La Bella Desconocida

Paz

Marie vio la mirada del joven Didier, cuya tristeza le llegó al alma, no sabía por qué estaba tan abatido. Contra todo lo que le habían inculcado, se acercó y lo apoya tiernamente en su pecho por un rato.

— ¿Quiere un té? — le preguntó la joven.

— No gracias — le sonrió tiernamente el muchacho — usted es una buena persona, vaya a descansar.

Cuando se acostó la jovencita empezó a pensar en el señorito, era tan bueno, que pudo pasarle para que tuviera esa gran pena en el alma.

Los días pasaron rápido hasta que se hizo la fiesta del compromiso oficial, cuando ya todos se fueron retirando, el hermano mayor, ya pasado de copas, se le puso adelante a la sirvienta.

— Que le parecería ir a mi futura casa como ama de llaves — le dijo con mirada lasciva.

— ¿No sabía que usted tenía casa propia? — le respondió Marie extrañada.

— Por usted la compraría, y si se porta bien conmigo, podría ser la dueña — sonrió borracho.

— Lo siento Señorito Richard, debo irme a la cocina a dejar está cristalería.

Pero el acosador volvió a ponerse frente a la jovencita, el menor tomó del brazo al mayor y lo apartó.

— Deje que haga su trabajo, sino madre le llamará la atención — le reclamó molesto Didier.

— Gracias — agradeció la jovencita suavemente — permiso.

— Deje de entrometerse, o se las verás conmigo — le rebatió el mayor.

— No me amenace, sino le acusaré — Didier apuntó con la vista a su padre.

— A él no le importa que me divierta un poco en casa.

— Es un...

— Mejor vaya a ver a su prometida, ya debe echarle de menos.

Por meses el hermano mayor siguió rondando a Marie, que como no caía en sus encantos, hizo que él se encaprichará más con ella. Hasta que un día la acompañante de la joven en su habitación pidió una noche de permiso, Richard aprovechó y de madrugada entró en silencio a la pieza de la sirvienta, cuando ella sintió que la tocaban trató de gritar, pero el tipo le tapó la boca.

— Calladita, solo quiero que la pasemos bien. Esfuércese, si me gusta la llevaré a una casa, la tendré como una reina, se lo prometo — dijo lascivamente.

— No me interesa... AYUDA... — el hombre le cubrió la boca para que no se escucharán sus gritos.

Estaban en ese forcejeo cuando Didier tomó a su hermano y lo forzó a soltar a la sirvienta.

— Le dije que la dejará en paz — gritó furioso el hermano menor.

— Ya me aburrió, se la da de puritano, pero le apuesto que cuando esté casado se la llevará a su nueva casa, así tendrá a todas sus mujeres juntas, solo quiero divertirme un rato con ella.

— No dejaré que la mancille, es un maldito animal.

Empezaron a pelear, llegaron a la cocina, el mayor se llevó la peor parte, en su desesperación tomó un cuchillo y se lo enterró en el corazón a Didier, justo en el momento que sus padres y parte del personal aparecieron atraídos por el ruido.

— ¡¡¡¡QUE HIZO!!! — el padre estaba horrorizado.

Marie se agachó y puso la cabeza del moribundo en su regazo.

— Señorito Didier, no debió hacerlo... debo decirle que yo lo a... — trató de confesarle sus sentimientos.

— No podría... dejar que... abusara de usted... a Helen... la engaño, le hizo creer que la amaba... no llore pequeña, ahora iré con mi amor, y por fin estaré en paz — dijo antes de morir.

Richard miró a todos con las manos manchadas en sangre.

— Padre, no tengo la culpa, los descubrí juntos y cuando quise ir a contarte él me atacó — mintió descaradamente.

Marie estaba en shock, escuchaba lo que decían, pero no pudo reaccionar, acababa de ver al hombre que amaba morir, creyó que él le correspondía, pero era solo el recuerdo de otra mujer lo que lo impulso a ayudarla.

— Está mujer es la culpable de todo, sáquenla de mi vista ahora mismo — ordenó con voz firme el jefe de familia.

El asesino tomó a la jovencita y la sacó de la casa por la puerta del fondo.

— Mejor me hubiera hecho caso, ahora nadie le dará trabajo, además es la culpable de la muerte de mi hermano, es una buscona que se cree superior a todas. Solo muerta pagará su crimen, perra — la tiró a la calle, donde el camisón blanco de la jovencita quedó manchado con el barro.

La muchacha siguió en medio de la calle con su camisón pegado a su cuerpo por el lodo, no sentía frío, ni escuchaba los comentarios de los que pasaban a su lado, insultándola por salir a la calle de esa manera tan escandalosa. Caminó lentamente hasta que sus pasos errantes la llevaron a la orilla del río Sena, miró la luna llena, no dejaba de llorar, no quería buscar a su familia, temía que la mentira que dijeron de ella y el señorito Didier que la protegió por amor a otra, llegará a sus oídos. 

Sintió que nada quedaba para ella, escuchó en un susurro la voz de su madre, le decía que no sufriera, que pronto encontraría la paz, vio el brillante reflejo de la luna en el rio, empezó a entrar al agua, el frío que debería sentir no existía, solo la tranquilidad y el silencio la acompañaron, que le auguraban el encuentro con sus padres, y tal vez con el señorito Didier también.

Cuando ya estaba totalmente sumergida, su cuerpo le pedía oxígeno, pero ella no lo notaba, estaba feliz, su expresión era tranquila, casi en éxtasis. A las horas unos hombres que pasaban por un puente vieron un cuerpo en la corriente, la policía sacó a la mujer, la llevaron a la morgue donde los peritos, al no encontrar signos de violencia, pusieron en la causa de muerte ahogamiento y al costado anotaron suicidio.

Solo una pequeña mención en un diarios dio cuenta de la situación y que el cuerpo estaría expuesto unos días para ver si alguien pudiera identificarla, pero los pocos que podrían dar alguna información, no tenían acceso a los periódicos, y el padre de Didier apenas vio la noticia, dobló cuidadosamente el periódico y lo quemó en la chimenea, igual que los que llegaron a las manos de Richard y su nueva novia, Collette.



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En el texto hay: muertes, desamor, amor

Editado: 04.07.2020

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