En el funesto campo donde alguna vez resonaron los gritos de batalla, los príncipes se dan cuenta de que sus disputas internas se han convertido en la causa de la pérdida de oportunidades para una victoria definitiva. Tras la batalla, que prometía ser un triunfo, se encuentran frente a frente, llenos de decepción y enojo. La grandeza de la Rus’, que soñaban con restaurar, ahora parece solo una sombra del pasado, destruida por ambiciones y conflictos que les impidieron mantener la unidad.
Danylo de Halych, de pie entre sus hermanos, siente el peso de la culpa. Su corazón se aprieta al darse cuenta de que no logró unir a los príncipes en los momentos más cruciales. «¿Por qué no pudimos dejar de lado nuestros deseos personales?» —piensa, observando cómo uno de sus hermanos, Oleksandr Nevski, lanza una mirada furiosa a otro príncipe. Comienzan a escucharse palabras de acusación, y con cada nueva recriminación, la tensión aumenta.
En ese momento, Danylo comprende que la lucha no es solo contra los mongoles, sino también entre ellos mismos, y que esta amenaza pone en peligro su existencia. —Debemos ser fuertes juntos, no enemigos —dice, intentando reconducirlos hacia un objetivo común. Pero sus palabras, como una brisa ligera, se disipan en el aire sin encontrar eco en los corazones de los príncipes, consumidos por la sed de gloria.
En lugar de unirse, cada uno comienza a buscar culpables por sus fracasos. —¡Podrías haber hecho más! —grita un príncipe señalando a otro. —¡No mereces esta victoria! —responde el otro, y pronto las voces se elevan, convirtiéndose en gritos que resuenan por el campo. Olvidan que juntos podrían ser invencibles, y en cambio, son testigos de su propia caída.
Esta lucha interna, que se desarrolla frente a una amenaza externa, se convierte en símbolo de sus debilidades. Cada príncipe, intentando justificar sus acciones, olvida que la verdadera fuerza reside en la unidad. No pueden ver que sus ambiciones personales conducen a la destrucción que amenaza a toda la Rus’. Mientras los mongoles huyen, los príncipes, en lugar de unir fuerzas para perseguirlos, se fragmentan en facciones, cada una deseando dominar a la otra.
Después de varias horas de disputas, cuando la esperanza de reconciliación desaparece, los príncipes comienzan a comprender el precio de sus ambiciones. Están al borde del abismo, listos para caer en un conflicto que puede destruir todo lo que han intentado construir. —Podríamos haber sido grandes —dice Danylo, con la voz temblando por la emoción—. Pero ahora corremos el riesgo de perderlo todo. Sus palabras, llenas de pesar, suenan como un último llamado a la razón.
Pero los príncipes, atrapados por sus propias pasiones, no lo escuchan. Continúan acusándose unos a otros, olvidando que su fuerza reside en la unidad. Cada uno cree que su estrategia habría sido la mejor, y esta obstinación conduce a una mayor división. En sus corazones se instala el miedo: miedo a perder el poder, miedo a ser olvidados, miedo a que nunca puedan recuperar lo que han perdido.
Así, la tensión alcanza su punto máximo, creando las condiciones para futuros conflictos en los siguientes capítulos. Están al borde de la guerra, listos para destruirse entre sí, sin darse cuenta de que el verdadero enemigo ya los espera. La historia de la Rus’, que podría haberse convertido en una leyenda, se transforma en tragedia, donde las ambiciones se convierten en una carga y la alianza en una mera ilusión. Los príncipes abandonan el campo sin saber que sus acciones conducirán a un desastre aún mayor, que destruirá sus sueños de grandeza.
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Editado: 22.11.2025