Las luces primaverales hicieron su labor, despertando a toda Saint-Roux. Los aposentos de Stella no fueron la excepción, y su huésped podía sentirlo con acogedora calidez. Tras verse en el espejo, Stella creyó que no era necesario seguir usando su parche, pues no sólo tenía una vista funcional, sino que tal objeto le servía para ocultar sus marcas. Sin embargo, cuando sus hermanas la vieron, se horrorizaron.
—¿Es una broma?
—Miren a la bella, por todos los cielos.
—¿Qué demonios le pasó? —exclamó una sirvienta.
—Solo es una cicatriz, ¿acaso tiene alguna importancia? —dijo Stella.
—Parece un monstruo.
—¡Basta! —gritó Camille.
—Sé que no se ve bien, pero no tiene caso negar quién soy.
—Stella, papá hizo mal en obligarte a usarlo, pero, ¿estás dispuesta a aguantar esto?
—Estos días de reflexión me han hecho entenderlo, y sí, poco me importa.
Sorprendida, Camille procedió a guardar silencio, mientras sus hermanas y la servidumbre continuaron burlándose. Por su parte, Stella decidió pasear por los jardines, hasta que la reina logró verla. En contraste a la opinión de los demás, Belia tuvo curiosidad de saber más sobre su invitada, así que la invitó a tomar té.
—Querida Stella, no creas que desconozco lo que vives. Eres diferente, pero en el buen sentido. De verdad mereces algo mejor que el trato brindado por tu familia.
—N-no lo entiendo.
—Aunque tu padre quería ver tu mano con la de un hombre, tú protestaste sin temor. De igual modo, poco estimas las críticas de tus hermanas. Tu valor es idéntico al mío.
—¿En serio?
—Antes de subir al trono, mi mano fue vendida a un angustiado príncipe —reiteró la reina—. Pude haber vivido en silencio, pero opté por tomar mi propio rumbo, en especial cuando supe una gran verdad.
—Suena poético, pero, ¿a qué se refiere?
—¡Estuve casada con un monstruo! —dijo Belia—. L-lo lamento, pero me aterra saber que él sigue por ahí.
—¿Un monstruo?
—Su fuerza es capaz de dejar marcas como la que posees.
—S-si se refiere a esto, no tiene nada que ver, solamente…
—Solamente espero que equilibres esa firmeza, Stella. Así como eres valiente para eso, lo has sido para visitar el bosque, ¿no es cierto?
—No lo entiendo.
—Y no lo niegas —comentó la reina—. Tranquila, de mi mano no has de recibir daño, pero de la bestia has de cuidarte.
—Comprendo, Majestad.
—Descuida, tu padre no tiene la necesidad de saber esto, y sé que tu intención no es otra sino la de nutrir tu mente. Sigue mi consejo.
—Gracias.
—De nada, ingenua —susurró la reina.
Stella se retiró, pero apenas volteó, vio varios pétalos en el suelo. Pasado un rato, tanto ella como sus hermanas hicieron una segunda visita al pueblo, mientras la reina, desde su alcoba, apreciaba el carruaje. Tras eso, decidió mirar el espejo en sus aposentos, aquel que cubría gran parte de la habitación, mientras acomodaba las joyas en su pecho, hasta que la curiosidad la llevó a pedir una peculiar solicitud.
—Muéstrame a la doncella de cabellos rojizos, ¿a dónde va cada noche?
En respuesta, el espejo brindó una imagen sobre cómo Stella se adentraba a los bosques, mientras paseaba en medio de varios rosales. Aunque Belia ya la había visto en las noches anteriores, aquella proyección la llevó a fortalecer una idea. Si Stella acudía con frecuencia a los bosques, entonces podía ser una clave para dar con aquella bestia, hasta que una esperada visita interrumpió sus ideas.
—Heme aquí, Majestad.
—Me alegra verle de nuevo, sir Bastian le Forte.
—No es como que haya pasado mucho desde su último encargo —comentó el cazador.
—Por supuesto. Pobres víctimas de la verdad.
—He de suponer que busca a otra presa.
—Así es, pero no quiero que la mate —añadió la reina—. Si esa doncella ha sido la única que ha cruzado ese bosque, entonces puede ayudarnos.
—Temo que yo tampoco pueda atravesar tal sitio.
—Sea cauteloso. De hecho, tengo algo que confiarle, y que ha de servirle.
—¿En serio?
—Por supuesto —respondió Belia—. Usted más que nadie conoce de dónde vengo, y lo que he logrado sin eso. Por tal razón, le confío el espejo que alguna vez perteneció mi madre.
—¿Un espejo? —cuestionó Bastian, mientras lo sostenía.
—Es capaz de mostrarle lo que buscamos. Solo tiene que pedírselo.
—Está bien, señora mía.
—Mantenga un ojo en la atención de Stella, y otro en mi designio. Confío en que no me fallará.
Bastian se retiró, y Belia continuó mirándose en el espejo, realizando sus constantes ademanes. Mientras tanto, Stella siguió alimentando su curiosidad, leyendo más sobre las leyendas de Saint-Roux. Wilfried se acercó para ofrecerle un poco de té, pero la doncella, sin querer, tiró la pequeña taza.
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Editado: 27.03.2025