿Podrán encontrar un lenguaje común? ¿Podrán superar sus ambiciones por el bien común? Estas preguntas quedaron sin respuesta, y el miedo al futuro se cernía sobre ellos como una nube oscura.
En ese momento, mientras los príncipes se dispersaban, Danylo sintió cómo su corazón se apretaba de preocupación. Sabía que su unidad era el único camino hacia la victoria, pero ¿cómo convencer a los demás de ello? La palabra «victoria» se volvió un sonido vacío para ellos, y el objetivo común desapareció en la niebla de los conflictos internos.
Al final, dejaron el campo de batalla no solo con la victoria, sino también con un peso que nadie podía quitar. Cada príncipe, al regresar a sus tierras, llevaba consigo no solo la gloria, sino también la amargura de la división. ¿Podrán encontrar un camino hacia la reconciliación? ¿Podrán unirse nuevamente cuando la amenaza regrese? Esta pregunta quedó abierta, dejándolos en la incertidumbre con la que tendrían que vivir a partir de entonces.
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Editado: 22.11.2025