La oscuridad cubría lentamente el campo de batalla, donde hacía poco resonaban los gritos de valentía y los choques de armas, revelando una nueva realidad. Los mongoles, derrotados, organizaron un banquete en memoria de sus oponentes, lo que se convirtió en un espectáculo aterrador para los príncipes de la Rus’. Esta celebración, llena de risas estruendosas y gritos de embriaguez, estaba tan lejos de la gloria como los propios príncipes, que ahora se encontraban al borde del abismo. Cada uno sentía la amargura de la derrota llenando lentamente su corazón, como agua que inunda la tierra sumergida.
En ese banquete, los mongoles celebraban no solo su victoria, sino también la destrucción de los sueños que los príncipes de la Rus’ habían albergado. Parecía que incluso la naturaleza se había vuelto en su contra: el viento susurraba suavemente, como tratando de advertir sobre las consecuencias que ya comenzaban a manifestarse. Danylo de Halych, quien antes se consideraba un líder, ahora sentía el peso de la culpa. Observaba el banquete, sintiendo cómo sus ambiciones, que durante tanto tiempo habían alimentado su espíritu, se habían convertido en la causa de su propia caída.
Los príncipes, que hace poco estaban codo con codo, ahora comenzaban a comprender que su unidad era una ilusión. La palabra "victoria" se había vuelto un sonido vacío para ellos, ya que habían perdido no solo la batalla, sino también a los unos a los otros. Las disputas internas, que surgieron durante los preparativos para el combate, ahora estallaban con toda su fuerza. Oleksandr Nevski, que alguna vez fue aliado de Danylo, ahora lo miraba con desprecio, considerándolo responsable de la catástrofe. —Tú nos traicionaste, Danylo —dijo, con una voz que retumbaba como un trueno rompiendo el silencio.
Los conflictos internos comenzaron a intensificarse a medida que los príncipes se acusaban mutuamente por la pérdida de oportunidades. —¡¿Cómo pudiste permitir que esto ocurriera?! —gritó uno, señalando la celebración de los mongoles. —¡Debimos unirnos y no pelear entre nosotros! —respondió otro, con la voz cargada de ira y decepción. La tensión aumentaba, y la pregunta sobre si podrían encontrar un camino hacia la reconciliación se volvía crítica.
Mientras los mongoles bebían por sus victorias, los príncipes de la Rus’ permanecían al margen, sintiendo cómo cada brindis y cada grito de gloria les infligía nuevas heridas. Este banquete se convirtió en un símbolo aterrador de su derrota, recordándoles cuán rápido se puede perder todo a causa de las disputas internas. Comprendían que sus ambiciones habían obstaculizado el éxito, y ahora cada uno debía decidir si estaba dispuesto a sacrificar sus deseos personales por un objetivo común.
Pronto, en la calma que siguió al estruendoso festejo, los príncipes comenzaron a darse cuenta de que sus acciones habían llevado a una derrota trágica. La memoria de los caídos, que no pudieron presenciar aquel horrible banquete, se convirtió en una parte importante de su legado. Sabían que no podían permitirse olvidar a quienes dieron su vida por la Rus’. Ahora, mientras la luz se apagaba y la noche cubría el campo, la cuestión de la reconciliación se volvía cada vez más urgente.
Danylo, de pie al borde de su desesperación, comprendió que si no encontraban la manera de unirse, su historia terminaría como aquel horrible banquete: con incertidumbre y desesperanza. Y aunque el banquete mongol era una celebración para ellos, para los príncipes de la Rus’ se convirtió en un sombrío recordatorio de que las ambiciones pueden llevar a la destrucción. Debían encontrar un camino hacia la reconciliación; de lo contrario, su legado solo estaría lleno de pesar y desilusión.
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Editado: 22.11.2025