— No sé, algunos que dijeron ser sus amigos vinieron a velarla, supongo que ellos se llevaron algunos recuerdos — respondió el arrendador, sin darle mayor importancia al asunto.
Ellos sabían que el tipo tenía todo guardado para venderlo, pero ya no quisieron seguir con la discusión.
Apenas pudieron llevaron a la mujer al cementerio, pagaron el lugar y la enterraron, la joven se quedó un rato rezando por ella, esa noche sus hermanos volvieron a sus casas y ella al hogar de sus patrones. Casualmente, el joven Didier estaba tomando un té en la cocina, solo, cuando ella llegó.
— Disculpe — dijo Marie al verle, quiso irse rápidamente a su habitación, pero el joven la detuvo con la voz.
— Mis más sentidas condolencias por su irreparable pérdida — le sonrió para animarla.
— Muchas gracias — contestó extrañada por su amabilidad, trató de retirarse de nuevo.
— ¿Estaba toda su familia?
— No, solo tres de mis hermanos.
— ¿Cuántos son? — preguntó curioso.
— Sin contarme, ocho. A los otros no les dieron permiso en su trabajo, y mis hermanas no pudieron venir, viven lejos y no pueden costearse el viaje. Por favor, de nuevo dele mis agradecimientos a su Señor Padre por el dinero que me facilitó, y el permiso.
— Se lo diré — por fin la dejó ir, al verla tan nerviosa.
En la habitación que compartía con otra de las sirvientas, ya mayor, ésta le daba consejos.
— No es bueno quedarse a solas con el Señorito, el Señor puede enterarse y echarte — dijo la compañera en voz baja, para luego reír con malicia — solo a él le gusta tener "queridas".
— Que mal pensada es, el Señorito Didier es muy amable, desde que llegó se ha comportado como un caballero con todas ¿O no? — le defendió.
— Es verdad, pero ya tengo mi edad y sé porque le digo las cosas — de nuevo la mujer bajó la voz — en mis tiempos mozos, el Señor... una noche... pero no me encontró lo suficientemente bella para ser la de turno, y aquí me tiene, si puede aproveche, es bella y joven, pero no lo será por siempre — sentenció.
— Que tonterías dice, mejor durmamos — pero Marie quedó con la ilusión, si fuera como dijo su compañera... pero no, prometió a su madre nunca hacer algo así.
Al otro día llegó Richard, el hijo mayor de los dueños de casa, estuvo en una Universidad, pero nunca terminó la carrera, pero la verdad era que él gastaba el dinero de sus estudios en mujeres y alcohol, cuando no le mandaron más por los problemas económicos que tenía su padre,tuvo que volver al hogar paterno. Físicamente era alto, delgado, moreno, muy parecido a su hermano, pero a diferencia del menor tenía una sonrisa maliciosa constante, y un brillo malvado en sus ojos cuando miraba a las sirvientas, sobre todo a la huérfana.
Esa noche los hermanos conversaban en el Salón.
— No quiero que se acerque a Marie — le dijo Didier, ya que se había dado cuenta de las intenciones del otro.
— Disculpe, no sabía que era su amante — contestó irónico.
— No lo es ni lo será. Es una buena persona, no quiero la use y luego la deje como a la última, no le remuerde la conciencia por lo que le hizo, la pobre mujer desesperada lo único que pudo hacer fue suicidarse en el río.
— Ella fue la tonta que creo que yo — extendió su mano como si estuviera mostrando un objeto — iba a querer algo más que pasar el rato con alguien así — rió.
— Le advierto que... — dijo ya molesto.
En eso llegó el padre.
— ¿Qué pasa? — preguntó al ver la tensión entre ellos.
— Nada importante padre, o no hermanito... — respondió el mayor.
— Así es — se retiró molesto el menor.
— ¿Qué les ocurre? — sabía que le ocultaban algo.
— Solo cosas de hombres — reiteró Richard.
— Líos de faldas — puntualizó el padre.
— Algo así.
— No quiero peleas por una mujer — ordenó el dueño de casa.
— Me parece que no es el más indicado para decirnos eso o no querido padre — rió el hijo mayor con la reacción molesta de su progenitor.
Aprovechando que la familia estaba completa, hicieron una fiesta con la prometida de Didier, y los padres de la señorita.
— Me encanta esa moda que tiene, querida, es muy atrevida para mí, pero en usted se ve muy bien — le dijo la mujer a su futura nuera.
— Gracias, la mande a hacer a Madame Roxanne, es quien marca tendencia este año — respondió Collette.
Mientras en la cocina entraban y salían los empleados para poder mantener todo en orden.
— Te esfuerzas mucho, porque mejor no le pones un alfiler en la silla a esa presumida "Señorita", viste como nos mira, como si fuéramos unos perros callejeros, creo que luego quema la ropa que tocamos — se quejó una de las compañeras.
— Es la novia del Señorito Didier, por eso hay que respetarla, es de su clase — respondió Marie.
— Si tuviera todo el dinero de ella claro que podría presumir de mi abolengo, pero hay algo que no puede ocultar, ni ella ni su padre... — le dijeron en un susurro.
— Que mala eres, son solo rumores.
— Es verdad, la abuela de la "Señorita Collette" — contó irónica la sirvienta — era una esclava de África, ahora esa estirada podría estar viviendo peor que nosotras, tuvo suerte que su abuelo no tuvo hijos con su esposa, cuando está murió llevó al mestizo a su casa y lo convirtió en su heredero, dijo que lo había adoptado, pero la verdad fue la comidilla de la sociedad, con el tiempo todo volvió a su curso normal, y ya nadie habla sobre eso, pero no todas lo olvidamos.
Marie, al entrar de nuevo al salón se dio cuenta de la verdad que le contó su compañera de cuarto, la prometida tenía la piel más oscura que todos los presentes, si no fuera por la ropa cara, sería como cualquier hija de vecino.
En la madrugada la sirvienta fue a la cocina porque sintió ruidos, pensó que podrían ser ratones, su compañera dormía profundamente, pero en vez de esos animalitos encontró al Señorito Didier, sentado, tomando un vaso de agua, y con la mirada triste perdida en una pared.