La Bella Desconocida

Marie

Marie era una joven de 14 años en el París del siglo XIX, durante su vida todo había sido difícil, y ahora más ya que su padre murió en un accidente en un taller, el patrón se desentendió y le echó la culpa al muerto por no cuidarse, como hacían todos y ella, su madre y 2 hermanos menores quedaron en el mayor desamparo, por suerte los mayores ya estaban casados.

— Madre que haremos, no tenemos casi dinero — le preguntó acongojada Marie, era baja para su edad, pelo y ojos negros, pero pálida como una imagen de yeso, por haber trabajado desde los 4 años durante 12 horas en las fábricas.

— Tranquila mi ángel, verás que Dios proveerá, no nos dejará desamparados — respondió, aunque no muy convencida la madre.

Golpearon a la puerta de la mísera pieza donde vivía la mujer con sus tres hijos.

— Hola Comadre — saludó la recién llegada.

— Hola ¿Cómo ha estado?

— Bien gracias a Dios, lamento lo que le pasó al compadre, mi más sentido pésame. No pude venir porque solo nos permiten salir el día libre — se disculpó la mujer.

— Lo entiendo, no se preocupe.

— Sé que ahora necesitan más que nunca dinero — miró a la mayor de los niños — hay una casa de buena familia, que necesita una sirvienta para la cocina, la ama de llaves me pidió que le recomendará alguien trabajadora y honrada, y he pensado en mi ahijada, sé que es muy pequeña todavía, pero por lo mismo se amoldará a los patrones. No estaré allí, pero puedo asegurarle que es un hogar respetable y pagan muy bien — afirmó la señora.

— Pero... — la madre no quería dejar ir a su hija de su lado.

— Está bien, como dijo Dios nos ayuda, y está es la forma — la niña trató de sonreír animada, pensó en sus hermanitos, podrían alimentarse mejor, y tal vez no deberían ir a trabajar a la fábrica como ella.

Costó un poco que la dueña de casa la aceptará, porque pensaba que no podría hacer lo que se le ordenará a la niña por ser muy pequeña, pero Marie le demostró que podía hacer el trabajo que le pidieran perfectamente. Con los años pasó a sirvienta de salón, se encargaba de atender a los señores, hacía su trabajo callada y meticulosamente, nunca se escuchaba su voz.

En compañía de su madrina, su día libre, ya pasado unos años todavía llevaba gran parte de su sueldo a su madre para ayudarle con los gastos de la habitación donde vivía la mujer, sola, que ya estaba desgastada por el trabajo duro, y la crianza y cuidado de la gran familia que tenía, parecía una anciana con 40 años.

— Madre ¿Qué hace? — le preguntó la muchacha al verla cosiendo.

— Terminando esta compostura, me he sentido bien, y el sol que entra por la ventana me ayuda — le sonrió triste.

— No debería hacer eso, trataré de ver si puedo hacer algo extra en la mansión para ganar más dinero, mis hermanos menores están en casas de buenas familias trabajando, y aunque los mayores tienen sus propias familias, deberían enviarle unas monedas, así no debería esforzarse tanto.

— No los juzgo, en su lugar haría lo mismo. Usted debería guardar para su futuro, no siempre podrá trabajar en algo tan liviano — se lo dijo de corazón, en las fábricas las niñas de su edad no aspiraban a vivir más de 15 años con suerte, por las condiciones tan duras que había en ellas.

Todo fue bien hasta que luego del Año Nuevo de 1880, cuando ya Marie tenía 16 años, llegó el hijo menor de los patrones, Didier, quien estaba en Inglaterra estudiando, ya estaba listo para poder tomar su puesto en las empresas de la familia. Al verlo la joven sirvienta sintió una extraña sensación, ardor en sus mejillas, su estómago le molestó como nunca le había pasado.

Unos meses después la madre de la sirvienta no pudo soportar más esas condiciones de vida y murió, a la jovencita le avisaron, pero no tenía tiempo, ni dinero para encargarse del sepelio, aunque fuera en un lugar humilde quería poder enterrarla, mientras conversaba con sus compañeras sobre eso, no se dio cuenta que el Señorito escuchó todo, esa tarde el dueño de casa la llamó, le informa que sabía que su madre murió.

— Así es Señor, fue esta madrugada — respondió en voz baja.

— Tiene un día para poder hacer los trámites necesarios — antes que ella le agradeciera por el tiempo, la joven le quiso decir que no tenía como pagar un lugar para su madre — le adelantaré lo necesario para el funeral, se le irá descontando de su salario de a poco y también el día que no trabajará, entendido.

— Sí Señor — con lágrimas de alegría en los ojos se retiró, no pensó que él fuera tan amable, siempre era serio y duro al hablar con la servidumbre — volveré a tiempo, muchas gracias mi Lord.

Cuando la jovencita se fue, otro varón apareció en el lugar.

— Será un amo muy blando, hijo, sé que es linda en su modo muy especial, aunque para mí solo es una chica vulgar — le dijo el padre a Didier que escuchó todo desde la otra habitación, al ver que la joven ya no estaba entró — no quiero líos de faldas, ni nietos bastardos, eso sería mancillar nuestro apellido.

— En este mundo basta y sobra con los que usted ha traído — le respondió el muchacho, al ver las venas del cuello de su padre marcarse y ponerse rojas siguió hablando — voy al segundo piso. Tranquilo, solo es un gesto de amabilidad hacia la joven, según me contó madre, es una buena empleada, nunca ha tenido problemas y siempre acata las órdenes. Sabe que estoy comprometido con Collette, como ustedes quieren — con ironía — por el dinero de su familia.



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En el texto hay: muertes, desamor, amor

Editado: 04.07.2020

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